Un teatro martillador.

“El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un

martillo con el cuál moldearla”.

Bertolt Brecht

En recientes semanas participé, siendo miembro del público, en un par de conmovedores eventos teatrales. Digo que participé, pues grité, canté versos políticos, reí, lloré.

Uno, “Carta para que no me olvides”, sucedió en el puerto de San Antonio, Chile. El segundo, “¡Viva, Viva Palestina!”, se llevó a cabo en el Centro Cultural de la Misión para Artes Latinas.

Ambos eventos pueden clasificarse como teatro comunitario. Esa categorización generalmente significa que los presentadores no eran profesionales. Sin embargo, aunque los participantes no sean pagados, su entusiasmo y compromiso fueron excelentes.

En ambos países, las funciones eran gratis. Además, cada grupo solo ofreció una función, algo común del los teatro comunitario. El montar una obra que exija un largo compromiso de parte de artistas y técnicos, puede ser algo caro. Otra coincidencia fue que ambos eventos eran en español, algo menos común en la escena teatral de San Francisco.

La coincidencia tal vez más significativa es que ambas puestas en escena eran abierta y orgullosamente políticas. Además, los montajes compartían la meta de ofrecer un espacio para expresar ideas y sentimientos que la mayoría de teatros usualmente evitan, por ser “demasiado políticas”, o “demasiado obvias”.

Sin embargo, en ambas ocasiones, quiénes asistieron a las funciones en ambos países, respondieron con entusiasmo y se emocionaron hasta las lágrimas (en el caso de Chile) o se inspiraron para dar gritos apoyando a Palestina (en el caso de “¡Viva, Viva Palestina!”). Ese tipo de respuestas es otra gran razón para los participantes en teatro comunitario. En cierta manera, es el pago que reciben quiénes participen en ese tipo de teatro.

En la mayoría de las escuelas de teatro (o en las escuelas de arte en general), sigue predominando la idea de que “no tienes que empujar tus ideas por la garganta de la gente”. Así, por lo general, la sutileza es preferible a la claridad. En ambientes académicos, el mezclar Arte y Política no es aconsejable. O debe abordarse con extrema precaución. Como debemos acercarnos -o evitar- a un animal salvaje. Pero los eventos de los cuáles escribo no obedecieron esos dogmas un tanto conservadores.

Amo el teatro, aunque estoy consciente de que mucha gente jamás han presenciado una función teatral en persona. El teatro profesional o el comunitarios, siendo algo “vivo”, puede intimidar.

La gente que llegue por primera vez a una obra de teatro, pueden atemorizarse. Inseguros respecto a cuál es la forma correcta de reaccionar lo que están presenciando. ¿Puedo reírme o decir algo en voz alta? ¿Cuándo debo aplaudir? ¿O abuchear?

El público que repletó el teatro del Centro Cultural de San Antonio, en Chile, fue invitado a lo que el escritor/director Mauricio Salazar Riquelme denominó “Un ejercicio teatral para evocar memorias”. Específicamente, memorias de los cortos 1,000 días que duró el gobierno del socialista Salvador Allende, derrocado por el Golpe Militar del 11/9/73.

Fue una simple pero extremadamente conmovedora puesta en escena. La joven y talentosa actriz Giulia Giuliani estuvo acompañada por un trío de músicos, Ricardo Chacón y los hermanos Víctor y Guillermo Pizarro. La historia se basaba en el personaje interpretado por Giulia, una joven mujer de una pequeña ciudad del sur de Chile que se mudaba a Santiago, la capital de ese país. Ella deseaba experimentar los años llenos de esperanzas del gobierno de Allende. En Santiago, ella consigue un trabajo como cantante en un grupo folklórico, compuesto, ¡por supuesto!, por los 3 músicos. Al avanzar la trama, se interpretan muchas icónicas canciones de esos breves 3 años.

Aunque la obra no tuviera un feliz final, le otorgó al público la oportunidad de escuchar ideas y música que guardaban en sus corazones. Durante y después de la función, muchos espectadores corearon las canciones…o lloraron sin tapujos. Yo fui uno de Ellos.

En San Francisco, el grupo presentador fue “La Compañía de Teatro Comunitario”. La directora es Berta Hernández, que enseña teatro comunitario en el MCCLA. En “¡Viva, Viva Palestina!”, el público fue una parte esencial del evento. Los asistentes llegaron listos para apoyar o cantar, cubiertos con las pañoletas palestinas llamadas “kaffiyeh”, gente muy dispuesta a expresar solidaridad. El foco principal de la obra, anunciada como una “Presentación teatral y Foro abierto”, era la lucha del pueblo palestino. Ofrecía un espacio de sanación para muchos que nos sentimos airados, tristes…o impotentes, frente a la continua crueldad con la que el gobierno Sionista de Israel sigue apabullando al gente de Gaza, en Palestina. Ayudados, descaradamente, por el gobierno de los EEUU.

Tanto en Chile como en el Distrito de la Misión de San Francisco, quiénes fuimos al teatro estuvimos dispuestos a aplaudir, o cantar, a expresarnos abiertamente y en alta voz, o listos para consolarnos mutuamente. Como Berta Hernández expresó, al finalizar su presentación: “Cuando todo parece fallar, el teatro puede llegar para salvarnos.”

Tal vez hay mejores obras profesionales, pero muy pocas lograrán despertar reacciones del público en la forma que estos dos eventos de teatro comunitario lo hicieron.