Commentario por Carlos Barón

Cuando enseñaba una clase de cuentacuentos en la Universidad Estatal de San Francisco, en muchas ocasiones usé frases que escuché de mi padre, de mi madre, de mis abuelas y bisabuelas. Incluso algunas de tatarabuelos y tatarabuelas. Tengo la suerte de haber escuchado muchísimas frases suyas. Palabras ingeniosas, divertidas, amenazantes, amorosas. Refranes que han acompañado y enriquecido mi vida.

En esa clase, en un  ejercicio denominado ‘evocación ancestral’, pedía a los estudiantes cerrar  los ojos e imaginar que a sus costados, acompañándoles, estaban sus antepasados. Entonces, les guiaba en un viaje que iba de generación en generación. En ese viaje pasábamos un tiempito con padres, madres, abuelos, bisabuelas, tatarabuelos. Ad infinitum. 

Ese viaje por el tiempo terminaba en un sitio denominado Original. Casi universalmente, puesto que mi clase la enseñaba en los EEUU, ese sitio estaba más allá de las fronteras del país. 

Las frases que los antepasados nos hubieran enseñado eran dichos que nos marcaron inolvidablemente. Palabras que ya hemos incorporado o que lo haremos a nuestra fraseología, para continuar diciéndolas. Tal vez para entregarlas a las nuevas generaciones, como tesoros de la tradición oral de nuestras familias. 

Después de ‘rescatar’ una de esas frases, los estudiantes la compartían con el resto de la clase. Cuando comencé a usar ese ejercicio de ‘evocación ancestral’, esa búsqueda a veces despertaba fuertes emociones. Solo imaginar que tenían a sus padres o abuelos a su lado era algo que podía ser emocionante. Algunos tal vez no habían visto o hablado con sus padres o abuelos hacía tiempo. O a lo mejor ya no vivían. Así, el recordar alguna frase o conversación con esos ausentes a veces llevaba al llanto. O a la risa, algo más frecuente.

En una clase formada por jóvenes de diversos géneros y culturas, provenientes de diversas migraciones y que crecieron oyendo diversos idiomas, muchas veces sucedía que alguna frase se repetía. Entonces, —por ejemplo—un estudiante chino, un negro norteamericano y un blanco eurodescendiente, al descubrir que había rescatado la misma frase, se podía mirar de una manera distinta. Más positiva, más abierta a la colaboración creativa multicultural.

Denominé esas coincidencias como “experiencias multiculturales positivas”, pues provocan un acercamiento entre quienes las comparten. ¡Si esos diversos antepasados habían repetido la misma frase, de seguro que había otros puntos de coincidencia entre sus diversas realidades! Como ejemplo usaré una frase universalmente conocida y repetida: “Al corazón de una persona se llega por su estómago”. Casi todas las culturas usan esa frase… aunque —si no se comparte— tal vez pensaremos que solo se usa en nuestras familias.   

Puesto que esa clase pasaba en los EEUU, a menos que algún estudiante fuera descendiente de indígenas pre-colombinos, el ejercicio demostraba, sin mayor discusión ni escándalo, que casi todos los habitantes de este país son descendientes de inmigrantes. El reconocimiento y aceptación de ese hecho es algo básico para una mejor colaboración creativa multicultural.

Según mis experiencias, pienso que la colaboración creativa multicultural es la base para un mejor entendimiento entre las diversas realidades étnicas o culturales que conforman un país.

Para terminar, compartiré un par de frases que escuché en mi niñez, y que sigo usando.

La primera es “¡Levanta y encontrarás!”: cada vez que mis hermanas o yo extraviamos algo, íbamos a pedir ayuda a nuestra madre, en tono semi-desesperados. Mi madre no perdía mucho tiempo con nuestras plañideras urgencias y se limitaba a responder con una desarmante simpleza: “¿Dónde estaba eso la última vez que lo viste?¡Ah! ¡Pues ahí tiene que estar”. Y terminaba diciendo: “¡Levanta y encontrarás!”. Reclamando, hacíamos lo que ella decía. Generalmente, debajo de todo, ahí estaba lo que echábamos de menos. 

La segunda frase es “Santa María, cuando cosía, ¡nunca la aguja perdía!”. Esa frase, que repetía mi bisabuela, también sirve para encontrar algo. Explico: muchas veces, cuando extraviamos algo, sentimos una especie de urgencia, un desespero que no nos deja pensar. Si hay otra persona cerca, le pedimos ayuda. Muchas veces, esa ayuda no llega, pues esa persona simplemente ignora dónde está lo extraviado. Azorados, perdemos tiempo y dejamos de pensar. Incluso buscamos donde sabemos que nunca podría estar lo que extraviamos. Es ahí cuando esa especie de mantra nos puede ayudar: “Santa María, cuando cosía, nunca la aguja perdía”. Repitiendo la frase, nos concentramos mejor en la búsqueda. Sentimos, mental y físicamente, que estamos en buen camino.

Aunque la frase anterior suena como algo religioso (y yo no lo soy), proviene de mi bisabuela Margarita, que sí lo era y que siempre cosía, como a lo mejor lo hizo María. Sé que mi finada bisabuela mucho cosía, pues aún recuerdo su voz un tanto pituda, llamándome: “¡Carlitos! ¡Venga a enhebrarme la aguja!”

Les invito a que revisen sus recuerdos y vayan al rescate de alguna frase que oyeron de algún antepasado. Si no han conversado o pasado un rato valioso con sus padres, madres o abuelos y abuelas, y si los tienen vivos y cercanos, ¡aprovéchenlos!