Lila Downs. Courtesy of www.liladowns.com

Lila Downs actuará en San Francisco este 23 de febrero, en el Herbst Theater. El concierto lo organiza el California Institute of Integral Studies. Por su experiencia, sensualidad y sobre todo por su voz, Downs es un espectáculo seguro. “Me concibo mucho en el escenario”, dice. “Es importante variar. El público quiere moverse, luego escuchar algo profundo, llorar.”

Lila Downs produce discos desde 1994, y ha dado pruebas de que es capaz de incendiar las noches con su voz. En 2005 sacó un disco titulado “La Cantina”, que se parece mucho a su más reciente producción, “Pecados y Milagros” por la selección de canciones.

Se ríe cuando habla sobre su pecado favorito­—menciona lo carnal y se escucha seria cuando revela el que más aborrece: la mentira. Downs dice que le gusta la definición de anti narcorrido para “La reina del inframundo”, la sexta canción en “Pecados y Milagros”, y habla sobre lo que inspiró la letra, escrita por ella y su esposo, también productor de su música, Paul Cohen:
“Un amigo se metió a la mafia, porque pobre ya no quiso ser”, explica Downs.

“La hicimos pensando en la tradición de burlarnos de lo sagrado, en reírnos de lo que nos da miedo. Es una crítica a quienes se meten al negocio, no solo del narco, sino del poder. Es una burla a quienes se creen mejor que nosotros.”

Es el segundo narcorrido que Downs graba. El primero fue “El Centenario” que incluyó en “La Cantina”.

La canción es moneda común de grupos y cantantes norteños. Los Tucanes de Tijuana, luminarias de los narcorridos tienen una versión, por lo que no es extraño escucharla a todo volumen cada vez que un mexicano siente urgencia por hacer saber a otros de su asociación con mafias o carteles de drogas.

Pero en la interpretación de Downs, El Centenario suena más a canto de denuncia, historia de fronteras, balada de un reto, a crónica descarnada, no apología de un poder torcido.
A diferencia de “El Centenario”, “La reina del inframundo” carece de fluidez, de gracia, y por tanto de atractivo en su letra. Y este, en general, es una de las faltas del más reciente disco de Downs.

En cuanto a letras y selección de canciones, así incluya otra vez a autores tan grandes como José Alfredo Jiménez, se percibe cierto agotamiento, redundancia, o resignación a lo que el mercado puede dictar—grabando Cucurrucucú Paloma una vez mas, por no mencionar la desabrida bachata Solamente un día, en la insistente asociación de Downs-Cohen como letristas y arreglistas.

Pero es difícil criticar a Lila Downs, un auténtico milagro en la escena musical. “Pecados y Milagros”, aunque peque en la reiteración de temas tan sonados incluye, y no por milagro, sino como constante en su trabajo, canciones populares que serían improbables en el repertorio de otros artistas fuera de la escena independiente.

“Pecados y Milagros” es también un disco con muchos momentos de gozo—la colaboración de Toto Momposina y Celso Piña en Zapata asegura un éxito infalible, irresistible de bailar. Quizá no es el álbum más memorable de Downs, pero posee los elementos que han vuelto sus interpretaciones imprescindibles, añorables, válidas y necesarias como un trago de mezcal para ajustar la razón al cuerpo.

Hay que hablar de los milagros, antes de terminar. Downs se refiere el nacimiento de su hijo, Benito Dxuladi, “un nuevo maestro en la vida”. Menciona la fe, que “si la perdemos, se jodió todo”. Al final la fe se mantiene en Lila Downs.