A menudo se dice que la imaginación de un niño o una niña es su mayor regalo, cuando se le anima a jugar con la realidad, protegiéndole de sufrimientos innecesarios.

Marlene Sánchez, de once años, sintió como a su imaginación se le puso límite mientras permanecía sentada en el piso de su celda. Su infancia tuvo que llenarse hasta el borde de experiencias para ser ‘reimaginadas’. “¿Por qué solo hay chicas morenas y negras en el sistema?” cuestionó Sánchez a esa edad A partir de ese momento, se esforzó no sólo por responder sino por entender las implicaciones de esa pregunta.

Actualmente, se sienta como la primera mujer de color directora del Centro Ella Baker de Oakland, que lleva el nombre de la prodigiosa activista afroamericana de derechos civiles. Originaria del Distrito Misión, encontró a su familia “tratando de sobrevivir en los años 80”, después del arresto de su padre por posesión de drogas, cuando su madre trabajó incesantemente para mantener a flote a la familia, una tarea que fue interminable, pues a su padre se le dió una sentencia de 20 años.

“Había una conexión directa con la guerra contra las drogas”, dijo Sánchez. “Mi experiencia también fue una conexión directa con la guerra contra la juventud, la guerra contra las personas de color, la guerra contra los pobres”. Y, desafortunadamente, Sánchez caía en cada una de estas categorías.

Con la ausencia de ambos progenitores vino la necesidad de pertenecer a algo, lo cual la llevó a unirse a una pandilla a los 13 años. “Encontré respeto”, dice y agrega que eso fue vital para sobrevivir: “Aprender sobre personas como Angela Davis fue una especie de despertar político para mí”. Un despertar que la condujo hacia una comprensión completamente nueva del mundo y de cómo éste funcionaba contra personas como ella.

En los años 90, guiada por organizaciones en la Misión, Sánchez encontró su camino hacia el Centro de Libertad de Mujeres Jóvenes. Invirtió su tiempo aprendiendo sobre el sistema de justicia penal y descubrió que “el sistema fue creado para hombres, por lo que no están tomando en cuenta las necesidades de las mujeres y las necesidades especiales de las embarazadas”.

Cuando se le pidió ahondar más en ello, Sánchez refirió numerosos relatos de mujeres embarazadas que perdieron a sus hijos, tanto en el parto como en el sistema de crianza temporal. Junto a las imágenes de madres jóvenes embarazadas y temerosas, encadenadas a sus camas al comenzar el trabajo de parto, estaba el hecho de saber que no había ley que las protegiera.

Aunque nunca había estado en prisión, entrar y salir del sistema le dio a Sánchez una perspectiva sobre cómo el sistema de justicia penal trata a las mujeres: “Es una experiencia única y cumples más tiempo en prisión y no quiero quitarle esa experiencia en eso, sí, entré y salí del sistema… no fui a prisión, gracias a Dios, pero sé que es una experiencia muy diferente… Nunca quiero asumir que sé cómo es eso”.

Incluso durante estos tiempos difíciles, Sánchez recuerda pequeños atisbos de esperanza: “Cuando la gente invierte en una”, respondió cuando se le preguntó sobre cómo romper estos ciclos: “Cuando inviertes en las mujeres, cuando inviertes en las mujeres de color, estás invirtiendo en comunidades, estás invirtiendo en familias enteras”.

Sintió la trascendencia de la oportunidad, una vez que la gente había invertido en ella, buscó sentimientos similares para aquellas que crecían en situaciones similares a la suya. Cuando se le preguntó cómo se veía continuar con el legado de Ella Baker, ella dijo que, “a veces se siente como si las mujeres cargan el mundo sobre sus hombros y también he visto cómo realmente modelan lo que significa estar en comunidad».

Está segura de que las mujeres son lo suficientemente fuertes para portar el mundo, para modelar la desinversión de las instalaciones juveniles y la inversión de alternativas al sistema. Alternativas que brindan a los jóvenes el conocimiento y los recursos que requieren para llegar a algún lugar, cualquier lugar.

La misma niña que se sentó en su celda, imaginando, se sienta hoy en su oficina. Y continúa imaginando: una realidad, un día, diferente a la que experimentó de niña. Sabe que “este no será un problema que resolvamos en mi vida. Pero podemos hacerlo un poco más fácil para las generaciones que vienen después de nosotros”.

Y, cuando se le pide que hable con las mujeres que vinieron antes que ella, las mujeres que vendrán después de ella, expresa su gratitud. “Gracias a Ella Baker y a todas las mujeres que no obtuvieron reconocimiento y cuyos nombres no sabemos pero que lucharon y se arriesgaron por este trabajo. Diría gracias porque estamos parados sobre los hombros de gigantes. Allanaron el camino para que yo pueda hacer este trabajo”.