Hace un par de meses, cuando el City College de San Francisco enfrentaba recortes masivos que devastarían los programas y provocarían el despido de cientos de profesores, leí el obituario de Vartan Gregorian, un académico que restauró la Biblioteca Pública de Nueva York en la década de 1980. Lo que él decía sobre la biblioteca —que no es un lujo sino una parte integral de esa ciudad— hizo eco en mis pensamientos frustrados y desesperados sobre esa institución. Gregorian afirmaba que las bibliotecas públicas de Nueva York creaban y salvaban vidas. Lo mismo ocurre con el City College, donde la gente aprende habilidades, encuentra trabajo, se transfiere a otras universidades y descubre la comunidad y la emoción en las clases de pintura o de idiomas.

He enseñado en esa institución durante años, recientemente asignaturas como literatura, educación cívica, redacción y humanidades a adultos que estaban en vías de obtener el título de bachillerato. En clase, leímos a Sherman Alexie, Emily Dickinson y Jhumpa Lahiri, discutimos la Constitución y los poderes de las tres ramas del gobierno, visitamos la exposición del Ramayana en el Museo de Arte Asiático, la exhibición de Monet en la Legión de Honor, la de Tenochtitlan en el De Young y los murales en el Balmy Alley de San Francisco con el artista Josué Rojas. Muchos de mis alumnos trabajaban, a menudo en más de un empleo, y algunos cuidaban de sus hijos o de sus padres, pero se comprometían a obtener un diploma de bachillerato y a saber adónde les podía llevar eso.  

Cada año este programa graduaba a más personas y los estudiantes se trasladaban a escuelas como la Universidad de California en Berkeley, la Universidad de San Francisco y la Universidad Estatal de San Francisco. Se convirtieron en profesores, consejeros, trabajadores sociales, entrenadores y empleados municipales.

El Consejo de Administración propuso el recorte de 163 profesores de tiempo completo, lo que habría supuesto también la pérdida de cientos de trabajadores a tiempo parcial. Programas como el de inglés como segunda lengua, el de enfermería, el de estudiantes discapacitados, el de estudios filipinos (el único programa de este tipo en el país) y el de mantenimiento de aeronaves habrían sido destruidos o reducidos drásticamente. 

Para detener los recortes, los profesores aceptaron reducciones en sus salarios de entre el 4 y el 11 por ciento. Tres días después de esta difícil y desgarradora decisión, los responsables de la universidad propusieron dar al rector un aumento del 23.5%, alrededor de unos 420 mil dólares, subrayando lo poco que les importaban los profesores y su sacrificio. Este es el rector que en lugar de tratar de ampliar la escuela para servir a más personas ha hablado de reducirla a unos 20 mil estudiantes. Es sorprendente y descorazonador ver a los administradores considerar un aumento de sueldo para alguien que ya gana 340 mil dólares justo después de haber propuesto recortar los puestos de trabajo de cientos de profesores.

La propuesta de aumento salarial fue anulada, por ahora. Los recortes salariales de los profesores han permitido a la escuela ganar algo de tiempo, pero no han solucionado los problemas de raíz. Muchas personas en el Área de la Bahía se han visto afectadas por esta institución que corre el riesgo de ser destruida. Pero no se trata sólo de individuos, con tantos puestos de trabajo perdidos, la escuela es importante para restaurar la economía de la ciudad. Precisamos trabajadores que puedan ocupar puestos de trabajo y la gente necesita la formación de los programas profesionales y vocacionales que ofrece la CCSF. 

Profesores, estudiantes, graduados y miembros de la comunidad del City College de San Francisco realizan una manifestación afuera del Centro de Bienestar de dicha institución el 7 de abril de 2021 para exigir a la administración anular los despidos de profesores. Photo: Sean Reyes

Pero no se trata sólo de empleo, con la pandemia, hemos visto lo brutal que puede ser el aislamiento y la importancia de la conexión, el CCSF es vital para que San Francisco se recupere emocionalmente, no sólo económicamente. ¿No queremos que la gente se sienta parte de la sociedad y siga aprendiendo, no sólo para obtener beneficios económicos?

Cuando Gregorian inició su campaña para restaurar la Biblioteca Pública de Nueva York, ésta tenía un déficit de 50 millones de dólares, y los miembros del consejo administrativo hablaban de recortar horas, vender colecciones valiosas y cerrar algunas sucursales. Una vez que eso ocurre, es raro que esos servicios vuelvan, por ejemplo, si el CCSF se deshace del programa de mantenimiento de aeronaves, es probable que ese programa desaparezca para siempre. 

El CCSF es una institución muy diferente, pero, como la Biblioteca Pública de Nueva York, es un tesoro. La universidad se enfrenta a verdaderos problemas financieros, al igual que la biblioteca, con un déficit presupuestario previsto de 33 millones de dólares. Pero encogerse de hombros, rendirse y despreciar a la gente que quiere más oportunidades, una vida mejor y una conexión humana es poco imaginativo, miope y mezquino. 

Otra cosa que dijo Gregorian es aún más cierta para el City College: «¡La biblioteca no es un centro de gastos! Es una inversión en el pasado y el futuro de la ciudad».