Era el 23 de mayo de 1978 cuando Herb Mills, líder de la sección 10 del Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenes (ILWU, por sus siglas en inglés), bajó al muelle 32 de San Francisco para inspeccionar un envío sospechoso. Encontró veintidós cajas de ‘piezas de bomba’ con destino a Chile.
Cuando se corrió la voz, los trabajadores portuarios se rebelaron: se negaron a cargar la ayuda militar estadounidense para la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet. Un mes después, Mills recibió una llamada telefónica a las 9 de la mañana desde la Casa Blanca, informando que el envío había sido cancelado “en espera de una revisión” por las violaciones de derechos humanos cometidas por Pinochet. “El sindicato ha ganado”, coreaban los estibadores. Esta importante victoria lanzó a Mills, con extraordinaria fuerza, a la historia de la solidaridad entre los trabajadores estadounidenses y las luchas internacionales.
Tuve la suerte de conocer a Mills y su familia en el Área de la Bahía. Nos presentó su hija Lydia, activista cultural y profesora de música, durante un evento solidario en La Peña Cultural de Berkeley. Ambos apoyamos la lucha antidictatorial de los pueblos latinoamericanos. Escuchó con profunda atención mis historias de prisión como miliciano contra la dictadura de Pinochet. Para mí estaba claro que Mills tenía un gran respeto por todas las personas que se pusieron en pie de lucha y arriesgaron sus vidas por hacer lo correcto.
Mills fue uno de esos activistas sindicales guiados por un inmenso compromiso con la humanidad y la libertad. En su era adolescencia, trabajó para el River Rouge United Auto Workers Union (UAW, por sus siglas en inglés), cuyas luchas y huelgas mejoraron las condiciones de los trabajadores en todo el país. Su experiencia en ese sindicato lo convirtió en un activista por el resto de su vida.
Como dijo alguna vez, la solidaridad es parte de la cultura sindical. Como líder de la sección 10 del ILWU, impidió que los barcos transportaran cargamento militar a la brutal junta salvadoreña. Se negó a retirar los granos de café de la segregada Sudáfrica. Para apoyar a los trabajadores agrícolas, rechazó las uvas compradas por el gobierno durante el boicot a César Chávez. También participó en la exitosa suspensión de la ejecución de Kim Dae-jung, un líder surcoreano que estuvo a punto de ser ejecutado. En particular, Mills desempeñó un papel destacado en una de las huelgas más largas de los trabajadores portuarios en 1971, que exigían mejores protecciones de seguridad para los que descargaban materiales tóxicos.
Murió en 2018 antes de finalizar su novela PRESENTE, A Dockworker Story. Su esposa, Rebecca Mills, luchó para terminar y, finalmente, fue publicada en 2023. Aunque Mills consideró a su novela como ficción, en realidad es una autobiografía que brinda una mirada íntima a cómo su trabajo como estibador tuvo impacto local e internacional. Al inventar al protagonista Steve Morrow, dio rienda suelta a sus recuerdos, hablando libremente como un hombre que rigió su vida guiado por sus principios.
Siempre sentí un gran respeto y admiración por él, no sólo como líder sindical, sino también como un destacado estibador. Mi abuelo trabajó en esa labor muchos años en los puertos del norte de Chile, sin protecciones para los trabajadores, la vida era muy difícil en aquellos tiempos. Un día, mientras desembarcaba de un carguero, un objeto pesado cayó sobre su pierna, dejándolo cojo por el resto de su vida.
Al leer el libro de Mills, queda claro que sus acciones siempre estuvieron guiadas por un profundo amor por la clase trabajadora explotada. Muchos de nosotros en Sudamérica pensábamos que el pueblo de los EEUU era ferviente admirador y partidario de las políticas violentas e imperialistas, pero las acciones de Mills dejaron claro que hay partidarios que son capaces de arriesgarlo todo, protestando, haciendo frente a las injusticias cometidas por el imperialismo estadounidense en todo el mundo.