“La guerra contra las drogas” comunmente se utiliza como un eufemismo de las políticas militaristas estadounidenses.

En su libro “To Die in Mexico: Dispatches from Inside the Drug War” (Morir en México: mensajes desde la guerra contra las drogas), el periodista californiano John Gibbler, expone una mirada decidida y valiente sobre la sangrienta realidad de la ‘verdadera’ guerra contra las drogas que está ocurriendo al sur de la frontera entre los Estados Unidos y México. Gibbler comienza diciendo, “los hechos básicos son tan aterrorizantes, que sobrepasan la barrera de lo creíble,” y en las 200 páginas siguientes, procede a corroborar su afirmación.

Gibbler muestra un mundo en donde los narcotraficantes viajan a plena luz del día por de las calles de las ciudades en caravanas, sus vehículos con sirenas de policía y licencias mandadas a hacer con el nombre del cartel al cual pertenecen. Es un mundo en donde los asesinos no se escapan de la escena del crimen, sino que caminan despacio para alejarse; un mundo en donde la muerte violenta es tan común, que un hombre que Gibbler entrevistó puso un cartel en su casa diciendo: “Prohibido botar basura y cadáveres.” Dos meses después, el hombre encontró a su propia hija asesinada. Su cuerpo fue depositado justo debajo del cartel.

La mayoría de los norteamericanos probablemente asumen que México es un país democrático, después de todo, comparte una frontera con los “líderes del mundo libre”. Sin embargo, el autor revela que los que están realmente gobernando son los carteles de droga y actualmente el cartel de Sinaloa, y que la administración actual del presidente Felipe Calderón, apenas si es un gobierno funcional.

Casi 40.000 homicidios han ocurrido desde que Calderón le declaró la “guerra” a las drogas en el 2006, y sólo el cinco por ciento se han resuelto. La retórica del gobierno siempre insiste en decir que las personas asesinadas estaban “sucias”, que por estar involucradas en los crímenes de alguna manera ocasionaron su propio destino. Este razonamiento ha sido aceptado por los mexicanos, quienes han llegado al punto de internalizarlo como una especie de sabiduría convencional, creando una división entre ellos mismos y la realidad cotidiana de la guerra contra las drogas.

Esta aceptación voluntaria de las explicaciones del gobierno se debe en parte al vacío que existe actualmente en el periodismo mexicano. En México, el periodismo parece ser un arte moribundo, y los periodistas legítimos una especie en extinción.

Tan solo en el 2011, se asesinó a diez periodistas. La matanza más reciente es la de Marisol Marcia Castaneda, editora principal del periódico Primera Hora. Castaneda fue decapitada el 23 de septiembre. De acuerdo a una nota de tamaño grande que se encontró junto a su cuerpo, Castaneda fue perseguida por usar los medios de comunicación sociales para reportar la violencia de los carteles.

En lugar del periodismo legítimo, existe ‘la nota roja’, una industria de prensa sensacionalista dedicada exclusivamente a reportar la masacre cotidiana. Los artículos muestran fotos de las muertes en primera página con descripciones de cómo ocurrieron las muertes, sin describir quiénes eran las víctimas ni información alguna sobre quién podría ser el responsable.

Por supuesto, la violencia siempre está relacionada al narcotráfico, y la gente que lee la prensa sensacionalista sabe esto, pero también sabe muy bien lo que le sucede a la gente que habla o publica con franqueza sobre estos temas. Gibbler utiliza la palabra “impunidad” una y otra vez para describir la condición de aquellos involucrados en la industria del narcotráfico.

El autor, correctamente, se arriesga en enmarcar todo este caos en el contexto de las grandes tendencias de la globalización y el libre comercio.
Gibbler se asegura de demostrar que la industria multi-billionaria de narcóticos es más rentable que nunca, y que en todas sus formas, la guerra contra las drogas ha sido un total fracaso —hoy en día se usan drogas para la recreación más que nunca se había visto antes. La guerra contra las drogas, Gibbler dice, no consiste en prevenir el uso de las drogas, se trata sobre el control social y económico.

Éste es un libro importante, un recuento lúcido de sucesos que es esencial para cualquier persona que esté tratando de entender la situación en México hoy en día. Por medio de las historias de sus viajes a México y los comunicados con los periodistas y ciudadanos mexicanos, Gibbler expone una situación que es a la vez horripilante, alarmante y ridícula.

Es una situación sobre la que no pensamos tan a menudo como deberíamos, nosotros que vivimos acá en los EEUU. En un momento del libro, uno de los entrevistados le pregunta a Gibbler qué piensan los estadounidenses sobre la muerte violenta en México. Avergonzado, pero con honestidad, Gibbler le responde “no lo piensan”.

—Traducción Alejandra Cuéllar