A ciento cuarenta y cuatro kilómetros al sur de San Francisco, en Watsonville, la históricamente ciudad agrícola, miles de piezas de azulejos desechados se están reutilizando para construir una obra de arte pública. Juan R. Fuentes, un artista profundamente vinculado a los movimientos sociales y políticos de los últimos cincuenta años, fue seleccionado para que cuatro de sus grabados en madera se traduzcan en murales de mosaico para el enorme proyecto ‘Watsonville Brillante’.

Cada una de las ilustraciones de Fuentes representa a una comunidad local diversa y orgullosa, lo cual es apropiado para una ciudad compuesta por un 87% de personas de color. En impactantes imágenes en blanco y negro, cada una mide 365 metros cuadrados y serán los grandes anclajes de este proyecto. Se seleccionarán otros artistas locales para crear las imágenes de colores vibrantes a utilizarse para las secciones horizontales del mural. La dimensión final de todo el proyecto será de casi 1,200 metros cuadrados.

En su primera instalación, ‘Guerrero Maya’, participaron miembros de la comunidad de todas las edades, incluidos adultos de hasta 92 años, así como hijos de trabajadores agrícolas migrantes. En la parte baja del mural se enlistan todos sus nombres.

«Ha sido un honor hacerlo allí [Watsonville] y que lo hayan hecho estos niños», dijo Fuentes. «Es muy bonito porque extiende algo creado por mi hacia algo más; ahora ellos han creado y son parte de [este mural]… eso es muy especial, creo».

Las ilustraciones de Fuentes se han ampliado para ajustarse a escala mural. Se imprimen por secciones y se colocan en mesas. Luego, miembros de la comunidad rompen las baldosas recicladas y las colocan a manera de rompecabezas sobre la ilustración con la ayuda de herramientas especiales. Una vez colocadas todas las piezas de azulejo, Rinaldi Tile & Marble, monta sus andamios e instala los murales en mosaico de forma gratuita. 

Juan Fuentes y su familia. Photo: Liz Lopez

La segunda instalación de Fuentes, titulada ‘En el cielo’, vino con todos los obstáculos de crear durante la pandemia del COVID-19, incluyendo limitar el número de participantes, mantener el distanciamiento y utilizar cubrebocas. Pese a  estos contratiempos, el proyecto sigue según lo programado. 

‘Hermanita’, la tercera instalación, que aún no se ha construido, consiste en el retrato de una nativa americana. El cuarto aún no ha sido seleccionado. 

«La gente ya está viendo esa imagen [‘Guerrero Maya’] y se refleja en ella, al igual que sus familias en ella, y creo que eso es realmente poderoso».

Este proyecto de cinco años y $1.5 millones es dirigido por Kathleen Crocetti, residente local, artista, educadora y directora ejecutiva de la organización Community Arts Empowerment que encabeza el proyecto ‘Watsonville Brillante’. Dijo que cuando esté terminado, el mural de mosaico será una representación de las numerosas herencias mixtas de Watsonville, con cada panel describiendo un grupo diferente y uniendo una familia con otra, según informó Tony Nuñez de The Pajaronian.

Ella considera a Fuentes un visionario: «Es increíble e importante. Que el artista que se presenta sea nativo de Watsonville y un icono en el movimiento de las artes chicanas… tenemos que honrarlo y al mismo tiempo ponerlo como ejemplo para los jóvenes artistas que están surgiendo».  

«Tengo 70 años», dijo Fuentes. «Así que muchas veces estas cosas pueden suceder, pero por lo general es después de que uno se ha ido que hacen algo con su trabajo o pueden hacer una exposición importante o algo así, pero es demasiado tarde, no se llega a ver; mientras que estoy aquí y llegar a ser una parte de ella y ellos [la comunidad] llegar a ser una parte de ella mientras estoy aquí «.

Orígenes de un artista

Originarios del suroeste de los EEUU, los padres de Fuentes se trasladaron a Watsonville en la década de 1950. Junto a su familia, Fuentes trabajó ahí en las granjas locales y asistió a la escuela antes de trasladarse a San Francisco para asistir a la Universidad Estatal. Mientras caminaba por los pasillos de la universidad, entró por casualidad al departamento de arte y, sin experiencia previa, comenzó así su viaje como artista.  

Desde el principio, aprendió a dibujar y pintar. A medida que sus habilidades progresaban, su arte evolucionó hacia un estilo propio; gran parte del cual representaba a su familia y a su comunidad. No todos sus instructores veían valor en su trabajo. Uno de ellos calificó su arte de «demasiado étnico» y otro le amenazó con bajar la nota por sus elecciones artísticas culturales. Encarnando la fuerza de los movimientos sociales de la época y el recuerdo de su padre resistiendo la explotación, desarrolló la confianza necesaria para enfrentarse a las múltiples caras de la injusticia, en el arte y en otros ámbitos.

Juan Fuentes y su nieta, Koa. Photo: Liz Lopez

La impresión en madera, al igual que gran parte de su arte, está vinculada a los campos de Watsonville. Su familia llegó a esa región durante la época del Programa Bracero, que admitía a millones de trabajadores mexicanos como empleados temporales en los EEUU. El programa estaba pensado originalmente para ser utilizado durante la escasez en tiempos de guerra. Pero los grandes propietarios de granjas estadounidenses, que se beneficiaban de la mano de obra mal pagada, presionaron al Congreso para permitir la continuación del programa. Para muchos de estos braceros, sus derechos como trabajadores invitados legales no estaban protegidos, por lo que a menudo eran (y siguen siendo) explotados y mal pagados.

De niño, Fuentes se quedaba prendado de las tallas que los braceros hacían con tapones de madera para el riego. Como por arte de magia, un trozo de madera se transformaba en criaturas de fantasía. Esto encendió algo en él que permaneció latente hasta que se presentó la oportunidad. De adulto, mientras enseñaba arte en una cárcel local, se propuso aprender a imprimir en madera, para poder enseñar ese proceso a los reclusos, y sigue trabajando en ese medio hasta la actualidad.

Juan Fuentes frente a ‘Guerreros Maya’, la primera de sus obras que serán instaladas y formarán parte del proyecto mural mosaico ‘Watsonville Brillante’. Photo: Liz Lopez

Autodefinido como activista cultural, la esencia de lo que Fuentes es y lo que defiende está incrustada en su arte. Durante la mayor parte de su vida ha formado parte del zeitgeist político de la época. «Pude relacionar mi arte con los movimientos sociales, en particular con el movimiento chicano. El movimiento chicano estaba en marcha al mismo tiempo que el Partido de las Panteras Negras, los Boinas Marrones, el movimiento asiático-americano y el movimiento indio-americano. Participé en esas cosas a diferentes niveles y una de las formas en que pude participar fue a través de mi arte… Hice muchos carteles», comenta el artista.

El activismo político requiere carteles, por lo que a lo largo de las décadas, su arte se ha asociado a multitud de movimientos y grupos sociales y políticos. Creó carteles para llamar la atención sobre las luchas revolucionarias en El Salvador y Nicaragua, las luchas palestinas de los años 70, la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer que tuvo lugar en Nairobi (Kenia) y la difícil situación de los trabajadores agrícolas. Fue miembro del Comité de Defensa de los Nativos Americanos, una rama del Movimiento Indio Americano, que trabajó en torno a los presos políticos nativos americanos. Asimismo, fue voluntario en el periódico El Tecolote, y enseñó en el City College y en la SF State.

De niño, Fuentes se quedaba prendado de las tallas que los braceros hacían con tapones de madera para el riego. Como por arte de magia, un trozo de madera se transformaba en criaturas de fantasía.

Para Fuentes su relación más estrecha con todo lo político fue la situación de los trabajadores agrícolas:  «Crecí con el trabajo del campo. Podía sentirlo. Era una lucha que sentía profundamente», afirma.   

La creación de carteles le conectó con todos los artistas chicanos que hacían cosas interesantes en aquella época, como las Mujeres Muralistas, Mike Ríos, Rupert García y los artistas de la Galería de la Raza. Dice que era una forma de desafiar el mundo del arte, las galerías y los museos: «No estábamos conectados a esas cosas; no formábamos parte de eso pero sí de la comunidad y de las luchas y organizaciones comunitarias. Eso tenía sentido para mí, porque mi arte podía encajar ahí; mi arte podía ser algo con lo que la gente pudiera relacionarse… y me daba poder hacer esas cosas».

En respuesta a la agitación social de nuestro tiempo y a la retirada de los monumentos racistas, Fuentes contestó: «Ha pasado tiempo más que suficiente para que esas cosas se derriben y el reto es que nuestras calles y nuestras escuelas, y todo lleva el nombre de esas personas, así que va a llevar tiempo, pero al menos se está avanzando. No creí que en mi vida fuera a suceder, pero está sucediendo”.  

«Ponerlos en algún sitio, ponerlos en un museo, ponerlos donde la gente pueda decir que esta es la forma en que la gente solía pensar. Estas eran las ideologías racistas que impregnaban el país y en esto se basaban», continuó Fuentes. «Es hora de dejarlas ir; no necesitamos esas cosas. Veo que se puede sustituir por otro monumento que realmente hable de una cultura más amplia de los EEUU, de lo que [este país] realmente representa”.