En la cobertura de los ataques de Israel contra palestinos en Sheik Jarrah, en la mezquita Al-Aqsa, de la Jerusalén ocupada, y desde el establecimiento del estado israelí, los principales medios de comunicación estadounidenses han enmarcado continuamente el genocidio sancionado por el estado israelí contra los palestinos como el ‘Conflicto israelí-palestino’.

Esta retórica se ha visto recientemente en la cobertura de las protestas en Sheik Jarrah, donde cuatro familias palestinas, al-Kurd, Iskafi, al-Qasem y al-Jaouni, se enfrentan a la expulsión de sus hogares por parte de colonos israelíes.

En un fallo emitido por un tribunal superior de Jerusalén en octubre de 2020, las cuatro familias debían ser expulsadas por la fuerza antes del 2 de mayo, a pesar de las contradicciones sobre la propiedad. Mientras el Tribunal Supremo de Israel considera las apelaciones, cada familia se ha enfrentado a la violencia de los colonos israelíes que intentan despojarlos de sus hogares, una continuación violenta de Nakba, la histórica expulsión forzosa de palestinos de sus tierras ancestrales.

1 / 10

Históricamente, las familias palestinas desplazadas fueron trasladadas a Sheik Jarrah, después de la expulsión de casi la mitad de los palestinos de su patria por parte de milicias sionistas en 1948 que resultó en la creación del estado de Israel. El desplazamiento forzado de estas cuatro familias por parte de colonos israelíes avalado por el gobierno israelí es una repetición de la violencia que se enfrentaba como parte de la Nakba.

“Hostilidades israeli-palestinas” dice el New York Times. «El aumento del conflicto palestino-israelí genera preocupación …», escribe The Boston Globe; “Violencia israelí-palestina” declara NPR, todos acuñando la violencia que los palestinos están experimentando como mutua. Este encuadre de Israel y Palestina en un ‘conflicto’ o ‘crisis’ valida el colonialismo violento y genocida promulgado por el estado-nación de Israel y sus militares a través de la demonización de Palestina como un agresor cómplice, asumiendo que están operando en igualdad de condiciones, cuando Israel es un estado-nación financiado internacionalmente, que ha ocupado Cisjordania y Gaza de Palestina, que se establece en tierras palestinas y expulsa a los palestinos. No puede haber un ‘conflicto’ entre Israel y Palestina, sino un gran desequilibrio de poder en juego. 

Este desequilibrio de poder es monumental: en un documento que describe la relación de los EEUU con Israel, los Servicios de Investigación del Congreso describieron a Israel como financiado con millones de dólares en ayuda estadounidense, específicamente para sus fuerzas armadas, con casi toda la ayuda destinada directamente a financiamiento militar y defensa. “Hasta la fecha, los EEUU ha proporcionado a Israel $146 mil millones (dólares corrientes o no ajustados a la inflación) en asistencia bilateral y financiamiento para antimisiles. En la actualidad, casi toda la ayuda bilateral de los EEUU a Israel es en forma de asistencia militar, aunque de 1971 a 2007, Israel también recibió una importante ayuda económica».

El uso de la retórica del “conflicto israelí-palestino” desinforma abiertamente al público sobre la cantidad de financiamiento militar y poder que ejerce el estado-colono de Israel, y valida su campana genocida en contra de los palestinos bajo el disfraz de defensa de un agresor equitativo.

Este desplazamiento forzado promulgado por el estado-nación de Israel es parte de su proyecto de expansión sionista mayor: la ideología de extrema derecha prevaleciente que tiene como objetivo eliminar a los nativos palestinos y reemplazarlos con colonos sionistas. Como lo discutió el grupo Jewish Voice for Peace, el sionismo en su versión actual sirve de base ideológica para la fundación de Israel, abogando por el establecimiento de un etnosestado judío en Palestina. 

El violento colonialismo ejercido por Israel se basa en una ideología que se ha esforzado mucho para fusionarse con el judaísmo, cooptándolo para que cualquier crítica al sionismo pueda ser etiquetada como antisemitismo. El antisionismo no es antisemitismo, apoya la Declaración de Jerusalén sobre el antisemitismo, incluida la “crítica basada en la evidencia de Israel como estado. Esto incluye sus instituciones y principios fundacionales. También incluye sus políticas y prácticas, nacionales y extranjeras… No es antisemita señalar la discriminación racial sistemática. En general, las mismas normas de debate que se aplican a otros estados y a otros conflictos sobre la autodeterminación nacional se aplican en el caso de Israel y Palestina. Por lo tanto, incluso si es contencioso, no es antisemita comparar a Israel con otros casos históricos, incluido el colonialismo o el apartheid».

La crítica al sionismo cuestiona cómo se está borrando Palestina para que Israel mantenga el poder de los colonos. En pocas palabras, esto no es un ‘conflicto’, se trata de como Palestina está siendo ocupada y colonizada por Israel, un estado colono. Cualquier acción que tome Palestina para defenderse es solo eso: una nación y un pueblo defendiéndose de la limpieza étnica y el genocidio que el estado colono de Israel necesita para mantener su existencia.

Jewish Voice for Peace escribe que el sionismo “ha significado un trauma profundo durante generaciones, separando sistemáticamente a los palestinos de sus hogares, tierras y entre sí. El sionismo, en la práctica, ha resultado en masacres del pueblo palestino”. La retórica desplegada por los medios de comunicación estadounidenses que enmarcan la «crisis israelí-palestina» o el «conflicto» no ve la base epistemológica e ideológica sobre la que se ha construido el estado-nación de Israel, una base que pide la erradicación de Palestina y de su gente a favor de un estado nuevo y puro solo para los israelíes.

Dado que el sionismo es la ideología nacional predominante del estado colono de Israel, sirve como validación para la limpieza étnica y el genocidio de los nativos palestinos. En medio de los traslados forzosos en Sheik Jarrah, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dijo en un discurso: “Israel es la capital de Israel. Así como cada nación construye su capital y construye en su capital, también nos reservamos el derecho de construir Jerusalén y construir en Jerusalén. Esto es lo que hemos hecho y esto es lo que seguiremos haciendo”.

El desprecio de Netanyahu por el derecho palestino a la tierra y la presencia histórica en Jerusalén, así como la ocupación israelí en Cisjordania y Gaza, es nada menos que una promesa violenta de que el genocidio y la limpieza étnica se llevarán a cabo en todas partes de Jerusalén hasta que esa visión sea expuesta. Esencialmente, como se observa por las tácticas violentas desplegadas por las fuerzas militares israelíes y por la propia definición de colonialismo, para que Israel reemplace a Palestina, los palestinos deben ser completamente erradicados.

“El sionismo esencialmente vio a Palestina como lo hizo el imperialista europeo, como un territorio vacío paradójicamente ‘lleno’ de nativos innobles o quizás incluso prescindibles”, escribió el fallecido académico palestino Edward Said. Para continuar el proyecto sionista sobre el que Israel se ha construido, los nativos palestinos deben ser forzados a dejar espacio para la Jerusalén que Israel planea crear con violencia. Los traslados forzosos de familias palestinas desplazadas en Sheik Jarrah son solo un ejemplo de las acciones militantes de la política colonialista y limpieza étnica que el estado de Israel necesita para crear un estado-nación racial y religioso homogéneo.

Posteriormente, en otro acto de violencia colonialista, el ejército israelí impidió que los palestinos ingresaran a la mezquita de Al-Aqsa el último viernes de Ramadán, disparando balas recubiertas de goma y granadas aturdidoras contra quienes protestaban por la expulsión de su lugar sagrado. Más de 200 palestinos resultaron heridos e Israel intensificó su violencia mediante una redada relámpago realizada en Al-Aqsa nuevamente, lanzando granadas paralizantes, aumentando la presencia policial y disparando balas de goma dentro de la mezquita.

Etiquetar el lanzamiento de gases lacrimógenos y los disparos contra los palestinos que rezan como un ‘conflicto’ o ‘crisis’ es negar que las acciones tomadas por el ejército israelí son ataques brutales contra civiles palestinos y, como tales, son nada menos que una extensión de un proyecto genocida que niega a los palestinos el derecho a existir.

Pero eso es exactamente lo que el primer ministro israelí Netanyahu está alentando cuando dice que «Israel es la capital de Israel». Según el Ministerio de Salud palestino, 198 palestinos, incluidos 58 niños, al cierre de esta edición, han sido asesinados mediante ataques aéreos en curso en Gaza por intentar reaccionar a la colonización de sus hogares, lugares religiosos y territorios ancestrales frente a ellos.

Usar la retórica del “conflicto israelí-palestino” equivale a culpar a los palestinos tanto como al estado colono de Israel. La respuesta palestina al genocidio sancionado por el estado y la limpieza étnica no es simplemente un conflicto, es un llamado de ayuda del que se han hecho eco todos los pueblos colonizados del mundo.