Cuando mi madre aún caminaba en esta tierra, ella colocó en su sala de estar un letrero: “¡TÚ PUEDES!”. Lo escribió en grande en un pedazo de cartón y lo puso donde lo vería cada día. A veces, lo tocaba al pasar con su mano, así como se acaricia una mascota o a un niño.

Yo ví ese letrero y cómo ella lo tocaba, pero nunca le pregunté al respecto. Asumí que el origen de esa nota era un impulso auto motivador y no dije nada.

Mi madre ya no está aquí, al menos físicamente hablando. Hoy me arrepiento de no haber tenido esa conversación. También me arrepiento de no haber tenido conversaciones con mucha otra gente, amistades, familiares —o con extraños— cuando tuve la oportunidad. Especialmente cuando se trataba de una interacción entre diversas generaciones.

En una sociedad ensimismada, tendemos a pecar por exceso de indiferencia. Demasiado ocupados con nuestro propios pensamientos, dejamos ir intercambios que tal vez nunca se repitan. Todos perdemos.

La madre de Carlos Barón, Elba Parra, jugando básquetbol Courtesy: Carlos Barón

También pienso que la gente a quien menos oímos suele ser las personas que están justo a nuestro lado. ¿Tal vez por asumir que siempre van a estar ahí?

Ahora que vivo mis setentitantos, descubro agradecido que aún tengo mucho que aprender. Mucho que vivir. El cuerpo reclama, los pasos son más lentos, somos más selectivos y menos impulsivos. Nuestro cabello ha encanecido, o desaparecido. Sin embargo, seguimos evolucionando, continuamente cambiando. Si la salud coopera, vibramos, somos válidos, competitivos, actuales.

Las generaciones más jóvenes comparten esas vivencias. Ellas, naturalmente (es parte de su territorio) se consideran vibrantes, actuales y luchan por su validez.

La confluencia de viejas y nuevas corrientes puede crear conflictos. La veterana puede decir “está bien que haya una organización llamada ¡Que se oiga a la Juventud!”, pero también debería existir otra, llamada “¡Que la Juventud oiga!”. A eso, el joven tal vez responda “¿Quién quiere oír tanta cosa vieja? ¡Ya hemos escuchado bastante de ustedes, vejestorios!”.

Necesitamos una mejor comunicación entre el presente y el pasado. Eso ayudará a nuestras decisiones de hoy y nos guiará para el camino a seguir.

Hace algunos años (lo dije en un artículo anterior), cuando mi hijo Roque cursaba la secundaria, preguntó a mi madre acerca de su vida y la de otros ancestros. Ella respondió con una carta larga e informativa, repleta de excelentes detalles. Detalles que tal vez nunca se hubieran conocido, si él no hubiera preguntado.

Por ejemplo, aunque Margarita, mi bisabuela materna, vivió con nosotros varios años, nunca la conocí muy bien. Los detalles de su vida no se habían compartido. Ella era una figura estoica, extremadamente religiosa, que pasaba largas horas cuidando el jardín. Siempre vestía camisas blancas de manga larga, y una severa falda color marrón que le llegaba a los tobillos.

En la carta de mi madre, finalmente supe detalles acerca de mi bisabuela y de su familia campesina. Sus padres fueron analfabetos. Cuando mi abuela Tránsito (¡que nombre!) nació y luego se hizo maestra de primaria, ¡ella enseñó a leer a su madre!

Tránsito fue la primera maestra en nuestra familia. Así comenzó una tradición. Mi madre también fue maestra, dos de mis hermanas y yo mismo seguimos esa ruta y hoy, mi hijo Roque y mi hija Dulce también enseñan.

En esa carta también aprendimos que cuando el juego de básquetbol recién llegó a Chile, a principios de los 1900, mi abuela Tránsito, que era la más alta en su clase, hizo el papel ¡de cesto de básquetbol! Parada en el patio de la escuela, ella  formaba un círculo con sus manos entrelazadas, para que sus compañeras más pequeñas practicaran el nuevo deporte. Años después, cuando mi madre era una joven, jugó en el equipo chileno de básquetbol.

Repito: nunca habría conocido esa historia si mi hijo no hubiera preguntado a mi madre acerca de nuestros ancestros y si ella no hubiese respondido.

Ayer, cuando aún planeaba este artículo, leí una interesante entrevista realizada por Tony Bravo (The Chronicle, 14/04/2021). Es una conversación que tuvo con el pintor africanoamericano Richard Mayhew de 97 años. Algunos trabajos de Mayhew se exhiben en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. 

Elba Parra with her son, Carlos Barón. Courtesy: Carlos Barón

Leer acerca de Mayhew ayudó a terminar este artículo. Aprendí que él aún pinta diariamente y que su trabajo está muy inspirado por sus ancestros, una mezcla africanoamericana e indio norteamericano (su madre era Shinnecok).

Mayhew también dijo que “…una pintura solo es un proceso para el desarrollo de la próxima pintura… la pintura nunca está concluida, pues puede continuar como idea para otra”.

En relación con lo que escribo, pensé: ¿qué tal si reemplazamos pintura por persona? Todos somos un proceso. Un proceso que evoluciona, un proceso que será ayudado o impedido por la cantidad y calidad de comunicación que establezcamos con nuestros hijos e hijas, con nuestros estudiantes, entre nosotros/as… o con nuestros ancestros.

La trascendencia requiere de la comunicación.