Hace pocos días murió Yolanda López, artista ícono del arte y de la comunidad Chicana.

Su muerte ha inspirado a mucha gente, que ha escrito sentidas y bellas palabras en su honor.

Las siguientes frases representan mi humilde contribución.

Haciendo eco del canto que encabeza esta columna, creo que ella sigue con nosotros. Espiritualmente, no se ha ido. Su legado persiste y llega a las mentes y corazones de quienes tuvieron la suerte de conocerla y convivir con ella.

Conocí a Yolanda a finales de los años setenta. Ambos éramos activistas culturales en La Misión, el Barrio Latino de San Francisco. Su especialidad era el arte gráfico. Lo mío era el teatro.

Con Yolanda, cruzamos caminos en icónicos momentos, así fueran inauguraciones de galerías de arte, festivales de teatro, o eventos que sucedían en los lienzos de la calle, como las fiestas que celebraban un nuevo mural, la Procesión del Día de los Muertos o durante el Carnaval.

Pienso que no fue suficiente. Quisiera haber colaborado mucho más artísticamente, más allá de haber tenido esos numerosos pero breves encuentros.

Foto: Shane Menez

Hace algunos meses, el escritor y actor teatral Paul Flores me pidió una entrevista. Estaba planeando realizar una pieza de teatro callejero, basada en tres artistas que habían trabajado en La Misión por muchos años: Joan Holden, directora artística del San Francisco Mime Troupe, Yolanda López, y yo.

Le dije a Paul que agradecía el que me incluyera junto a esas ilustres compañeras. Cándidamente, me respondió que —aunque hubiera pensado en mí— la decisión de incluirme fue influenciada por lo que Yolanda López había dicho respecto a mi trabajo. En su inimitable manera, ella le aconsejó: “¡Ojalá que incluyas a Carlos!”. A Paul, eso tal vez le sonó como algo más que una sugerencia. ¿Tal vez era un claro e inconfundible mensaje? 

Hace pocas semanas llamé a Yolanda. Sabía que su enfermedad avanzaba rápidamente y quería agradecerle las buenas palabras que compartió acerca de mi trabajo. Además, quería entrevistarla para esta columna.

Yolanda me contó que había seguido mi carrera a través de los años, viéndome actuar en presentaciones de teatro callejero (durante el Día de los Muertos y otras), o había visto obras que yo había escrito o dirigido. ¡Ella recordaba detalles que yo casi había olvidado! En otra parte de la conversación, me hizo sugerencias acerca de otro tipo de obras de teatro que podría (o debería) crear en un futuro cercano. ¡Otro claro y directo mensaje!

Le dije que estaba feliz y honrado por su interés y apreciación por mi trabajo teatral, que yo siempre había admirado y respetado su trabajo. Se rió con gusto y expresó: “¡Bueno, lástima que no declaramos esta mutua admiración un poco antes!”.

Hablando de su trabajo, mencioné su “Trilogía Guadalupana”. Le dije que apreciaba el hecho de que hubiera mostrado tres distintas vírgenes de Guadalupe. Todas mujeres trabajadoras.

Yolanda Lopez’s art

Por su parte, ella compartió conceptos que yo conocía por entrevistas suyas en periódicos o en videos. “Quería ver más mujeres en los trabajos gráficos chicanos. Había escasas imágenes femeninas, hechas generalmente por hombres. Demasiado estereotipadas o sexualizadas. Ya que ‘la Guadalupe’ era tal vez la imagen más repetida en las murallas de las familias de la Raza, decidí usar su imagen… pero quise que mis versiones de la virgen fueran más accesibles, más reales, más humanas, menos divinizadas”.

Le confié que, hace varios años, impartí (en la Universidad Estatal de San Francisco) una clase llamada ‘Cultura y valores de La Raza’. En ella, compartí un artículo de la escritora puertorriqueña Magali García Ramis, titulado ‘No queremos a la Virgen’, una crítica feminista del machismo y del extremado marianismo en Puerto Rico.

Con ese artículo, quise iniciar una discusión acerca de la influencia de la iglesia católica (y de los hombres que la controlan) en nuestros pueblos latinoamericanos. Fuera en México, Chile, Puerto Rico, o en los EEUU.

Me sorprendió mucho el que algunas muchachas, alumnas de esa la clase, fueran ante el Decano del Colegio de Estudios Étnicos y demandaran no se me permitiera impartir clases en el Departamento de Estudios de La Raza, pues “¡Ese maestro no cree en la Virgen de Guadalupe!”

¿Acaso algo parecido le pasó a Yolanda con su ‘Trilogía Guadalupana’?

De nuevo, Yolanda se echó a reír. “¡Por supuesto! Cuando mi trabajo, incluyendo la ‘Trilogía’ se iba a exhibir en una galería de Los Ángeles, a los organizadores y a mí nos amenazaron de muerte. ¡Tuvimos que conseguir guardaespaldas para nuestra protección! No había captado el enorme peso que tiene la religión sobre mucha de nuestra gente. ¡Esos ‘guadalupanos’ querían mi cabeza en una estaca!”

Si las buenas intenciones de una artista o de un maestro son malentendidas, eso puede ser peligroso. Hay quienes reaccionan violentamente en contra de quienes solo tratan de ayudarles a pensar críticamente.

Yolanda López sabía que el proceso de educar puede incluir un rechazo inicial por parte de quienes se desea enseñar; es parte del proceso de enseñanza. Ella no huyó de las batallas. El amor por su trabajo y por su gente fueron tareas que valieron la pena.

Por eso insisto: Yolanda López sigue presente. ¡Ahora y siempre!