Jacento B. está sentado en la calle Misión, en un taburete plegable, con sus muletas apoyadas contra la pared. En su regazo, posa una gorra de los Giants con la que recolecta monedas. Un transeúnte desconocido se acerca y le entrega una bolsa de pupusas calientes; él agradece y la guarda en su bolso negro.
“Me siento culpable haciendo esto porque no estoy acostumbrado a este tipo de vida”, dijo este hombre que ha trabajado toda su vida. “Pero a veces la necesidad te obliga”.
En busca de trabajo, Jacento llegó a San Francisco y se unió a los jornaleros de la ciudad: hombres que esperan en las esquinas por trabajos de pintura, jardinería o demolición. Una fuerza laboral invisible que asume los empleos más riesgosos y menos protegidos de la ciudad.

“Sabemos que estas son personas que han experimentado y siguen experimentando muchos traumas”, dijo Ana Miguel, coordinadora de programa para Border Angels. En su opinión, estos jornaleros rara vez reciben la capacitación adecuada o el equipo de seguridad necesario. “Son trabajos que no están certificados y un gran problema que vemos a menudo es también el robo de salarios”.
La frágil estabilidad de este empleo informal se derrumbó para Jacento en octubre de 2022. Había aceptado un trabajo de mudanza clandestino por 200 dólares. Mientras ponía cargamento en un camión, un equipo pesado le cayó encima, aplastándole la pierna izquierda y el teléfono que llevaba en el bolsillo. «Recuerdo que me decían: ‘No te duermas, no te duermas'», comenta. Apenas sobrevivió.
Después de someterse a tres cirugías y dos amputaciones debido a la inflamación y otras complicaciones, ahora camina con una prótesis y muletas, pero se mantiene firme en su meta: volver a caminar sin dolor y regresar al trabajo.
Según el investigador César Leonardo Pinzón Gómez, del Centro de Promoción y Prevención de la Salud, muchas personas latinoamericanas emigran en busca de mejores oportunidades y condiciones laborales más seguras, pero al llegar, se enfrentan a una serie de nuevos desafíos.



A los que se enfrenta Jacento se remontan a su infancia en Guatemala: su madre y padre fueron víctimas de desplazamiento durante la guerra civil y despojados de sus tierras. Con la llegada de los Acuerdos de Paz en 1996, la familia recibió una pequeña parcela de la Unión Europea y estableció una finca de café en Chimaltenango. A la edad de diez años, ya trabajaba al lado de su padre, cultivando la mayor parte de sus alimentos. A pesar de las dificultades, logró asistir a la escuela gracias a la herencia de su abuelo.
Pero en Guatemala, la educación no era una garantía para un futuro mejor. A sus veinte años, se vio obligado a aceptar cualquier trabajo en mercados y granjas, ganando apenas 130 dólares al mes. «Siempre quisimos tener una casa, comprar un auto. Así que luchar por una vida mejor en Guatemala fue difícil».
En 2019, le dijo a su familia que necesitaba irse. Su hermano menor ya había emigrado a Chicago, pero fue detenido por el ICE y deportado. «Lo que finalmente me impulsó a irme fue mi problema con el alcoholismo. Sólo necesitaba un cambio para mí y aprender nuevos oficios”, reconoció.


Aunque llegó al Área de la Bahía con pocos contactos, rápidamente encontró trabajo, primero como jardinero, luego en mudanzas y en construcción. En su mejor momento, llegó a ganar $400 diarios, con propinas incluidas, pero esos trabajos eran inestables. Con la llegada de la pandemia por el COVID-19 perdió su horario fijo, y para 2022, estaba trabajando en la informalidad para una gran constructora percibiendo $25 por hora, por debajo de la mesa. Cuando su salario bajó después de impuestos, volvió a trabajar como jornalero.
Dos semanas después, un ex compañero de cuarto le pidió ayuda para mover maquinaria pesada. Lo que siguió fue un accidente que no olvidaría: una máquina de tres toneladas cayó sobre la camioneta de alquiler donde estaba. Hasta el día de hoy, no recuerda el tipo de máquina, solo el peso y el daño devastador que causó.»¿Cómo pudo esta máquina aplastarme todos los huesos de la pierna, pero no el pecho? Dios fue extraordinario. Sigo vivo», dijo.
Después del accidente, Medi-Cal cubrió algunos gastos, pero no la totalidad de la anestesia ni las amputaciones. Esto dejó a Jacento con una deuda de $60 mil en facturas médicas. “Es una nueva vida la que tengo ahora. Estoy agradecido de estar vivo y tener el apoyo de mi familia”.
Este año también ha sido difícil para él: en julio, su padre falleció inesperadamente en Guatemala. Ahora, pide dinero en la calle Misión para ayudar a su hermano a pagar el alquiler y cubrir sus necesidades básicas. A pesar de todo, su meta sigue siendo la misma: ir a fisioterapia, adaptarse a su prótesis y, un día, volver a trabajar.

Su lesión no es solo una tragedia personal, sino una cruda advertencia: en una ciudad construida por la mano de obra migrante, un simple accidente —un paso en falso, una herramienta defectuosa— puede destruir la carrera y el sustento de una persona. Mientras grupos como el Nuevo Sol Day Labor & Domestic Worker Center impulsan reformas para salvar vidas, activistas insisten en que, sin protecciones y una aplicación más estricta de las normas de seguridad, más personas trabajadoras terminarán como Jacento.
“Mi padre nos enseñó a trabajar y a ser resilientes desde la finca de café”, dijo Jacento. “Sé que esto va a ser muy difícil, pero voy a volver a caminar. Tengo que seguir adelante”.
