Bailarinas de ‘Nicaragua Danza, Hijos Del Maíz’ participan durante el 40 Aniversario del Carnaval el26 de mayo de 2018, vistiendo los colores de Nicaragua. Foto: Natalie Alemán

A principios de la década de los 80, me encontraba en San Francisco y, eventualmente, me mudé al Distrito de la Misión. Al principio, viví en un cuarto en la calle 16, luego me instalé en otro cuarto relativamente decente en la calle Valencia. Ahora llevo diecisiete años viviendo en un pequeño apartamento ubicado en la esquina sureste de ese distrito.

Cuando recién llegué a la Misión, estaba derrotada y sin un centavo. Como amante diligente, la Misión me envolvió en su comunidad, dándome tiempo para recuperarme y fortalecerme. El barrio también inculcó en mí un nuevo sentido de esperanza, amor y de comunidad.

La Misión me recordó los vecindarios de Boston donde crecí. Haymarket, Northend, el East Boston con tiendas pequeñas, puestos de frutas y verduras, familias en apartamentos pequeños son un recuerdo del pasado.

Aquí en la Misión la gente se organizaba para luchar por una mejor comunidad. Vecinos afroamericanos, anglos, asiáticos y latinos se levantaban contra los propietarios, aquellos irresponsables que no se preocupaban de su propiedad y una alcaldía indiferente. Posteriormente el cáncer de crack de cocaína invadió nuestros barrios.

Si bien el miedo puede afectar la posibilidad de que una comunidad prospere, la esperanza puede brindar a los residentes la fuerza para enfrentarse con aquellos que intentan dominar un vecindario mediante amenazas. Fueron los residentes de la Misión los que se levantaron contra los chulos y la violen de pandillas. Tanto inquilinos como propietarios y los pequeños negocios en dificultades, se negaron a ceder ante el temor y la intimidación sometida por la violencia. Se unieron para exigir la acción del ayuntamiento y de la policía.

Con el tiempo este cáncer fue expulsado de la Misión. Barrio por barrio, parque infantil por parque infantil, calle por calle, la Misión recuperó sus espacios públicos de quienes operaban en la oscuridad con violencia. Sin embargo, justo cuando la paz comenzaba a imperar en nuestras comunidades, la primera invasión de la tecnología comenzó en la Misión. Afortunadamente, esa burbuja explotó antes de que se pudiera hacer un daño real en nuestra comunidad.

Sin embargo, sin el conocimiento de muchos residentes de la Misión, los especuladores comenzaron a aprovecharse de nuestra comunidad. La propiedad estaba siendo comprada por intereses comerciales poco leales con la Misión.

Lentamente, a través de los desalojos ilegales y de la Ley Ellis, aquellos inquilinos de largo plazo y las familias de la Misión comenzaron a ser desalojados de San Francisco y en nuestros vecindarios, el alquiler comenzó a incrementar. Pronto, una segunda oleada de trabajadores de la tecnología llenó el vacío y se instalaron en estas habitaciones, estudios y apartamentos vacantes.

Los yuppis blancos del siglo XXI quienes reciben buena paga, concuerdan con el ayuntamiento, y están de parte de las grandes empresas de tecnología que cada día siguen expandiéndose; compañías que no tienen ni raíces ni obligaciones con los barrios de San Francisco. Los vecindarios han tenido que absorber esta afluencia de mano de obra adinerada y bien remunerada. A medida que han invadido nuestros vecindarios, intentan reemplazar a nuestras comunidades por aquellas que reflejen sus ideas de un barrio blanco aséptico e higienizado.

Aquellos negocios que llevaban en los vecindarios mucho tiempo, fueron obligados a abandonar la Misión para ser reemplazados por tiendas y restaurantes de alto costo. Empresas que no atienden, ni alientan a los locales a patrocinarlos o están fuera de su alcance.

El ayuntamiento luego se unió a estos yuppis convirtiendo el Distrito de la Misión en un carril exprés hacia  el centro de San Francisco: la SFMTA comenzó restringiendo el estacionamiento, luego, se adoptaron políticas que perjudicaron al comercio local al tener que ceder el poco estacionamiento disponible para otros intereses comerciales o a los mini estacionamientos que no ayudan a los locales, sino que ofrecen mejor atención a esta nueva ola de invasores en la Misión.

No nací, ni me crié en la Misión, sin embargo, después de 35 años de residir aquí, he envejecido en la Misión. Lucharé por esta dama elegante que una vez me acogió, me dio fuerzas y renovó mis esperanzas. Luchemos por todas las familias y personas a las que también les dio refugio. ¡Luchemos para que los niños de la Misión puedan algún día mirar hacia atrás y decir que este es su hogar!