Durante las secuelas del Huracán Katrina se platicó mucho sobre quiénes eran los culpables y quiénes los responsables de la limpieza en última instancia.

Mientras varios grupos se culpaban los unos a los otros, surgió un grupo de anarquistas autodenominado ‘Common Ground Collective’ (Colectivo de afinidad) que acabaron siendo quienes respondieron primero en Nueva Orleans.

El libro “Black Flags and Windmills” es la historia de este colectivo de personas, una narración en primera persona de Scott Crow, uno de sus fundadores.

Pocos días después de la tormenta, Crow y un amigo suyo partieron de Austin, Texas, con un bote y las pocas provisiones que podían acarrear. Tenían la determinación de averiguar qué le había sucedido a Robert “King” Wilkerson, un amigo de ambos que perteneció al Partido de Panteras Negras y con quien habían perdido la comunicación después de que los diques reventaran.

La magnitud de la devastación que pudieron presenciar a su llegada fue bien documentada, pero el relato de Crow es muy diferente al de los medios de comunicación masivos.

Durante esos primeros días, las retransmisiones de los medios durante las horas de máxima audiencia retrataron una zona de guerra en la que quienes trataban de rescatar a los supervivientes no podían a causa de los saqueos, violaciones y asesinatos. (No fue hasta después, cuando se descubrió que la mayoría no eran sino rumores, que se enquistaron dando lugar a un mal periodismo.)

Crow recuerda a milicias de hombres blancos armados que participaron en muestras de cruda agresión—no muy diferente al Ku Kux Klan—que recorrían las calles en camionetas aterrorizando a los vecinos, quienes no se atrevían a salir a la calle para pedir ayuda.

Las agencias de auxilio del gobierno construyeron elegantes cuarteles temporales y apenas si proveyeron ayuda. Crow recuerda cómo unos vecinos desesperados y necesitados se arremolinaron en torno a las camionetas de la Cruz Roja esperando recibir provisiones, para luego descubrir que las cajas estaban llenas de cubiertos de plástico y servilletas de papel.

El argumento más importante de la narración de Crow es que a pesar de los escasos medios que tenía en comparación con las agencias de auxilio, ‘Common Ground Collective’ logró lo que el gobierno no pudo o quiso. Consistió en una federación de grupos de activistas políticos y muchos voluntarios que trabajaron sin cansancio en medio del sofocante calor canicular, estableciendo y manteniendo las primeras clínicas de atención médica, puntos de distribución de comida y provisiones, y centros de comunicación.

Incluso el encargado regional de la agencia federal FEMA buscó atención y cuidado médico en la clínica del colectivo en determinado momento.
Aunque la prosa es algo insípida, la temática es lo suficientemente interesante como para pasarla por alto. El libro flaquea, sin embargo, en los momentos que Crow decide alejarse de la trama, lo que hace en repetidas ocasiones.

En un libro de apenas 200 páginas, dedica demasiadas al Partido de la Panteras Negras, a su historia personal como vegano y a varias de sus experiencias vitales. Y cada vez que insiste en cómo se hizo anarquista, es igual de malo. Podrían ser prejuicios míos, pero lo que hicieron estos anarquistas es mucho más interesante que el marco teórico en que se desarrolló, que Crow insiste en explicar al lector.

Por ejemplo, ¿por qué insiste en cómo es necesario el uso de la fuerza o la “resistencia armada” cuando el relato del incidente en el que varios miembros armados del colectivo doblegaron a un miliciano blanco habla por sí mismo?

Aunque ocasionalmente padezca de un tono propagandístico, “Black Flags and Windmills” es un sólido ejemplo de la eficacia de la organización comunitaria, y aún más significativamente, ilustra dónde y qué tipo de ayuda nos podría llegar si hubiese una catástrofe natural en el futuro.

—Traducción Iñaki Fdez. de Retana