Si alguna vez te bajaste del BART en las calles Misión y 24, y seguiste el rastro del colorido papel picado que cuelga sobre el corredor del Distrito Cultural Latino, es muy probable que hayas conocido al hombre responsable de colocarlo. Y si no llegaste a conocerlo, ten por seguro que Ricardo ‘El Tigre’ Peña te vio pasar.
Era común ver a Ricardo afuera de su tienda, Mixcoatl, en la esquina de la calle 24 y la Avenida South Van Ness, vendiendo artesanías mexicanas, joyería, salvia, chaquetas de diseño indígena, sarapes y las icónicas máscaras de luchador. Siempre con la mirada atenta a la calle 24, saludaba a quien pasaba con respeto y afecto. Ricardo era, a la vez, guardián y anfitrión del corredor; una presencia constante y siempre disponible para quien necesitara ayuda. Se le extrañará profundamente.
Ricardo Peña falleció repentinamente la madrugada del 8 de diciembre a la edad de 54 años.

Originario de Toluca, México, Ricardo llegó a San Francisco con Connie hace más de 30 años. Deja atrás a una familia amorosa de danzantes, incluyendo a su esposa y copropietaria de Mixcoatl, Connie Rivera, y a sus dos hijos, Xochitl y Cuauhtémoc. Juntos lideraban el Grupo Mixcoatl Anáhuac, llevando la danza y las ceremonias aztecas por todo el Distrito Misión y más allá.
Aunque nos cruzamos en muchos eventos comunitarios a lo largo de los años, realmente llegué a conocerlo hace cinco años en el Mission Food Hub. Durante la pandemia, ayudó a distribuir cajas de comida a miles de integrantes de la comunidad que la necesitaban. Connie era una de las administradoras del Mission Food Hub y, juntos, solían ser las últimas dos personas que veías tras recibir tu caja de despensa.
Ricardo poseía una calidez y una amabilidad tranquila que armonizaban con la energía vibrante de Connie, sus bromas, su charla y su sonrisa.
Desde entonces, Ricardo fue un colaborador cercano. En 2021, se unió a nuestro grupo de investigación comunitaria, Somos Esenciales, para investigar el impacto que el COVID había tenido en la salud mental de la comunidad latina. Habló con honestidad sobre el estigma que los hombres latinos suelen imponer a la salud mental: esa idea de que buscar ayuda significa que “estás loco” y que, por lo tanto, es algo que debe evitarse.

Al mismo tiempo, él quería ayudar a otros a superar la depresión y la ansiedad aplicando lo que estaba aprendiendo sobre la terapia cognitivo-conductual. Se convirtió en un promotor de salud mental, un papel que asumió con seriedad y con gran esmero.
Nunca fue a la universidad, pero era un psicólogo nato. En muchos sentidos, este trabajo reflejaba lo que siempre había hecho: escuchar profundamente, dar calma a los demás y ayudar a las personas a recuperar la estabilidad.

Ricardo también era mi amigo, alguien con quien hablaba a menudo sobre los retos de ser padre. Hablábamos frecuentemente sobre la crianza de nuestros hijos adolescentes. Su hijo de 15 años, Cuauhtémoc, es muy cercano a mi hija de 16 años, Luna. Van a la misma escuela. Luna es bailarina y Cuauhtémoc, percusionista en el Grupo Mixcoatl.
Recientemente, Luna viajó con toda la familia a Los Ángeles, para presentarse en una ceremonia. Después, Ricardo y Connie trajeron a mi hija de regreso a casa en un vehículo repleto de artesanías mexicanas de la calle Olvera. A pesar del cansancio del viaje, él sonrió y me dio un abrazo.
Ricardo y yo éramos artistas latinos que entendíamos lo importante que es equilibrar las responsabilidades familiares manteniendo el compromiso con nuestro oficio. Él era percusionista y jefe de danza azteca, un líder en esa tradición. Yo, un reconocido poeta, creador teatral y educador del Distrito Misión. Ambos amamos a la comunidad de la Calle 24 y hemos vivido y trabajado allí por más de 30 años, junto a muchas amistades en común. A lo largo de los años, colaboramos en presentaciones, clases y talleres en Acción Latina, KQED, Calle 24 y CANA.

La magnitud de su impacto se hizo evidente en las cientos de personas que, durante nueve noches consecutivas, se congregaron en la esquina de la Calle 24 y South Van Ness para honrar su memoria. Entre cantos y oraciones, la comunidad lo acompañó en su tránsito hacia los ancestros hasta el 16 de diciembre.
Él siempre estuvo disponible para la comunidad. Nunca lo escuché decir ‘no’ a una petición de ayuda. Demostraba amor a todo el mundo. Lo vi demostrar ese amor a su esposa, Connie.
Durante la gala del aniversario 50 de Acción Latina hace un par de años, el Grupo Mixcoatl realizó la ceremonia de apertura en el centro de eventos de la Catedral de St. Mary. Al terminar la presentación, Connie se unió al festejo, mientras Ricardo prefirió retirarse a esperarla en el estacionamiento por más de tres horas hasta que terminó la celebración. Connie fue una de las últimas en irse y Ricardo estuvo allí para abrirle la puerta y llevarla a casa.
Fui testigo de su paciencia y guía con su hijo e hija, Cuauhtémoc y Xochitl. Durante un ensayo, Ricardo estaba instruyendo a su hijo en un ritmo de tambor cuando Cuauhtémoc añadió un adorno estilístico. Ricardo detuvo el ensayo y calmadamente le dijo a su hijo que el ritmo debía permanecer igual. No era el momento de añadir un toque personal a un canto tradicional.

En otra ocasión, Connie y Ricardo pidieron un Uber para que mi hija fuera desde la Misión hasta El Cerrito para encontrarse conmigo. También vi a Ricardo guiar a mi hija a través del rito de paso de la Xilonen con el Grupo Mixcoatl Anáhuac, brindándole el mismo amor y cuidado que le daba a sus propios hijos.
Fui afortunado de haberlo conocido. Fuimos afortunados de haber caminado a su lado. Y ahora, lo honramos siguiendo adelante con ese mismo amor por nuestra comunidad.
Que viva Ricardo Peña, héroe de la Misión.

Tributo a ‘El Tigre’
El Tecolote pidió a la comunidad compartir sus recuerdos favoritos de Ricardo Peña. Las siguientes respuestas han sido editadas ligeramente para mayor claridad.
¿Deseas compartir tu recuerdo? Compártelo a través de este enlace antes del 5 de enero para incluirlo en la próxima edición impresa de El Tecolote.
Su entusiasmo por compartir su cultura. Nunca me trató como a un extraño. Siempre estuvo dispuesto a responder mis preguntas, y me trató como a un miembro de su familia. Daba abrazos que te hacían sentir bienvenido y en casa. —Seth MacKenzie.
Ricardo, gracias por resguardar estas calles. Gracias por ofrecer tu amor y sabiduría a la Misión. Dios me dio el regalo de verte hacer tus rondas cada noche, alrededor de las 10 u 11 PM, vigilando el barrio y notando esos cambios pequeños pero importantes que otros pasaban por alto. Ahora me pregunto quién paseará a tu perro, quién nos ayudará a cerrar cada noche en la Misión. Lo que sé es que tu energía y tu amor siguen aquí. Gracias por todo, Tigre. —Gloria Aguirre.
Ricardo era un rayo de sol. Cada vez que pasaba por Mixcoatl con invitados, nos recibía con una sonrisa enorme y decía lo feliz que estaba de que lo visitáramos. Todavía puedo escucharlo diciéndoles a mis invitados: “Por favor, vuelvan. ¡Les daremos un descuento!” Tengo el corazón roto. La Misión ha ganado un ancestro increíble. —Eric Curry.
Ricardo fue especialmente amable, servicial y paciente conmigo y con mi sobrina en las clases de danza azteca en el Centro Cultural de la Misión. Fue un honor haberlo conocido. —Annie Rodriguez.
Lo que más recuerdo de Ricardo es cómo apoyaba a su esposa y la dejaba brillar. Él emanaba una presencia tranquila y firme que se sentía como el cimiento de la fuerza y el fuego de ella. —Anissa Malady.
Tengo muchos recuerdos muy bonitos de él y su familia. Siempre lo recordaremos por su amabilidad y su gran corazón. Enseñó a niños y jóvenes la tradición de la danza. Cuando mi hijo tenía 3 años, le gustaba tocar el tambor, y Ricardo lo dejó tocar a su lado. Definitivamente se le extrañará muchísimo. —Nancy Ortiz Franco.
Para el aniversario 40 de El Tecolote, le pedí al Tigre que nos ayudara con una danza. Y se llevó a todo el grupo, tambores y todo. Generosísimo. Inmenso corazón. Mis condolencias a Connie, a sus hijos y a todo el barrio que amó tanto como a su familia. —Francisco Barradas.
Ricardo tocaba el tambor para el Grupo Mixcoatl en el MCCLA (Centro Cultural de la Misión para las Artes Latinas), impartiendo clases gratuitas durante muchos años. Me cautivó no solo la danza, sino el toque del tambor; llevaba el ritmo y nos permitía trascender a través del movimiento y la memoria ancestral. Ricardo siempre fue amable, paciente y sonriente. —Adrián Arias.
Mi recuerdo favorito de Ricardo es verlo en el huehuetl con su hijo a su lado, mientras su esposa e hija lideraban la danza. Ricardo fabricó mi primer par de ayoyotes antes de que me mudara. Siento una inmensa gratitud hacia él y su familia. —Giselle Escamilla.


