Roberto no había movido nada de la casa: su cama seguía deshecha —llevaba días así— dijo, desde la última noche que durmieron en ella. Los zapatos de ella, tirados cerca de la puerta principal. En la pequeña mesa del comedor había otras pertenencias y recuerdos de su presencia: hojas de su mate matutino y un fajo de cartas sin abrir. En la cocina, los platos seguían intactos en el fregadero.
“No sabíamos que esta sería la última vez que volvería”, le contó a El Tecolote. Durante las últimas semanas, Roberto ha estado durmiendo en el sofá de un amigo, demasiado angustiado para pasar la noche solo en su casa.
En julio de este año, Sandra, su esposa, fue arrestada por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) durante una cita rutinaria en la oficina local de esta agencia en San Francisco. Desde entonces, ha permanecido en un centro de detención, a la espera de novedades sobre su caso de asilo.

El ICE suele permitir que personas migrantes con casos pendientes permanezcan fuera de detención para continuar con sus vidas y trabajos. Sin embargo, esta libertad condicional está sujeta a la obligación de asistir a citas de supervisión rutinarias en las oficinas locales, una práctica que ha resultado en la detención inesperada de muchas de ellas.
Desde que la administración Trump aumentó las cuotas diarias de arrestos a finales de mayo, los arrestos en dichas citas han aumentado, lo que ha provocado protestas en San Francisco y otros lugares. Defensores de los derechos de las personas migrantes advierten que esta tendencia, sumada a las duras condiciones de detención, podría presionar a algunas personas solicitantes de asilo a renunciar a su solicitud.
Alarmante aumento de detenciones en el ICE de San Francisco. Grupos de asistencia legal estiman que entre cinco y quince personas son arrestadas diariamente. En las últimas semanas, decenas han sido detenidas, mientras los constantes cambios en las políticas de la agencia generan incertidumbre e impiden prever las acciones de la agencia.
Según Roberto, los agentes del ICE le dijeron a Sandra que continuaría esperando las novedades de su caso desde un centro de detención. Sin embargo, su proceso ylleva años en curso. A pesar de que los registros del ICE lo confirman, Sandra sigue a la espera de su primera cita en la corte, y el creciente retraso hace incierto el futuro de su caso.

“Para ellos, es muy normal. Pero el resultado es un hogar destruido”, dijo Roberto. “Estoy muy deprimido. No he comido en días. No tengo hambre, no quiero comer nada. Ella es mi familia. Ella es mi hogar”.
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Roberto y Sandra se conocieron en Facebook en 2017, cuando vivían en continentes diferentes. Él, un trabajador social en San Francisco con un caso de inmigración pendiente, la encontró en la sección «Personas que quizás conozcas». Intrigado, le envió una solicitud de amistad que dio inicio a una amistad y, pronto, a una conexión profunda.
Vivía en el mismo pueblito donde crecieron sus padres y que él había visitado de niño. Su casa estaba a solo tres cuadras de la de su abuela. Había pasado diez años viviendo en el país donde Roberto nació y creció. A pesar de haber recorrido las mismas calles, nunca se habían conocido.
Se mantuvieron en contacto en línea durante unos meses, pero la distancia hizo que la relación se enfriara. Sin embargo, mantuvieron el contacto a través de redes sociales, dándole «me gusta» a las fotos y celebrando los cumpleaños. En 2021, su conexión se reanudó de forma inesperada: Roberto le pidió a un amigo que le llevara dulces a Sandra, un gesto que los unió de nuevo.
Un año después, ella emprendió el viaje para conocerlo. Tomó varios aviones, cruzó Centroamérica a pie con algunos familiares y se perdió durante diez días en el Tapón del Darién, una peligrosa franja de selva tropical entre Colombia y Panamá, conocida por ser una importante ruta migratoria. «Casi muere», dijo Roberto.

Cuando finalmente logró salir de la selva, se reunió con los familiares con los que había caminado. Juntos, se dirigieron a la frontera entre los EEUU y México, donde se entregó a los agentes fronterizos. Tras dos meses detenida, fue liberada y llevada a casa de su tío en otro estado de los EEUU, y Roberto voló para verla.
«Fue un momento mágico», dijo. «Había esperado mucho tiempo para conocerla».
Durante los tres años siguientes, la pareja comenzó a construir una vida juntos en San Francisco mientras esperaban novedades sobre sus casos de inmigración. Sandra empezó a tomar clases de inglés en el City College. Viajaron por todo Estados Unidos, visitando lugares emblemáticos y conociendo a sus respectivas familias. Poco a poco, fueron cubriendo su refrigerador con imanes de los lugares que habían visitado: Nueva York, Las Vegas y Arizona.
Durante los siguientes tres años, la pareja se centró en construir su hogar en San Francisco. Mientras sus casos de inmigración avanzaban lentamente, ella se dedicaba a estudiar inglés en el City College y juntos, viajaron por todo el país y conocieron a sus respectivas familias. Fueron decorando su refrigerador con imanes de los lugares recorridos: Nueva York, Las Vegas y Arizona. Su apartamento se convirtió en reflejo de su amor y sus sueños, lleno de recuerdos de sus viajes y de regalos traídos por amigos de todo el mundo. A principios de este año, se casaron.
«No solo estamos casados», dijo Roberto. «Vamos al gimnasio juntos, estamos juntos día y noche. Y nunca nos aburrimos el uno del otro».
Sandra es alguien a quien «todos quieren»: compra ropa para donar a albergues para personas sin hogar. Cocina para sus amistades y compañeras y compañeros de trabajo de Roberto, y siempre regresa de sus viajes con regalos. Llama a su madre y padre con frecuencia, y es muy cercana a su familia.
Este verano, dijo Roberto, «muchas cosas empezaron a pasar a la vez». Tras casi una década de espera, Roberto consiguió su estatus legal. A finales de junio, hicieron un viaje para que Sandra pudiera reunirse con sus dos hermanos. Poco después, él recibió un ascenso en el trabajo. La pareja estaba eufórica.
Ya estaban planeando su próximo viaje a Washington D.C. y, una vez que Sandra obtuviera su estatus legal, visitarían el resto del mundo, empezando por Dinamarca y República Dominicana.
«Queríamos formar una familia», dijo.
Pero la mañana después de enterarse del ascenso de Roberto, sus vidas dieron un giro cuando Sandra fue arrestada por el ICE.

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Roberto no puede dejar de revivir esa mañana. Mientras esperaba su cita, Sandra estaba «más cariñosa que de costumbre», tomándose una selfie con él y dándole besos. Ella le pidió un abrazo y, sin saber que sería el último, le respondió que estaba siendo dramática.
Cerca de las nueve de la mañana, Roberto le dijo a Sandra que tenía que irse a trabajar. Ella no quería quedarse sola y le pidió que llamara para avisar que estaba enfermo. Pero tenía previsto empezar en 30 minutos y decidió ir a primera hora de la jornada.
«Mi amor», le dijo, «regresaré».
Pero cuando estaba registrando su entrada al trabajo, sonó su teléfono. La llamada, dijo, provenía de un número desconocido. Al contestar, oyó la voz de Sandra. La habían arrestado, le dijo, y pronto la trasladarían a un centro de detención. Roberto salió corriendo del trabajo y empezó a llamar a grupos de ayuda legal. Ya era demasiado tarde.
“Era como si ella presentía que algo iba a pasar. Y fui tan estúpido. Creo que si hubiera estado con ella, tal vez no se la habrían llevado. No sé”.
El ICE trasladó a Sandra a un centro de detención donde permanece hasta ahora. Según el localizador de detenidos de esa agencia, Sandra fue trasladada a un centro de detención, dejando a Roberto solo, enfrentándose a nuevos comienzos, pero separado de la persona con la que más quería compartirlos.
“¿Cómo puedo mantener la concentración?”, dijo. “He ido mucho a la iglesia a rogarle a Dios. He ido a la playa porque ahí es donde se siente la presencia. Y he llorado. He llorado muchísimo. No estaré en paz hasta que volvamos a estar juntos”.

Ahora, Roberto y Sandra se comunican todos los días. Él le envía dinero para que pueda alquilar una tableta en el centro y pagar las videollamadas con él y su abogado. Roberto dice que los agentes del centro le dicen a Sandra que su caso tardará en resolverse, lo que la hace sentir desesperanzada. “No quiere estar allí mucho tiempo”, dijo Roberto.
A pesar de haberle instado a ella a no firmar ningún documento, Roberto dijo que los abogados y las organizaciones sin fines de lucro tampoco les han dado muchas esperanzas. Algunos le dijeron que podría ser deportada a su país de origen. Otros, que podría salir del centro de detención, pero que tomaría tiempo. También le dijeron que podría ser más fácil para ella decidir irse por su cuenta y para Roberto traerla de regreso, un proceso que podría llevar años. Un supuesto abogado afirmó que podía sacar a Sandra en un año por $25 mil por adelantado, una oferta que muchas organizaciones sin fines de lucro advierten desconfiar. Roberto se marchó. El abogado de Sandra, mientras tanto, continúa luchando por su solicitud de asilo pendiente, que le permite permanecer en el país.
El ICE también ha dificultado la liberación de muchas personas migrantes detenidas, dijo Alex Mensing, de la Colaborativa de California para la Justicia de los Inmigrantes (CCIJ). Una nueva política de julio impidió que millones de personas tuvieran derecho a audiencias de fianza, y las decisiones de liberación ahora suelen depender de la discreción del ICE, lo que hace que los resultados sean «arbitrarios y muy políticos». El panorama actual podría complicar aún más el deseo de Roberto y Sandra de reunirse. “Solo quiero tenerla conmigo”, dijo Roberto. “Eso es todo lo que quiero. Quiero que mi esposa esté conmigo de nuevo, pero no parece que sea posible”.

Roberto ha considerado visitar el centro de detención para verla en persona, pero sus abogados y familiares le han advertido que no lo haga, por temor a que, sin la ciudadanía, él también se arriesgue a ser detenido.
En su casa, dice, es imposible no recordarla. En un armario cerca de la mesa de la cocina hay tres fotografías enmarcadas: los dos abrigados en el Lago Tahoe, Roberto besándola al borde del Gran Cañón, y un retrato de los padres de Sandra, sonriendo. Sus bocadillos favoritos siguen guardados en los cajones, mientras su maquillaje aun sigue en el baño y su bolsa de deporte, espera junto a la puerta.
Roberto dice no atreverse a tocar nada de lo que Sandra dejó: «Es mi mejor amiga. Y no sé cuándo volveré a estar con ella. No sé por qué hacen esto».
Nota de la edición: Los nombres y país de origen de la pareja se han cambiado u omitido a petición suya, por temor a represalias. Los detalles clave fueron verificados mediante registros del ICE y del tribunal de inmigración, y la documentación fue revisada durante una visita domiciliaria y por confirmación de abogados.