[su_heading size=»30″ align=»left»]Nuestras voces serán escuchadas [/su_heading]

[su_slider source=»media: 31012,31013,31014,31015,31042,31016,31017,31019,31020,31021,31022,31023,31024,31026,31027,31028,31029,31030,31031,31032,31033,31034,31035,31036,31037,31038,31039,31040,31041,31043″ limit=»40″ link=»image» target=»blank» width=»700″ height=»460″ autoplay=»0″ speed=»500″][su_slider source=»media: 29856,29857″ limit=»30″ link=»image» target=»blank» width=»700″ height=»460″ autoplay=»0″ speed=»500″][su_menu][/su_slider]

Así es como este tipo de historias suelen comenzar:

Los manifestantes cerraron un tramo de la autopista 880 en Oakland, California, para protestar por la reciente muerte de dos hombres de raza negra en un tiroteo que involucró a personal de la policía. Alrededor de dos mil manifestantes salieron a las calles el 7 de julio en una marcha que comenzó en la Plaza Frank Ogawa y se detuvo en el Edificio de Administración del Departamento de la Policía de Oakland, donde fuentes de dicha entidad reportaron actos de vandalismo incluyendo grafiti y vidrios rotos. Para la 1:15 de la mañana siguiente, todos los manifestantes habían desalojado la carretera y el tráfico se movía como de costumbre.

Al leer o escribir historias como esta por mucho tiempo, uno termina olvidando que la narración anterior es en realidad una mentira, pese a que ninguno de los datos es técnicamente incorrecto. Es una mentira porque borra la humanidad y la realidad de los seres humanos, que son los más afectados, por pretender estar diciendo la verdad.

Los “manifestantes” no bloquearon el 880, la gente lo hizo. La gente cansada de ser deshumanizada, silenciada e ignorada, cerró una sola carretera en una ciudad y unos pocos cientos fueron incomodados por unas horas.

Este flujo masivo y casi espontáneo de solidaridad no fue una reacción a la muerte de dos de los hombres; fue la culminación de miles de muertes, que lleva por todo el camino de vuelta hasta las primeras páginas ensangrentadas de la historia de nuestra nación.

Si esas personas bloquearon esa carretera por Alton Sterling y Philando Castilla, también lo hacían por Freddie Gray, Tamir Rice, Justus Howell, Eric Garner, Timothy Russell, Oscar Grant, Alan Blueford, Ramarley Graham… esto es una pequeña muestra de los nombres en una larga y vergonzosa lista de la historia reciente.

Así que perdónenme y a otros si no arrojamos lágrimas por un puñado de objetos inanimados, rotos y manchados de pintura. Todos estamos llorando por Malissa Williams, Sandra Bland, Tanisha Anderson, Yvette Smith, Shelly Frey, Rekia Boyd, Jessica Williams, Aiyana Jones… Y, por supuesto, por Alejandro Nieto, Amilcar Pérez-López, Luis Góngora, Antonio Núñez, Pedro Villanueva…

Así que muchos otros han sido olvidados por todos, excepto por sus familias. Sus memorias han sido enterradas bajo el peso aplastante de la desensibilización de los medios. Su humanidad se ha perdido entre las sombras laberínticas de debates impotentes sobre la “reforma de la policía”; sus rostros han quedado borrados por la constante erosión del “tráfico moviéndose como de costumbre”.

No es ninguna sorpresa que varias de las personas atrapadas en el tráfico tocaran el claxon en apoyo a la manifestación pacífica que bloqueaba su camino el 7 de julio, porque los más de dos mil que salieron a las calles esa noche representan sólo una fracción de los que exigen un cambio real en nuestro sistema racista de “justicia”.

En verdad, los manifestantes reales no eran ninguna de las personas en la autopista aquella noche. Los manifestantes reales son las personas que utilizan las redes sociales y las secciones de comentarios de artículos de prensa para hablar de la gran histeria por la manifestación en el 880, sobre la ejecución de personas, sobre “terrorismo económico”, acerca de pacientes hipotéticos que mueren en ambulancias hipotéticas —hay que dejar en manos de los que defienden el status quo racista valorar las vidas imaginarias de negros y morenos.

Esas personas son los verdaderos manifestantes. Están demostrando lo que una vida de consumo acrítica de la narrativa de los principales medios de comunicación desde una posición de privilegio puede hacer a su mente y alma, y es como la sal en una babosa.

O como Malcolm X dijo, “Si usted no tiene cuidado, los periódicos lo harán odiar a las personas que están siendo oprimidas, y amar a aquellas que están siendo opresoras”.

Este no es un debate vacío sobre un asunto abstracto —no para quienes somos directamente afectados por ello, no para aquellos de nosotros que tenemos que decir adiós a alguien que amamos cada mañana y nos preguntamos si los veremos de nuevo esa noche o en el noticiero nocturno.

El Pastor Ben McBride, originario de la zona de la bahía, ha dedicado su vida a elevar la calidad en su comunidad y poner fin a la epidemia de violencia en uno de los barrios más duros de Oakland. En el pasado, trabajó en estrecha colaboración con la OPD, fungiendo como el primer entrenador no oficial del Procedural Justice & Police Legitimacy Course.

Pero esa noche, a pesar de que proyectaba fuerza y determinación, su ira era palpable y dejó en claro que esperar y orar para que la policía cambie, ya no es una opción.

“Ahora ya no estamos en el punto de la reforma policial. Ese día ha terminado. El sistema no puede ser reformado. Necesitamos una transformación total, fundamental del sistema de seguridad pública en los EEUU”, dijo. “Y esto es lo que queremos decir a la policía: “Nosotros no te necesitamos como autoridad. Ya no vamos a participar en sus juegos. Ya no vamos a participar en su conspiración… vamos a terminar con su imperio hasta que se haga lo que es correcto. Y hasta que así suceda, a través del poder de la no violencia, derrumbaremos su departamento ladrillo a ladrillo”.

Como lo dijo el coro de la multitud durante toda la noche: “Todo el maldito sistema es culpable”, y todo el sistema debe cambiar.

Hemos estado aquí antes —en cada paso desde la esclavitud hasta la actualidad, ha habido esas voces “moderadas” diciendo a la gente de color y morenos, y otras comunidades que permanezcan en su lugar y no hagan mucho aspavientos. “Estoy de acuerdo con su causa, pero no sus métodos”, nos dicen, poniendo por encima de todo la comodidad de los automovilistas y la santidad de la policía antes que la vida de los seres humanos.

No más. No más excusas. No más justificaciones  No más narrativas de noticias “arregladas” que afectan a los afligidos y tranquiliza a los acomodados. No más esconder debajo del tapete las vidas de negros y morenos.

No más “el tráfico avanza como de costumbre”.