El 6 de enero encendí la televisión para observar el conteo de votos que habría de declarar oficialmente al ganador de las elecciones de 2020 en los EEUU. Históricamente, este procedimiento parlamentario es un proceso lento y aburrido, pero este año una amenazante nube parecía colgar sobre el evento. ¿Acaso saldrían chispas y el espectáculo sería menos aburrido que lo usual?

El miedo y la violencia parecían estar en el aire. Creo que mi observación fue compartida por millones de personas. No solo en este país, sino en todo el mundo. Si ese es el caso, ¿por qué hubo una seguridad tan relajada en el Capitolio? Caso opuesto, ¿por qué hubo un Capitolio tan fuertemente protegido hace pocas semanas, cuando manifestantes de ‘Black Lives Matter’ llegaron al icónico edificio del Congreso? ¿Cúal es la verdad detrás de eso?

¿Será, tal vez, porque las aparentemente improvisadas pero peligrosas masas que atacaron el Capitolio el 6 de enero eran —en su mayoría— predominantemente euroamericanos blancos?

Los ojos de la policía y de la nación parecen no ver cualquier versión de la verdad distinta a la que engullen históricamente. Así las cosas, un hombre blanco armado y belicoso es considerado menos peligroso que un niño negro sentado tranquilamente en un parque, con su rifle de juguete. Resultado: el niño negro muere  mientras que el hombre blanco vive y puede atacar el Capitolio.

Lo que pasó este 6 de enero de 2021, fue un asalto espectacularmente fácil del Capitolio, a manos de partidarios del candidato perdedor. No fue nada aburrido, más un acto anunciado y predecible. El perdedor de las elecciones, el aún presidente Donald Trump, no aceptó su derrota. En su lugar, reclamó que “el sistema fue manipulado”, una frase que paradójicamente ya había usado cuando ganó las elecciones en 2016.

A partir de 2016, se han desenvuelto sus tentativas de resquebrajar las instituciones democráticas como la prensa, el Congreso mismo, o a varios jueces que no ‘simpatizaban’ con él, o cualquier otra persona o institución que no se arrodillara ante a sus bucles de oropel. El 6 de enero de este año solo fue la cereza que coronaría el centro de su amarga torta de supremacía blanca.

Illustrator: Tim O’Brien/Mother Jones

En ese día, Trump exaltó a sus tropas invasoras y les dijo: “¡Yo marcharé con ustedes!” Por supuesto, solo fue otra mentira, que se suma a su ya larga colección. Tan pronto las arengas sediciosas terminaron, el dio media vuelta y se fue a observar el ataque en la televisión.

¡Vaya, hombre! Al menos Nerón tocó la lira cuando hizo arder a Roma. Usted, señor Trump, solo ‘tuiteó’ en su teléfono.

Cuando terminaron los discursos frente a la Casa Blanca (¡nunca el nombre sonó tan apropiado!), los enardecidos partidarios de Trump marcharon hacia el asalto del Capitolio. Fue algo feo, pero también muy revelador a una versión distinta de la verdad. Esta “revolución”, al contrario de lo que dijo el poeta negro Gil Scot Heron, si fue televisada. Y eso tal vez haga todo menos feo, porque la herida está expuesta y tal vez la sanación pueda comenzar. ¿La verdad te hará libre? Ojalá.

Pocos días después del asalto al Capitolio, un edificio que muchos describen como “el sitio más sagrado de nuestra democracia” (¡y yo que creía que ese sitio era Wall Street!), este dividido país arde con antagónicas opiniones y análisis sobre este espectacular evento, que muchos llaman “un oscuro día en América”.

¿Un día oscuro? Bueno, ¡debo vivir en una realidad paralela! Para mí, fue uno de los días más blancos en los EEUU. ¡Nada oscuro en él! Esa masa invasora era una colección de vikingos, peregrinos, soldados de poca fortuna de la confederación sureña, amables policías (con honorables excepciones) y congresistas colaboradores. Todos blancos, con escasos salpicones de otros colores entre las hordas invasoras. 

Para cualquier negro, latino (o incluso algún latinx) desubicado, que se vio involucrado en el excitante pandemonium, a lo mejor fue algo emocionante y distinto. ¡Ese asalto dejó chicos los asaltos que ocurren en las ventas de Black Friday! Aquí estaban, atacando el Capitolio, rodeados de blancos amistosos, que al parecer los trataban como iguales. ¡Y entrando al Capitolio gratis!¡GRATIS! ¡Solo en ‘América’!

Aquí incluyo una pequeña, pero relacionada digresión. ¿Por qué llamarles Black Fridays: los ‘Viernes Negros’ son cacareadas ventas masivas que suceden después del Día de Acción de Gracias, donde a veces se producen enfrentamientos físicos entre la gente que se pelea por entrar primero a las tiendas). Aunque esa tradición cultural/comercial es un gran anzuelo para las masas de todos los colores, ese anzuelo es cebado por blanquísimos directores ejecutivos y otros semidioses del sistema capitalista. ¡Ay! ¿Suena demasiado ‘socialista’ para usted? OK. Fin de la digresión. No quiero asustar a nadie.

Pero… otro pequeño punto. No voy a usar el término ‘América’ para referirme a este país. No quiero apoyar la burda apropiación del término. La última vez que miré, América es un continente. Un boliviano es un americano, una cubana, o un venezolano, también lo son. Aunque en estos días, esos países sean considerados ‘enemigos’, o por lo menos adversarios de los EEUU.

Volvamos al tema anterior. Estoy enojado. Tal vez usted también lo está. En estos días, hay mucha gente enojada o asustada. No olvidemos, como lo dijo un ex presidente, que “hay gente buena en ambos lados”. Gente muy ‘patriota’ y muy alterada.

En la búsqueda de una verdad diferente, comencemos por abandonar esa fea mentira: “Esto no es lo que somos. Esto no es América”. Sí que lo es y lo ha sido. Como dijera Steve Kerr, entrenador del equipo de básquetbol Golden State Warriors: “Esto es lo que somos. Cosechamos lo que plantamos”.