El 15 de abril, Carlos Altamirano, el chef peruano conocido en toda el área de la Bahía, realizó un sueño que había tenido desde que llegó del Perú a San Francisco en 1994: abrir un restaurante en La Misión, en la calle Valencia.
Hace tiempo, compró el local donde ahora está su restaurante Sanguchon, pero debido a la pandemia, no pudo abrir hasta meses después.
“La pandemia ha sido muy difícil para los comerciantes, y fue duro no saber qué nos esperaría al abrir un nuevo local durante la pandemia. ¿Qué tal si abrimos y nadie compra?”, comparte Altamirano.
La Misión —y específicamente, la calle Valencia— siempre atrajo a Altamirano por ser una avenida muy transitada, con muchas culturas y diferentes tipos de negocios.
Antes de ser un local, Sanguchon era un camión de alimentos muy popular que hacía pop-up por todo San Francisco. Pero el sueño siempre era convertirlo en un local fijo, lo cual es menos logística y más estable para un negociante. Altamirano tiene ocho restaurantes peruanos en el área de la Bahía, incluyendo Mochica en Potrero Hill y La Costanera en Half Moon Bay, la cual ha recibido una estrella Michelin.
La popularidad de sus restaurantes refleja la creciente popularidad de la cocina peruana a nivel mundial en los últimos 20 años. Hoy en día, mucha gente conoce esa gastronomía y se ha elevado a un nivel muy alto, gracias a chefs como Altamirano en la Bahía, y Gastón Acurio, el chef y promotor de la cocina peruana más conocido del mundo (Acurio tiene un restaurante, La Mar, en San Francisco).
Hay un estimado de más de 4 mil restaurantes peruanos en el mundo.
Altamirano sabe muy bien el papel que tienen sus restaurantes para promover el conocimiento de la gastronomía peruana. Su filosofía es que no es un monolito: cada chef trae su propio toque que lo hace único, y depende de cómo lo presenta y de su técnica.
Su toque se centra en la frescura de los productos, con producción en porciones pequeñas, salsa hechas cada día, al igual que los mariscos que son comprados diariamente. También se enfoca mucho en la belleza de sus platos porque desde niño ha tenido el deseo de ver y apreciar las cosas hermosas.
No solamente es la belleza de la comida en sí. Altamirano dice que parte de la experiencia es el local físico de un restaurante. Él se involucra mucho en el diseño de sus locales, debido a que quiere que sus restaurantes reflejen la diversidad de todo el Perú. En Sanguchon, los detalles escogidos hacen homenaje al país —las paredes tienen las líneas de Nazca cortadas en láser, geoglifos precolombinos grabados en las arenas del desierto en el sur de Perú.
A Altamirano le encanta diseñar sus locales tomando inspiración de revistas de moda y tiene como objetivo estar al día con otros restaurantes. “Es muy importante mantenerse a la vanguardia», reconoce. Atribuye su éxito a su extensa experiencia trabajando en restaurantes por todo el país con diferentes comidas y estilos.
Originario de Nazca, Perú, Altamirano empezó su carrera aprendiendo de los mejores chefs franceses, italianos, y japoneses en los restaurantes donde trabajaba en San Francisco y Nueva York. Aunque comenzó lavando platos en los restaurantes, trabajó duro para aprender al lado de sus mentores.
Cuando decidió que era tiempo de abrir su propio restaurante, originalmente pensó en abrir cualquier tipo de restaurante, de comida francesa o italiana, pero su mamá fue quien le sugirió que empezara con comida peruana. Entonces regresó al Perú para trabajar y aprender de sus paisanos, para aprender al lado de chefs expertos en la ‘cocina madre’ al norte del país como Tumbes. Sus restaurantes reflejan como él comparte su amor por su país y su comida para seguir elevando el conocimiento y nivel de gastronomía peruana con sus clientes.
“La cocina es parte de mi vida. Yo no descuido detalles en mis restaurantes porque es parte de mi”, dice este esmerado chef. Su sueño realizado al abrir Sanguchon en La Misión es una gran parte de eso. Vive con su esposa e hijos cerca del local, y para él, es especial poder ir al restaurante juntos y pasear por la calle Valencia.
“No todo es trabajo. Es muy importante poder compartir tiempo —y comida— juntos”.