Los trabajadores agrícolas del Condado Kern tienen una de las tasas más bajas de vacunación contra el COVID-19 a nivel estatal, debido a la falta de vivienda estable, inestabilidad alimentaria, acceso limitado a los sitios o centros de vacunación y a la enorme cantidad de desinformación.

Un poco más de la mitad de los residentes del condado  —el 50.7 por ciento— han recibido por lo menos una dosis de la vacuna, según datos del 26 de octubre del sitio web covidactnow.org, que obtiene información del Departamento de Salud y Servicios Humanos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, y cuadros de mando oficiales del estado y de los condados. Comparativamente, más del 74 por ciento de los californianos han recibido por lo menos una dosis de la vacuna; dos tercios de las personas que viven en los EEUU también han recibido por lo menos una dosis. 

Se considera que el condado de Kern está en un nivel de riesgo muy alto al tener casi 38 nuevos casos al día. Las tasas de hospitalización y muertes han caído un poco este mes, después de una subida dramática en septiembre.

Los trabajadores agrícolas en California, incluyendo los que trabajan en el procesamiento de alimentos, tienen la segunda tasa más alta de muertes relacionadas con la pandemia. Los primeros son los trabajadores de los almacenes. La fuerza laboral agrícola consta principalmente de nuevos inmigrantes, con sueldos medios de tan solo $14 mil por año.

“El Valle Central fue un foco de transmisión del COVID-19 en 2020; los trabajadores agrícolas vivieron un riesgo mucho más alto de muerte relacionada con la pandemia en 2020 en comparación con otros trabajadores. En todos los EEUU, los trabajadores agrícolas tienen aún las tasas más bajas de vacunación”, dijo Edward Flores, profesor auxiliar de sociología y co-director del Centro de Labor y Comunidad de la UC Merced.

En una sesión informativa del 20 de octubre, que también patrocinó el Center at the Sierra Health Foundation, Flores habló de la correlación entre la falta de vivienda estable y la inestabilidad alimentaria y las resultantes bajas tasas de vacunación. “Cuando vemos tasas bajas de vacunación entre los trabajadores agrícolas, esto realmente es un síntoma de un problema mucho más profundo”, dijo, al observar que hay que poner el foco de la salud pública de esta región en ampliar las redes de seguridad.

Ilustración: Eva Moschitto/El Tecolote

Las personas que viven en hogares con una alimentación suficiente tenían tasas de vacunación del 88 por ciento. Los que viven en hogares donde a menudo no hay suficiente de comer tenían tasas de vacunación del 56 por ciento de media, dijo Flores. 

Así también, sólo el 39 por ciento de las personas que viven sin seguro médico están vacunadas. Los que se veían desahuciados en uno o dos meses tenían tasas de vacunación de cerca del 35 por ciento, dijo, según datos iniciales de la encuesta sobre el pulso de los hogares de la Oficina del Censo.

Otros ponentes en la sesión informativa fueron: Juana Montoya, organizadora comunitaria de Líderes Campesinas, la asociación más grande de mujeres campesinas del estado; Margarita Ramírez, trabajadora de la comunidad mixteca del Centro Binacional que aboga por los campesinos indígenas en todo el Valle Central; Deep Singh, director ejecutivo del Jakara Movement que representa a los Sikhs y miembro de Fresno Board of Education; y Sarait Martinez, directora ejecutiva del Centro Binacional.

Juana Montoya —hija de campesinos, dejó de asistir a la escuela secundaria en el primer año para unirse a sus padres en los campos— trabajó durante la pandemia en una instalación de almacenamiento en frío, empacando uvas para enviarlas a Australia. Junto con su esposo comenzaban sus días normalmente a las 4:30 de la madrugada, preparando a sus hijos para ir a la escuela o para la nana antes de esperar a la camioneta que los llevaría al trabajo. Frecuentemente trabajaban los sábados, y los domingos, “íbamos a misa y a hacer la compra para que no tuviéramos que salir durante la semana”.

“Un gran temor que siempre tuve fue el tener que viajar con los compañeros al sitio de trabajo, y no saber si los demás ocupantes del vehículo estaban infectados con Covid”, dijo. 

Las mujeres trabajadoras agrícolas se enfrentan a la desinformación por parte de sus comunidades y las redes sociales. “Les tenemos que decir que no hay un chip que las sigue. No hay ningún efecto negativo. No pierdes la fertilidad”, dijo Montoya.

También la situación migratoria es una razón por la que muchos no se han vacunado, agregó Montoya y observó que muchos campesinos carecen de documentos legales y temen dar información personal al gobierno. Otras barreras son la falta de acceso a Internet, transportación fiable, y problemas con el idioma.

Abogó por llevar los sitios de vacunación donde trabaja la gente y donde se congrega la comunidad. “Realmente no tenemos tiempo en el trabajo para averiguar lo de las vacunas”, dijo.

Margarita Ramírez, madre de seis hijos y que domina el mixteco y el español, dijo que durante la pandemia a muchos campesinos les redujeron las horas. Los que trabajaban tuvieron que seguir trabajando aunque estuvieran enfermos. Muchos hablan un idioma indígena, no el español, que dificultó el acceso a servicios ofrecidos por el condado y el estado.

Martínez, indígena zapoteca del estado de Oaxaca, México, habló acerca de un informe que su organización había publicado recientemente sobre la realidad de la vida de los campesinos indígenas, resultado de una colaboración entre varias organizaciones.

“Los campesinos tienen un profundo respeto a los conocimientos de esa tierra, y somos grandes expertos en la agricultura y la producción de alimentos, porque está arraigado en prácticas agrícolas ancestrales y sostenibles que han pasado de generación en generación. Eso es realmente lo que sostiene esta economía agrícola de billones de dólares en el estado”, dijo, agregando que muchos campesinos indígenas hablan español como segundo idioma, pero la gran mayoría son monolingües en sus idiomas indígenas, lo que dificulta el acceso a información confiable.

Las comunidades indígenas, como muchas otras comunidades de campesinos, también perdieron salarios debido a una reducción de horas, lo que resultó en salarios insostenibles para trabajadores que ya de por sí ganaban poco, dijo Martínez. 

“Aunque los recursos están allí, manejarse a través de ellos es realmente casi imposible para nuestra comunidad, para tener todos los requisitos para orientarse y pasar por el proceso, porque las instituciones no están equipadas para desempeñar servicios en nuestra comunidad en su idioma y en la cultura que se merecen”. 

Martínez observó la ansiedad y el estrés en la comunidad sobre la incapacidad de pagar las necesidades básicas, como el alimento, el cuidado de los niños, la renta, junto con la imposibilidad de faltar al trabajo por enfermedad. 

Deep Singh dijo que la historia de la comunidad punyabi en el Condado de Kern se remonta a más de 100 años. Los jóvenes punyabis no están interesados en labores agrícolas; los trabajadores en los campos son más que nada mayores o inmigrantes recién llegados.

 Muchos punyabis indocumentados también trabajan en varias plantas de procesamiento de alimentos. Muchas de ellas han ordenado a sus trabajadores vacunarse, mientras que otras han tomado la postura alterna, claramente evitando que esté disponible la vacuna, dijo Singh. “Vacunarse, a menudo requiere tomar tiempo libre del trabajo, lo que no es factible para trabajadores de las plantas de procesamiento de alimentos».

“Realmente pienso que al final, tendrá que haber un mandato para todos los patrones, si realmente vamos a mover la aguja para asegurar la salud y el bienestar de nuestras comunidades, eso tiene que ir de la mano con la educación y la extensión comunitaria en el idioma”, indicó Singh.