Cerca de 100.000 marcharon, vestidos de blanco, en la calle Market el 1 de Mayo de 2006. Fue una protesta de proporciones históricas contra la discriminación al imigrante que atrajo el apoyo de muchos lugares del mundo. Photo Michelle Gutierrez

Cuando la “ley de Protección de Fronteras, Antiterrorismo e Inmigración ilegal de 2005” amenazó con criminalizar todavía más a los trabajadores indocumentados y sus familias, millones de inmigrantes documentados e indocumentados y sus aliados, salieron a la calle por toda la nación para exigir justicia.

Las serie de manifestaciones, que se sucedieron desde aproxima damente el 10 de marzo al 25 de mayo de 2006, incluyeron el boicot por un día a las empresas y escuelas de Estados Unidos conocido como “El Gran Boicot Americano,” que se llevó a cabo el primero de mayo. Internacionalmente, particularmente en México, los sindicatos e individuos celebraron un boicot a todas las mercancías de EEUU en el “Día de Nada Gringo”, en solidaridad con el boicot en EEUU.

La fecha elegida para esta acción histórica, que trataba de demostrar la inestimable contribución de los inmigrantes documentados o no, a la economía de EEUU, no fue al azar. Por todo el mundo el Primero de Mayo se considera una fiesta de sindicatos y trabajadores.

El Primero de Mayo se conoce también como el Día Internacional de los Trabajadores o Día del Trabajo en la mayor parte del mundo, y se ve mayoritariamente como un acontecimiento extranjero en EEUU, aunque sus raíces estén en Chicago. Parte del motivo para esto, es que el gobierno de EEUU deliberadamente contrarrestó lo que vio como la influencia soviética del Primero de Mayo, al declarar el Primero de Mayo “Día de la Lealtad,” originalmente “Día de la Americanización”

El hecho de que en nuestro país el Día del Trabajo sea en septiembre y no en la fecha internacional de mayo es más un símbolo que una causa para nuestro aislamiento de otros movimientos laborales y sociales, aunque la importancia de autoorganizarnos y aliarnos con trabajadores de todo el mundo no pueda exagerarse.

El 1º de mayo de 1886 una coalición de sindicalistas, anarquistas y socialistas de EEUU de diferentes tendencias, organizó una huelga general nacional para exigir una jornada laboral de ocho horas, cuando los patrones esclavizaban a los trabajadores por casi el doble de horas al día.

Cuando el gobierno de EEUU estudió por primera vez la duración de la semana promedio en 1890, encontró que era de 100 horas, en comparación con la semana de 40 horas y dos días libres de fin de semana, conseguidos por los trabajadores organizados.

En Chicago 10.000 personas participaron en una huelga pacífica de tres días, pero la tensión entre los manifestantes y la policía se enconó, y los oficiales de policía dispararon matando a cuatro personas. La manifestación subsiguiente en la Plaza Haymarket, también terminó en una matanza, cuando una bomba explosionó provocando más balaceras policiales.

Cuatro anarquistas fueron condenados en un juicio con fines propagandísticos y ejecutados, aunque sus condenas fueron anuladas tras su muerte. La rabia por estas muertes llevó a la Segunda Internacional a establecer el Primero de Mayo como un día festivo internacional, para conmemorar a los trabajadores mártires, particularmente a los anarquistas de Haymarket.

Cada protección de la que gozan los trabajadores desde un salario mínimo a leyes sobre el trabajo infantil, fue contestada con uñas y dientes por las compañías que se beneficiaban de la explotación de los trabajadores. (Si no hubiera sido por los pioneros del movimiento obrero en EEUU, seríamos todavía siervos en una democracia ficticia sin poder para organizarnos según nuestros propios intereses contra los ya organizados intereses de nuestros patrones.)

Y hay algunas personas en este país que estarían encantadas de ver que eso suceda, y están actualmente trabajando para que sea así. Porque la gente que representa los intereses de las corporaciones están haciendo lo que hacen siempre cuando la economía no va bien—maximizar sus beneficios a expensas de la seguridad, dignidad e integridad de los trabajadores, mientras hacen cualquier cosa para recortar los logros ya conseguidos por los sindicatos.

Pero cuando vienen mal dadas no podemos permitirnos que nuestros sindicatos se relajen.

Cuando César Chávez lideró el Sindicato de Braceros Unidos en su “Huelga de la Uva de Delano,” que aseguró un contrato colectivo negociado para más de 10.000 trabajadores agrícolas, encaró la oposición masiva de casi todos los frentes. Pero al final, fue capaz de confiar en los miembros de la UFW (Sindicato de Obreros del Campo en sus siglas en inglés) y sus defensores, para defender su propio interés y “sacudirse el yugo de ser considerados como aperos de labranza o esclavos.”

Entonces la gente tuvo poder y creyó que podía conseguir justicia social y económica para ellos mismos y sus comunidades. Ahora la gente es cínica y no cree que se pueda hacer—Chávez creyó que “sí, se puede hacer, sí se puede,” y probó que se pudo en más de una ocasión.

Pero no hubiera podido hacerlo solo, no hubiera podido haberlo sin el apoyo de miles de personas motivadas y comprometidas ayudándose a sí mismas al apoyar a sus sindicatos, y por encima de todo, su derecho a tener y participar en un sindicato.

El partido Republicano—que controló la mayor expansión de gasto gubernamental desde el New Deal, y el mayor y más agresivo asalto contra la regulación financiera desde la Gran Depresión bajo George W. Bush—está tratando de hacer retroceder el reloj en derechos laborales vitales, conseguidos con la sangre y el sudor de los trabajadores de EEUU, que lucharon por las protecciones básicas y humanas que el “mercado libre” no les proporcionó.

Desde su obstinada oposición a la ley de Libre Elección de los Empleados, a la liquidación de los derechos a la negociación colectiva de los sindicatos públicos en Wisconsin, por el senado estatal dominado por los Republicanos, el GOP está lanzando una guerra de agresión, financiada por las corporaciones, contra los sindicatos y, de paso, las personas trabajadoras y la rápidamente evanescente “clase media.”

La clase media es en sí misma un producto de las protecciones y los mayores salarios sindicales. La sindicalización de las profesiones manuales, como la carnicería, incentivó a la mano de obra cualificada, y ayudó a que los hombres de la clase obrera, proporcionaran una vida cómoda de suburbio para sus familias.

Y fue una salvaje y extensa “quiebra de los sindicatos” y la mecanización de esa misma profesión, lo que la convirtió en uno de los trabajos más peligrosos en el mundo, uno desempeñado casi exclusivamente por debajo del salario mínimo, por trabajadores indocumentados que no consiguen cobertura médica.

Hasta hoy, incluso en “ciudades con sindicatos” como San Francisco, las corporaciones están luchando contra los empleados sindicalizados acerca de todo: desde horas extras, hasta los beneficios médicos. UNITE HERE Local 2, un sindicato de empleados de servicio, mayoritariamente compuesto por inmigrantes que trabajan en los múltiples hoteles de la ciudad, se han enzarzado en una batalla con varias grandes cadenas de hoteles, incluyendo el Hyatt durante años.

Local 2 alcanzó recientemente una tentativa de acuerdo con Starwoodes Hotel and Resorts, el propietario de Westin St. Francis y Palace Hotels, acabando un boicot a ambas empresas. Sin embargo, el sindicato todavía está involucrado en las negociaciones con el W Hotel, y está convocando todavía un boicot total al mismo y a todos los hoteles Hyatt de la ciudad.

Local 2 se autodefine como un “sindicato luchador” y se ha mostrado sin miedo a convocar huelgas por lo que consideran como su deber, pero ningún sindicato quiere una huelga. Convocar huelgas cuesta dinero que podría usarse para otras cosas, y cada día de huelga es un día sin trabajar, aunque también es una estrategia efectiva que ha funcionado una y otra vez.

Por ello los custodios de los intereses corporativos se han concentrado en machacar a los sindicatos que los usan y asegurándose que otros no puedan. Un sindicato sin derecho a la negociación colectiva, como los gravemente mutilados en Wisconsin, no es en absoluto un sindicato y los trabajadores deberían rechazar las normas que los crearon.

Despierten gente trabajadora: el circo del crédito fácil se ha largado de la ciudad y no regresará nunca. No busquen otra burbuja financiera a la que atar las necesidades de su familia, inviertan en la única cosa que siempre da resultado—su propio trabajo.

Mucha gente se siente desilusionada con la política convencional. Con ambos partidos cumpliendo tan poco de sus promesas grandiosas, no es difícil ver por qué. El Presidente Obama prometió un cambio significativo en la política inmigratoria de EEUU, yendo tan lejos como el loro del slogan de la UFW “Sí se puede,” pero ha hecho retórica optimista, incrementando las deportaciones a través de la Migra (ICE en sus siglas en inglés) y ha fracasado a la hora de abogar con efectividad por la destrozada ley Dream.

Pero es incuestionable el efecto directo que puede tener en su propio bienestar, si combina el poder de su trabajo y el de su compañero de trabajo, con el deseo de ser pagado y tratado justamente.

Millones tomaron las calles en 2006 y apremiaron lo suficiente a sus legisladores, como para que la potencialmente peligrosa H.R. 4437 no fuera aprobada por el Senado. Desgraciadamente, el esfuerzo de preservar los derechos laborales no ha tenido éxito. No tenemos que conformarnos con Republicanos o Demócratas, sino asegurar nuestro propio poder económico y político, y los sindicatos han sido y siguen siendo la mejor herramienta para conseguirlo.

Como la “abuela de todos los agitadores” Mary Harris “Mother” Jones decía: no necesitas un voto para armarla gorda.

—Traducción Emilio Ramón