Para generar una coalición poderosa entre la fuerza laboral estadounidense, se requiere de la solidaridad y empatía entre sus integrantes. Desafortunadamente, en ello radica un primer dilema: mucha gente en este país evita considerase a sí misma como parte de la ‘clase trabajadora’. Al declararnos —o aspirar— ser parte de la ‘clase media’, nos separamos de nuestros aliados naturales: otras y otros trabajadores asalariados.
Francamente, considero que la clase media es en gran medida una ilusión, una zanahoria que cuelga del extremo de un palo muy largo. No tenemos que cantar junto con John Lennon que “un héroe de la clase obrera es lo que debes ser”, basta con el reconocimiento de nuestra realidad laboral y de nuestra vida para aliviar nuestra confusión existencial. Más importante aún, ello permitiría una solidaridad de la fuerza laboral hacia las luchas locales, nacionales e internacionales de otros pueblos y comunidades oprimidas. El tipo de solidaridad que Gaza necesita ahora mismo.
Otra realidad desafortunada que permea entre la clase trabajadora de nuestro país es que tendemos a perder tiempo valioso compitiendo por territorio, recursos o por definir quién ha tenido la peor historia. Parte de esta competencia está en algunos de los siguientes argumentos: «¡Ey, estuvimos aquí primero! Todo el suroeste solía ser México, ¡y nos lo robaron!” “Espera: incluso antes de que esto se llamara México, estábamos aquí, somos los primeros nativos, los verdaderos nativos ¡Los originales! Pero, hoy ¡las latinas y los latinos, están siendo expulsados nuevamente! ¡Somos el principal objetivo de las políticas injustas de inmigración de este país!” “Por favor, no olviden la Ley de Exclusión China o los campos de internamiento japoneses de la Segunda Guerra Mundial, ni los actos desenfrenados de odio contra las comunidades asiáticas actuales!” «¡Espera un segundo, nuestra realidad, como afroamericanos, es que ni siquiera podemos llamar a nuestra historia una migración! Nos trajeron como esclavos, nuestras familias fueron diezmadas, lo perdimos todo”.
Todos los argumentos anteriores son ciertos y merecen ser enseñados como parte de nuestra historia. Sin embargo, nuestros actuales colonizadores (y gentrificadores) intentan mantenerlo fuera de los contenidos a impartir en las aulas del debate político o del discurso dominante, alegando que estas historias de alguna manera siembran odio y divisiones. La lucha palestina nos recuerda claramente nuestra historia, la que algunos intentan mantener oculta. Citando a Martin Luther King, “la injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”.
En cambio, son los colonizadores quienes dividen y conquistan, una táctica que no sólo separa a las personas de color entre sí, sino también a millones de blancos de clase trabajadora de los demás. Cuando a nuestras comunidades se les enseña una visión distorsionada de la historia, terminamos aliándonos con el opresor.
En la obra Las venas abiertas de América Latina, el uruguayo Eduardo Galeano escribió que “la historia la escriben no sólo los vencedores sino también los supervivientes”. Cuando fui profesor en la Universidad Estatal de San Francisco, solía decir que un gran número de mis estudiantes eran «los supervivientes del sistema”: navegaron y sobrevivieron a las complicadas corrientes del sistema educativo estadounidense. Se comportaron y obedecieron las reglas, tanto en casa como en el sistema escolar. Luego, como estudiantes universitarios, ingresaron a un sistema donde —con suerte— se fomenta más fácilmente el pensamiento crítico y el cuestionamiento. Sin embargo, la mera supervivencia ya no es suficiente. Es el momento de cuestionar, de discrepar y dar la bienvenida a nuevas ideas; de pensar, atreverse y actuar.
Mientras continúan las atrocidades en Gaza, vemos cómo la juventud de todos los orígenes despiertan a un poderoso rugido en defensa de Palestina, y a estudiantes de varios niveles educativos que están liderando la lucha, junto a muchos profesores, madres y padres de familia acompañándolos. En todo el país, personas de diferentes generaciones y orígenes se están uniendo por una causa común.
En un momento de esperanza, un miembro de una organización de la ciudad de Berkeley llamada ‘Padres judíos por la liberación colectiva’ declaró recientemente: “La seguridad y sobrevivencia judías están ligadas a la liberación del pueblo palestino”.
Ese es el nivel de solidaridad y empatía que se necesita en estos tiempos crueles. ¿Se unirá la clase trabajadora de esta nación a la lucha a favor de Palestina? No hacerlo sería oponerse a nuestros intereses comunes.