El estrés de la renta orilló a la comunidad inmigrante latina de SF a trabajar durante la pandemia
Este reportaje es el primero de una serie que cubrirá los efectos negativos en la salud y la economía durante la COVID-19 entre los inmigrantes latinx de San Francisco. Basado en los resultados de la Encuesta de El Tecolote 2021: Renta, estrés y pandemia en la comunidad de inmigrantes latinx de San Francisco, la cual fue llevada a cabo por El Tecolote con el apoyo del Fondo de Impacto 2020 del Centro Annenberg de Periodismo en Salud de la USC, y en colaboración con Mujeres Hacia El Conocimiento en alianza con Excelsior Works. Un proyecto dirigido por Adriana Camarena y Alexis Terrazas (editor de El Tecolote)
Estamos infinitamente agradecidos con las mujeres de Mujeres Hacia El Conocimiento, así como con las encuestadas, que se tomaron el tiempo, a menudo al final de un largo día de trabajo o en su único día libre, para diseñar, recopilar o responder nuestra encuesta. La Encuesta El Tecolote 2021 reunió 391 respuestas en un período de dos semanas. Casi todos los encuestados son inmigrantes latinos, casi todos inquilinos. Más de la mitad son mujeres y la mayoría pertenece al grupo de edad de 24 a 50 años y vive en los cinco vecindarios de San Francisco más afectados por el COVID-19: BayView / Hunters Point, Visitación Valley, Tenderloin, Mission y Excelsior. Las respuestas fueron recopiladas del 10 al 26 de mayo de 2021.
Invitamos a nuestros lectores a visitar la página web de la Encuesta El Tecolote 2021 que se actualizará continuamente durante los próximos dos meses con hallazgos clave y noticias relacionadas con El Teco. También proporcionamos más información sobre nuestra metodología utilizada para la encuesta. Nos comprometimos con los encuestados a presentar los resultados a nuestra comunidad y alzar las voces y las experiencias de los inmigrantes latinos de la ciudad durante la pandemia. Este es nuestro primer informe.
La renta desafía a la orden de confinamiento
Cuando en San Francisco se dio la orden de confinamiento en marzo del año pasado, en su intento por prepararse para una pandemia global que quitaría la vida a más de 591 mil personas en los EEUU, Marta Salinas Cruz se encontraba dando a luz a su segundo hijo, Joshua Emanuel.
Dar a luz en medio de la propagación desenfrenada del nuevo coronavirus debió ser estresante, pero este hecho palideció en comparación con el estrés de pagar el alquiler para permanecer protegido.
El día después del nacimiento de su hijo, Marta, que emigró a San Francisco desde El Salvador hace cuatro años, fue expulsada del hospital por un personal médico nervioso, y pronto se encontró de regreso en su apartamento de una habitación en Bayview, con su familia de cuatro integrantes: ella, su esposo Melvin Zuniga, su hija Deborah Arleth de un año y el recién nacido.
La habitación les fue alquilada por la inquilina principal, la Casera, quien a pesar de la pérdida de empleos que resultó en una caída salarial, exigió se le pagara la totalidad de los $1,200 de alquiler.
“Fue algo muy extremo, muy preocupante, porque los salarios de mi esposo bajaron. Y lastimosamente, la persona con la que vivimos no nos dio chance al decir, ‘lo voy a esperar’. Teníamos que estarle pagando”, dijo Marta. “La señora que nos arrenda dice que no le gusta meterse en problemas con el dueño. Y entonces para no estar en problemas, ella nos exigía el 100% de renta”.
Refugiada en su habitación individual y cuidando a dos bebés, la familia de Marta dependía de los ingresos de la tienda de abarrotes de su esposo Melvin, cuyo trabajo se había detenido repentinamente con la orden de confinamiento, pero unos meses después estaba trabajando a tiempo parcial y desde entonces ha seguido trabajando, con un horario reducido, en un almacén que suministra alimentos a Bi-Rite, supermercado en San Francisco.
En diciembre, Marta, Melvin y los bebés, pero también los inquilinos principales (la casera y su esposo) se enfermaron del COVID-19. No está claro quién lo trajo al apartamento. Los encargados de rastrearlo nunca dieron una respuesta clara.
Su casera fue la primera en enfermarse, luego su hija y el esposo. La casera enfermó a tal grado que requirió hospitalización, mientras que su esposo se negó a ser internado. Tranquilo y solo, el casero murió en su cama, una noche.
“Se fueron ellas al hospital porque la señora tenía problemas de respiración. Él se quedó en la casa pero igual se quedó con una gran tos, problema de todos, no podía respirar pero él no quería ir al hospital. Lamentablemente una noche se acostó y ya no amaneció. A lo mejor fue parte de lo que fue el covid también, y no sabemos de verdad. Después de eso, nosotros nos contagiamos y el temor que nos generaba el miedo, o sea, que podía pasar. Entonces sí fue un estrés muy alto”.
El pequeño Joshua tiene más de un año ahora. En los primeros meses de su vida, Marta y Melvin se retrasaron casi tres meses en el alquiler, pero hoy están al día. Se preocupan más por el próximo cheque de alquiler, el envío de remesas a casa y el pago de la deuda que asumieron con familiares y amigos para sobrevivir al primer año de la pandemia.
Trabajar para conseguir la renta
La experiencia de Marta es similar a la de la mayoría de las personas latinas nacidas en el extranjero que respondieron la Encuesta El Tecolote 2021.
En el año pico de la pandemia, la gran mayoría de los inmigrantes latinx encuestados que vivían en los cinco vecindarios más afectados por el COVID-19 se mantuvieron o trataron seriamente de mantenerse al día con sus pagos de alquiler. Más de la mitad de los encuestados mencionaron haber pagado el alquiler en su totalidad durante el primer año de la pandemia, mientras que otro 20 por ciento, como máximo, debía tres meses de alquiler atrasado o menos.
Hoy en día, más del 60 por ciento de los encuestados no deben alquiler atrasado. Parecería que a medida que la ciudad reabre, los inmigrantes latinx continúan reduciendo su deuda de alquiler por su cuenta.
“Al día de hoy, no debemos ninguno porque nos tocó endeudarnos por otro lado. Con familiares pedimos por ahí prestado. Nos endeudamos con tarjetas de crédito, porque como no teníamos la ayuda de ninguna institución porque nos pedían documentos que no podíamos presentar y teníamos que pagar. ¿Y para dónde me iba con mis niños?
La experiencia de Marta hace eco en la historia de María Susana Lozano. De 56 años, nacida en la Ciudad de México, hace cuatro años que llegó a San Francisco siguiendo a una de sus hijas que se casó y se mudó al Área de la Bahía. Solo su hijo menor permanece con ella en la ciudad. Su hija casada ahora vive en Seattle y sus otras dos hijas están en el ejército, estacionadas en Japón desde el comienzo de la pandemia.
Antes de llegar a San Francisco, María Susana y su familia vivían en Death Valley donde alquilaba una casa con piscina por un dólar. “Es algo de otro mundo. Fui a los extremos. Nunca me imaginé que yo iba a llegar a pagar tanto.
En marzo de 2020, María Susana vivía en una habitación dentro de un departamento en Visitacion Valley, pagaba un alquiler de $1,000 y trabajaba como ama de llaves en The Ritz Carlton de San Francisco. Perdió su trabajo al principio de la pandemia. Pasaron dos meses y ya no pudo cubrir los pagos del alquiler. Al igual que la casera de Marta Salinas, la de María Susana no permitió demoras en el alquiler.
María Susana se siente afortunada de haber encontrado un nuevo trabajo como conserje. Desde el 1 de mayo de 2020 trabaja para una empresa de limpieza. Al principio, limpió un almacén de Amazon, luego la oficina de correos en Lombard Street, y ahora las oficinas de una empresa de vehículos autónomos cerca de Embarcadero.
“A lo mejor estoy mal, pero gracias a que tuvieron tanto pánico, yo puedo encontrar trabajo. Porque nadie quería salir de su casa. Porque no se querían contagiar. Los buses venían vacíos, creo que solo venía yo y me decían, ‘no te da miedo’. No, más miedo me da no pagar la renta”.
María Susana es una mujer de fe que nunca temió por la pandemia. Dice que tenía más miedo a deber el alquiler y quedarse sin hogar que enfermarse del COVID-19.
Cuando una se queda sin trabajo tiene una sensación de tristeza, de desesperación de qué voy a hacer, cómo le voy a hacer. Es una desesperación muy grande porque ahora sí que una depende de su trabajo al 100%. Entonces me dio mucho, mucho miedo. Gracias a Dios no me enfermé, porque tengo que tener mi mente positiva buscarle y buscarle, porque no me voy a quedar aquí llorando, con llorar y llorar no voy a solucionar nada, entonces tuve que hacer la lucha para salir adelante.
Nunca dejó de pagar un solo alquiler durante la pandemia: “Eso de tener una deuda, nunca me ha gustado, yo creo que ya es de familia. Mi papá nos enseñó que unas deudas se tienen que pagar inmediatamente. En México, antes las deudas eran de palabra. Si tienes palabra, cumple con tus deudas. Entonces siempre crecimos con eso de que las deudas hay que pagarlas”.
En noviembre de 2020, dejó su habitación de Visitacion Valley por un apartamento tipo estudio de una habitación, en un enorme edificio de apartamentos multifamiliares en la calle Misión, cerca de la calle 18. “Sí la renta es más cara. Es más caro, son $1,400 más, pero como se vino mi hijo a vivir conmigo, pues lo podemos compartir entre los dos”.
María Susana pertenece a la iglesia Adventista del Séptimo Día, y esa fue su otra fortuna, el poder conectarse y congregarse durante la pandemia con un grupo nuevo y pequeño que se reúne en Daly City. Cuando se le preguntó cómo habría sido su vida sin su grupo de la iglesia, ella niega con la cabeza consternada por cómo habría sido.
Leyendo su Biblia gastada, recita: “A tu puerta no llegará, no te tocará ninguna plaga porque Dios estará contigo y mandará a sus ángeles para que te cubran y te protejan de día y de noche (Salmos 91:10-11)”
Durante nuestra entrevista, la luz dorada del sol poniente golpeó las ondulantes ventanas victorianas con cortinas de su habitación: una habitación tranquila, agradable, ventilada, soleada, aunque muy cara.
El estrés de la renta
Los pagos de alquiler no se hicieron por la abundancia de ingresos de la comunidad Latinx, sino por su temor a quedarse sin hogar.
Cuando preguntamos a los encuestados qué nivel de estrés tuvieron para tener que pagar el alquiler durante el primer año de la pandemia, cerca del 60 por ciento respondió que se sentían extremadamente estresados o con mucho estrés. El miedo abrumador al desalojo se mencionó como la motivación para pagarlo.
Igualmente estresantes fueron las facturas de los servicios públicos (gas, luz, agua, recolección de basura e internet). Y para los encuestados con dependientes que viven en México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Perú y otros países latinoamericanos, la necesidad de enviar remesas a casa también causó a la mayoría de esas personas un estrés muy alto.
El estrés por el pago de alquiler expresado por los inmigrantes latinx encuestados puede sorprender a algunos dado que ha habido una Moratoria de Desalojo en California desde el 31 de agosto de 2020, cuando se promulgó la AB 3088. La Ley de Alivio para Inquilinos durante la COVID-19 (SB 91) extendió esas protecciones el 29 de enero de 2021. En términos simplificados, los inquilinos con dificultades financieras podrían permanecer a salvo del desalojo, si avisaban al propietario de sus dificultades al vencimiento del alquiler y si pagaban el 25 por ciento de su alquiler. Luego, los propietarios tuvieron la opción de llevar a los inquilinos ante los tribunales de reclamos menores para recuperar el resto del pago, cuando se levantó la moratoria en julio de 2021.
Al preguntársele a María Susana si había oído hablar de dicha moratoria, explicó: “Sí escuché. Me aterra la idea de tener una deuda. Entonces yo hice todo lo posible, hasta lo imposible por cubrir mi renta, como se pudiera. Vendiendo cubrebocas, vendiendo tamales; hasta botes, pero yo no me quedo con nada de deuda, me da mucho miedo tener una deuda.
María Susana señala que personas como ella viven de sueldo a sueldo y no pueden permitirse acumular una deuda de alquiler.
Desesperación por el ingreso en una prisión de privilegios
Fabiola Aguilar nació en Hidalgo, México. Tiene 40 años, es madre soltera de tres y vive en una casa en Bayview. Se mudó a San Francisco hace 19 años y llegó como madre soltera con su primogénito de tres años, quien se graduó recientemente de la U.C. Merced, enorgulleciendo a su mamá. El menor, Bryan, tiene 14 años y sueña con ser arquitecto. A su hija de 16 años, Génesis, le encanta andar en patineta.
Fabiola nos hizo prometerle que no la haríamos llorar en la entrevista, pero nuestra segunda pregunta hizo brotar las lágrimas: “¿Tuviste que usar tus ahorros para cubrir el alquiler?”
“Tenía un dinero ahorrado con el que pensaba festejar los 15 años de mi niña. Justamente el año pasado los cumplio. El 31 de mayo. Pues eso, de allí estuvimos agarrando para pagar los biles, las rentas, y pues como ya no se pudo hacer ni fiesta y todo eso, el dinero se fue terminado porque igual el trabajo bajó demasiado”.
“No sé, pues más que nada por el miedo. Miré las noticias y que a mucha gente la estaban sacando de su casa por no poder pagar la renta. A pesar de que supuestamente no podían hacer eso. Entonces para mi es uno de mis temores más grandes, no poderles dar un techo a mis niños en donde duerman. Y, pues sí, solo por eso”.
Fabiola perdió su trabajo en un restaurante en mayo, después de enfermarse del COVID-19: “Cuando me dio el COVID, ya no me aceptaron. El manager no me dejó regresar porque supuestamente podía contagiar a alguien, a pesar de que estuve dos meses en cuarentena.
Un día, desesperada por obtener ingresos, Fabiola aprovechó los recuerdos de su infancia y los videos de YouTube y comenzó a hacer tamales para vender. El primer día regresó habiendo vendido solo 8 o 9 de los 50 que preparó: Y me daba el bajón, y llegaba aquí, lloraba escondida para que no me miraran los niños. No sabía si seguir, o si ya no. Pero buscaba trabajo en internet y en ninguno había nada.
Pero no se rindió, insistió. Finalmente encontró su oportunidad en Sur San Francisco, donde continúa vendiendo sus tamales desde las 6 de la mañana hasta acabar. Ahora ha invertido en un comal mexicano para mejorar la calidad de sus alimentos. Hace esto mientras realiza algunos turnos a la semana en otro trabajo.
Más tarde, cuando se enteró de la moratoria de desalojo, sintió que no era una opción viable para ella: “A mí en lo personal creo que no mucho me ayudaba. Aunque tuviera que pagar solamente el 25, yo no podía darme ese lujo como que ‘Ah okay se pueden esperar como 3 meses o un mes o dos meses para que les de la renta’. Entonces entra más me atrasara, más se acumulaba. No podía darme, más bien es el lujo de que se me fuera acumulando más la renta; porque entonces si no podía pagar en ese momento, no sé $3,000 o $2,000, después cómo iba a pagar $6,000 0 $9,000”.
Lo máximo que llegó a deber fue 2 o 3 meses de alquiler durante el primer año de la pandemia. Hoy, no debe alquiler.
Yo amo mi pueblo y lo extraño muchísimo, a pesar de todo, pero creo que aquí es una cárcel donde le puedo ofrecer a mis hijos aunque sea mucho pero es una cárcel; una cárcel donde les puedo ofrecer más cosas. México es libre, podemos andar por todos lados o hacer todo, pero creo que allá no le podría dar lo mismo, así lo miro, es como una cárcel pero con más privilegios.
El alquiler consumió los ahorros y aumentó la deuda
Al igual que Marta, María Susana y Fabiola, la inmensa mayoría (el 90 por ciento) de nuestros encuestados encontró algún tipo de empleo para ganar algún ingreso en el primer año de la pandemia. Un tercio trabajó en el sector de la restauración y otro tercio realizando servicios de intendencia o limpieza doméstica, trabajos esenciales, que fueron complementados con trabajos ocasionales o pequeños negocios ambulantes iniciados en la comunidad.
Marta aprendió a vender los juguetes, la ropa y los cochecitos usados de sus hijos en el Marketplace de Facebook para obtener un pequeño ingreso adicional desde casa. María Susana importó mascarillas artesanales de México y velos para religiosas para obtener una pequeña ganancia. Fabiola todavía vende sus tamales.
A pesar de la creatividad y el ingenio de nuestra comunidad, más del 80 por ciento de los encuestados dijeron haber ganado menos, mucho menos o ningún ingreso durante el primer año de la pandemia en comparación con el año anterior.
Si bien algunas personas latinx pudieron acceder a ayudas financieras por única vez de organizaciones como Caridades Católicas o Undocufund, estos incidentes parecen casi míticos en la comunidad. La mayoría de las personas cuentan historias de pasar horas interminables en el teléfono tratando de comunicarse con Caridades Católicas o recibir un beneficio único que les ayudó a cubrir tal vez el alquiler de un mes. Algunos que se enfermaron del COVID-19 dicen que se les prometió la tarjeta de débito ‘Derecho a recuperar’ con ingresos de dos semanas, la cual nunca llegó. Otros dicen que finalmente se les negó la ayuda disponible porque no pudieron mostrar la documentación correcta, como inquilinos o inmigrantes, o habían tomado beneficios de desempleo o cualquier otra cantidad de tropiezos burocráticos que parecen afectar más a los inmigrantes latinx.
Sin un alivio económico accesible, como las mujeres de nuestra historia, la mayoría de los encuestados gastaron sus ahorros, ya fueran pequeños o grandes. Cerca del 80 por ciento de nuestros encuestados recurrió a usar o agotar sus ahorros, y una vez agotados, el 60 por ciento recurrió a préstamos de familiares y amigos para cubrir sus gastos urgentes. Una tercera deuda acumulada fueron las tarjetas de crédito.
Para muchos inmigrantes, estos ahorros perdidos equivalen a años de trabajo desvanecidos en el aire. Para otros muchos las nuevas “deudas de honor”, como las llamó María Susana, son su palabra entre sus pares. Tienen el deber de hacerles bien.
Pero estas son pérdidas económicas invisibles y deudas ignoradas por los políticos que desarrollan los paquetes de recuperación económica. Para las familias inmigrantes latinx, el único plan de recuperación es seguir trabajando, trabajar más duro, trabajar el triple.
Este es un plan preocupante, no solo por la explotación continua de los inmigrantes indocumentados y nacidos en el extranjero, sino porque la comunidad latina se vio afectada de manera desproporcionada por una enfermedad con síntomas permanentes.
La pobreza podría ser un síntoma permanente del COVID-19
La muestra de nuestra encuesta no permite correlacionar directamente la propagación desproporcionada de la pandemia en la comunidad de inmigrantes latinx con el estrés manifestado por los encuestados de tener que trabajar para pagar el alquiler, sin embargo, sabemos que entre aquellos que tomaron una prueba de COVID-19 durante 2020, más del 42 por ciento dio positivo a la enfermedad. De ellos, poco más de la mitad debieron ser hospitalizados.
Entonces, la preocupación se centra en el impacto a largo plazo en la salud por este virus, en una comunidad que solo puede depender de su próximo cheque para salir de la pobreza.
Marta y su esposo Melvin nos preguntaron si estaban verdaderamente, completamente, recuperados del COVID-19. Marta dice ya no sentirse igual que antes. Ambos tienen dolores de cabeza ocasionales que son uno de los síntomas más frecuentes de este virus.
Fabiola dice notar una diferencia en su capacidad respiratoria tras haber padecido el virus, sintiéndose fácilmente sin aliento tras una caminata rápida.
Y luego, el estrés de tener que pagar el próximo alquiler y ‘los biles’, pero ahora también las deudas del COVID-19 acumuladas en una recesión económica.
En la pandemia, parecería que la comunidad de inmigrantes latinx no solo fue despojada de su salud, sino también de su economía: doblemente empobrecida por un COVID-19 y una barrera de acceso muy limitada para la recuperación médica o económica a la vista.