Barbara Torres Baquedano charla con los invitados a la inauguración de ‘Arpilleras: artesanías por mujeres refugiadas’ en la Biblioteca J. Paul Leonard de la Universidad Estatal de San Francisco, el 19 de abril de 2019. Foto: Amanda Peterson

Durante casi 23 años, la expatriada chilena Barbara Torres ha vivido en Bremen, Alemania, pero no fue hasta que presenció las oleadas de refugiados que huían de Asia occidental en 2015 cuando sintió que había encontrado su vocación: ayudar a las refugiadas a contar sus historias.

Torres hizo esto al fundar el primer taller de arpillera, donde enseña a las mujeres refugiadas a trabajar con materiales para crear arpilleras: bordados con remiendos de colores brillantes hechos de materiales lisos, tradicionalmente creados por grupos de mujeres (arpilleristas), que generalmente representan escenas de dificultades a que han sobrevivido. La tradición surgió en Chile durante la brutal dictadura de Pinochet, que Torres misma vivió.

De niña, vio a sí misma cómo las arpilleras servían como una voz y una sensación de alivio para los oprimidos. Ella recuerda haber visto cómo luego de su liberación, los presos políticos seguían traumatizados y no podían hablar de sus experiencias. Fue entonces cuando la gente comenzó a bordar telas, armando sus historias y contando lo que les había sucedido a través de la arpillera.

“Comencé a recordar mi propia experiencia porque soy chilena y crecí en la dictadura”, dijo. “Y cuando en 2015 comencé a criar y buscar una razón… comencé a entender la idea [y] me inspiré en la tradición latinoamericana, una narrativa que habla a través de las telas, la arpillera y el bordado”.

Una pieza de arpillera creada por mujeres refugiadas en Bremen, Alemania, para la exposición ‘Arpilleras: artesanía por mujeres refugiadas’. Foto: Amanda Peterson

El proceso de las arpilleras es mostrar lo que estas mujeres experimentaron en sus viajes, en su país o las metas que desean alcanzar. Las arpilleras sirven para contar sus historias a través de su propio arte. Las mujeres comienzan dibujando la trayectoria de sus viajes en un mapa grande. Luego hacen un collage donde deciden la idea que quieren bordar. Entonces comienzan el proceso de coser la arpillera.

A través de este taller, Torres pretende conectar a mujeres de diversas culturas, orígenes y religiones para que se unan y aprendan a adaptarse a un nuevo país y a lidiar con otras familias que viven juntas en Alemania. Recientemente viajó desde aquel país para ser parte de una exposición en la SF State que muestra el auge de las mujeres refugiadas.

En abril de 2017, el Centro de Investigación de la Oficina Federal de Migración y Refugiados de Alemania publicó un análisis que indicaba que, de 2012 a 2016, más de 500 mil mujeres y niñas han solicitado asilo en Alemania. La mayoría proviene de Siria, Afganistán e Irak, según dicha oficina.

Torres explica cómo se sintió cuando vio que la masa de refugiados llegaba a Europa en busca de asilo y cómo las mujeres a las que ayuda han emprendido este largo y traumático viaje. Algunas de las razones principales son la violencia sexual, el ser víctimas de un estado político o haber sido torturadas en cárceles. Algunas de estas experiencias no les han sucedido directamente, pero las han vivido a través de parientes, lo que las motiva a abandonar su país en busca de refugio.

“El tema me sensibilizó mucho porque, como latinoamericana, también conozco el problema de las personas que tienen que emigrar”, dijo Torres. “Y empecé a vincularme con los refugiados a través de mi vecindario y fundamos un grupo para hacer una iniciativa”.

El trabajo de Torres se centra en las mujeres y los niños refugiados. El estado alemán ofrece programas de integración para estas personas y cursos de alemán. Pero Torres dice que estas mujeres también sufren porque existe una barrera cultural y educativa que impide que muchas obtengan estos recursos.

Muchas de las mujeres no saben leer o escribir en su propio idioma nativo, y aprender a escribir y hablar un nuevo idioma en un entorno extranjero puede ser intimidante. De acuerdo con el análisis de la Oficina Federal de Migración y Refugiados de Alemania, las asistencia de mujeres en proyectos de integración que ofrecen cursos para que los refugiados aprendan alemán, disminuyó.

También hay barreras culturales, ya que muchas emigran de países donde su rol social consiste en solo ser ama de casa. Muchas también provienen de culturas donde los hombres son los que toman las decisiones: “En muchas comunidades, hay tradiciones bastante fuertes en las que las mujeres no participan en la vida pública”, explica Torres. “Para ellas esto es muy fuerte porque es toda la actividad que se le da a un hombre y no a ellas”.

“Mi nombre es K y soy de Afganistán. Me han pasado muchas cosas negativas desde que escapé de Afganistán con mi hermano y mi hermana. Hasta ahora mi vida ha estado en un cambio total. Aquí en Alemania he aprendido a escribir y leer, un deseo que soñé durante mucho tiempo, algún día, espero aprender a conducir”. Foto: Amanda Peterson

Parte del propósito del taller de arpilleras es que estas mujeres encuentren la confianza para poder comenzar una vida en la que tomen decisiones y se acostumbren a un nuevo entorno. El taller de Torres se lleva a cabo en una habitación en el mismo edificio donde ahora viven estas mujeres, donde pueden compartir un espacio seguro para reunirse y crear vínculos entre ellas.

Torres estima que más de 200 personas viven en este edificio, y cada familia vive en una habitación pequeña. Hay muchas personas que viven bajo el mismo techo con diferentes orígenes étnicos y culturales, que pueden causar conflictos: “Hay que pensar que en estos hogares a veces hay seis pisos donde viven 200 o 500 personas, personas de diferentes etnias, culturas y religiones coexisten y con frecuencia existe un problema de racismo y discriminación”, dijo Torres.

Ella refiere que el proceso de creación de una arpillera puede durar aproximadamente cuatro meses, pero la conexión y la comprensión de las diferencias culturales creadas por estas mujeres se unen a sus experiencias de ayudarse mutuamente y de crear amistades.

“Creo que lo más importante es que se establecen vínculos de solidaridad entre ellas y que comienzan a hablar sobre lo que les ha sucedido y es como la terapia en sí misma. Creo que se van [del taller] mucho más fuertes y ese es también un objetivo de empoderamiento, las vecinas se conocen entre sí y han hecho amistades. Se van en mejores circunstancias porque creo que han compartido experiencias que tuvieron que tragar y al menos están listas para comenzar”.

lo que habla de la capacidad de versatilidad de Rivera como artista y como madre. Rivera demuestra su espíritu combativo, así como su vulnerabilidad a través de su música, y expresa sus frustraciones con respecto al tropiezo obsoleto de que las madres son incapaces o carecen de algún sentido. En realidad, no hay poder como el poder de la maternidad y Rivera se asegura que nadie lo olvide.

“Creo que toda la creencia de que una vez que te conviertes en mamá, tu atención se divide y no puedes concentrarte, no es verdad en absoluto”. Las mamás priorizan. No hacemos tonterías. Somos más ingeniosas, más productivas y hacemos un mejor trabajo porque trabajamos más duro. Solo quiero que la gente sepa que, sí, las mamás lo están haciendo y, mientras podamos defendernos mutuamente, creo que podemos hacer mucho. Es simplemente un lástima que nuestro país ocupe el último lugar en apoyar a las mujeres, el último en otorgar licencia de maternidad con sueldo de todos los países desarrollados y simplemente no tiene ningún sentido para mí. Entonces, espero que mi arte impulse a la gente a pensar en esas cosas”.