Para aquellos afuera del partido republicano, esta temporada de elecciones primarias ha sido un circo-colonias en la Luna, vacunas que causan retraso mental y una ciudad imaginaria llamada Uzbecki-becki-becki-stan stan—pero detrás del espectáculo, cambios sísmicos que eventualmente reconstruirán el paisaje político se están llevando a cabo.
Mitt Romney pudiera parecerle al observador objetivo ser la opción obvia para nominación—teniendo el dinero, las conecciones, la experiencia ejecutiva, el “look” y hasta un nombre que suena presidencial. Pero ésta es América después del partido del Té, y la base republicana se rehusa firmemente a aceptar cualquier cosa que no sea pureza ideologica. Y así los últimos siete meses han sido testigos a una procesión de no-Romneys aprovados por el Partido del Té, cada uno menos apetecible para el electorado general que el anterior.
Y aunque ha sido divertido observar cada candidatura implosionarse sumariamente, el hecho de que cualquiera (y todos) ellos han podido retar a Romney legítimamente, aunque sea brevemente, en las encuestas políticas, nos habla del actual estado del partido republicano.
El anterior senador Rick Santorum, el último retador, es difícil para la mayoría de los americanos comunes el tomarlo seriamente—aún sin sus problemas con Google.
Este es un hombre, que cree que Islam es maldad, que la iglesia y el estado no deben necesariamente estar separados, que solo existe una configuración correcta para una familia, que los métodos anticonceptivos son pecado y que las mujeres deben estar subordinadas a sus esposos. También apoya hacer del inglés el idioma oficial de los EE.UU., opone cualquiera y todo beneficio para los trabajores indocumentados, y su solución para la reforma migratoria es deportar a 11 millones de personas y construír un muro a través de la frontera mexicana.
Pero su retórica, tan extrema como es para la mayoría, habla directamente a una significativa demografía en América: al hombre blanco de clase trabajadora. Mayormente cristianos y conservadores sociales, está en el bando perdedor de la guerra cultural, y lo sabe. Para él, esta forma de vida está bajo ataque por todos ángulos; no importa que nuestra cultura le haya favorecido en el pasado, lo que ve ahora es que todos los demás están ganando terreno relativamente a él—mujeres, minorías, no cristianos y homosexuales. Su miedo a lo extranjero se personifica en el movimiento de nacimiento—que buscaba encontrar el acta de nacimiento de Obama—en la proposición 8, y el projecto de ley Arizona SB 1070. Todo lo que quiere es regresar a sus recuerdos idealizados de lo que era la América de antes.
Santorum representa esta América ficticia mejor que nadie. Le está pisando los talones a Romney por más de dos a uno en los delegados, y generalmente se considera que no tiene un camino creíble hacia la nominación. Pero pudiera forzar una convención disputada, donde no hay un nominado claro. En este escenario, el ganador será decidido en la convención, y no por el electorado general.
Y ahí es donde las cosas pudieran ponerse muy interesantes.
La convención sería una confrontación entre los grandes donadores y la base republicana. ¿Se pondrá en orden el Partido del Té, o van a salir chispas?
Romney casi seguramente será el nominado, pero probablemente será forzado a hacer algún tipo de trato para obtener a los delegados necesarios.
Probablemente esto signifique que tenga que hacer concesiones al lado más derechista del partido en un momento cuando absolutamente necesita retroceder hacia el centro para la elección general.
Y después, ¿qué pasará? Ya sea que Romney pierda o gane, la gente del Partido del Té no ha podido “retomar” el país. ¿Qué pasa si la economía continúa estancada? ¿Qué pasa conforme la inevitable marcha hacia una minoría blanca continúa sin cesar?
¿Qué harán los guerreros de la cultura cuando sean arrastraros, pateando y gritando, hacia el siglo 21 en medio de una creciente ola de inmigración, y la disminución de los prospectos económicos? Tendremos que esperar para saber, pero es muy poco probable que van a ir silenciosamente en la noche.