Rachel Laguardia decía que los niños de la Misión no tienen por qué resentir pérdidas como la de un joven de 19 años, a quien conocían porque quizá era su vecino. Ese joven se llamó Jacob Valdiviezo.
Rachel hablaba aquella tarde en que unos 200 acudieron a recordar a @Jay_Valdiviezo, su nombre en Twitter, o el Pollito, como lo llamaba su padre, don Carlos Valdiviezo, y lo conocían los amigos con quienes creció en la Misión mientras asistían a clases en la escuela San Pedro.
En las calles Bryant y la 24 fue esa vigilia; un encuentro triste, arrasado por el llanto; pero también un acto elocuente de una comunidad que se duele, se conmueve, se pregunta y sequeja. “Justicia para Jacob Valdiviezo”, apareció estampado en los ‘hoodies’. Hay un dolor profundo.
Laguardia relató que tiene un hermano de 13 años y está preocupada por él. Un año antes, dijo, otro de sus amigos fue asesinado, también en la Misión y también por un hecho relacionado con la violencia de las pandillas; ante ella, el altar de Jacob, cuya familia vive en el 2600 de la Bryant, cubría de flores la escalera del vecino.
“Es ridículo, porque no tienes que estar involucrado en las pandillas para que algo así te afecte. No tienes que conocer a alguien en la pandilla para resentir la pérdida. Nos afecta a todos en la comunidad”, expresó Rachel.
Su hermana, Rebecca Laguardia, comentó: “Cuando creces aquí aprendes ciertas cosas que debes evitar, como ciertas señas; debes poner atención a eso, porque hay maneras en que puedes ser dañado, tú o toda tu familia”.
Las hermanas Laguardia pasaban a firmar una tarjeta de condolencias entre una docena de muchachos que se sumaron a los dolientes.
Interrogadas sobre cómo frenar la violencia en el barrio, ambas ofrecieron comentarios: “No va a parar mientras la pandilla no pare; mientras otras formas de violencia no paren”, comentó Rachel.
Rebecca, por su parte, dijo: “No creo que haya una solución, es parte de nuestra cultura. Mira a Jacob, él estaba haciendo todo bien, obtuvo buenas calificaciones, consiguió una beca por jugar futbol; era un buen chico, y sin embargo, fue afectado. Así que para prevenir que esto pase, debes estar atento, no mostrarte vulnerable, debes estar todo el tiempo alerta”.
Las pandillas, continuó Rebecca, son “parte de nuestra cultura; de una manera triste, pero así es. Es algo con lo que aprendes a vivir”.
A unos pasos, el sheriff Ross Mirkarimi respondió a la misma pregunta. Habló de vigilancia comunitaria.
Por su experiencia como supervisor del distrito 5, que integra Western Addition, un barrio que, dijo, por 20 años se mantuvo como el segundo más violento del país, Mirkarimi afirmó que es posible reducir el crimen si los policías se bajan de sus patrullas y caminan más, lo que permite se conecten mejor con la comunidad.
Al mediodía del 7 de abril, la campana principal del templo de San Pedro llamó a los dolientes. El funeral atrajo a medio millar de asistentes por lo menos. Una veintena de jugadores de los Pioneros, el equipo de futbol americano del colegio Lewis & Clark, ubicado en Portland, Oregon, asistieron; Jacob Valdiviezo jugaba con ellos. Hace dos años, se había inscrito en ese colegio, donde pretendía estudiar Economía; llegó, becado, tras graduarse de High School en la escuela Arzobispo Riordan.
La policía investiga el homicidio. De visita en San Francisco, Valdiviezo fue baleado la madrugada del 30 de marzo frente a la casa de sus padres, mientras platicaba con un amigo. El crimen se atribuye a un hombre latino, de unos 30 años, quien habría preguntado al joven si pertenecía a la pandilla. La respuesta de Jacob, se presume, fue no.