‘Hombre Rojo’, ilustración de Rio Yanez, parte de su serie Ghetto Frida. Cortesía: Rio Yañez

Al hablar de la personalidad del Distrito de La Misión, usualmente referimos los maravillosos eventos que aquí suceden, ya por muchos años: la Procesión del Día de los Muertos, el Carnaval o el Desfile de César Chávez.

A esos eventos que han ayudado a forjar esa personalidad, nuevos se han agregado a su menú cultural, como el MAPP (Proyecto de Artes y Performance de la Misión), un evento comunitario de artes diversas que sucede en La Misión cada dos meses, el primer sábado y en una variedad de sitios, tanto públicos como privados.

Si añadimos organizaciones tales como el Centro Cultural de La Misión, BRAVA Theater, Acción Latina, Galería de la Raza, Dance Mission, Precita Eyes Murals o el Community Music Center —solo por mencionar algunos— vemos que el distrito entero irradia creatividad. La Misión es el Amazonas de nuestra ciudad, el corazón y los pulmones de la salud mental de San Francisco.

Para definir esa personalidad, también vale mencionar los murales que adornan el barrio, la abundante y variada música y comida que nos rodea y —muy importante— el multiculturalismo que caracteriza a sus habitantes.

Si añadimos a todo ello el clima, diremos que su personalidad funciona con energía solar: siempre hay sol, incluso cuando está nublado en otras partes de la ciudad, porque está protegida por la amable presencia de los Twin Peaks o Cerros Gemelos.

Los españoles que llegaron a San Francisco en el siglo XVIII, originalmente los conocían como Los Pechos de la Chola a ese par de bellos cerros redondos que observan a la gente desde lo alto. También he oído otro nombre rayando en la blasfemia: Las Tetas de la Monja. En el siglo XIX, cuando San Francisco pasó a ser controlado por los angloamericanos, a Los Pechos de la Chola se les cambió el nombre y así nació Twin Peaks. ¡Qué aburrido!

Con todos esos fabulosos elementos conviviendo en el distrito, no asombra que la gentrificación sea la endémica realidad que hoy vivimos. Cuando ‘los poderosos de siempre’ invitaron a los inversionistas y a los tecnócratas (llamados techies) a San Francisco, La Misión despertó el apetito de viejos y nuevos ricachones, alimentado por sus aliados en las pandillas de bienes raíces. Una orgía de desposesiones infectó al distrito.

Un sunami de ‘desposesiones sin culpa’, llevando del brazo ‘incendios accidentales’ y el viejo truco de la ‘limpieza’ étnica y económica de las clases más desprotegidas, llegaron a desafiar y, tal vez, a cambiar la personalidad de La Misión. El ‘progreso’ es la justificación, pero la avaricia es el nombre verdadero de las razones detrás de esa actual ‘Fiebre del oro’.

Por suerte, esa personalidad también se forja en el espíritu luchador de la gente que ha vivido aquí por muchos años, los que han sido responsables de la espectacular creatividad ambiental, siempre alertas para defender sus espacios vitales y culturales.

En esta añadidura de elementos, la personalidad de La Misión también es formada por sus personajes, seres que están por doquier, pero a quienes a menudo no les prestamos atención.

Un hombre vende algodón de azúcar en la calle Treat en noviembre, 2012. Foto: Carolina Serrano

Quiero enfocarme en un par de personajes, como símbolos de aquellos que también forman parte importante de nuestra comunidad. Mencionaré a seres casi misteriosos, no solo a los líderes (hay muchos y muchas) que son muy reconocidos. Esos personajes ‘poco normales’ merecen reconocimiento. Sus vidas nos enriquecen. Aunque sean poco conocidos, no son invisibles y son muchos.

Uno de ellos, allá por los 1970, fue ‘El Hombre Rojo’. Frecuentaba el Café La Bohème. Vestía enteramente de rojo, cara y cuerpo también pintados de ese color y con un pequeño bigote negro (¿pintado?) adornando su labio superior. Nunca me acerqué a él y nunca observé que alguien le hablara. De seguro alguien lo hizo, pero el recuerdo que guardo es la de un hombre que apreciaba su muy público aspecto, tanto como apreciaba su privacidad. Se rumora que ya murió, envenenado por la pintura roja que usaba para cubrir su cuerpo.

También había una mujer a quién llamaré ‘La Copia Original de Frida Kahlo’. Ella siempre andaba vestida como Frida, en una época (a fines de los años 70 y principios de los 80) cuando el culto a esta pintora mexicana estaba en pañales. Igual al ‘Hombre Rojo’, ella era muy reservada. Nunca la oí hablar al pasar por la calle. Y de pronto, desapareció del mapa.

La personalidad de un vecindario también se crea por los hombres y mujeres que lo habitan. No solo por los que logran persistir en la vida y tienen una mente balanceada, sino también por los excéntricos y los iconoclastas.

Estoy seguro de que quién lee esto, también conoce a alguno de esos personajes. ¿Tal vez el chino en cuya panadería se amasa el mejor pan dulce del barrio? ¿O tal vez el latino que decidió dejar su negocio de reparación de aparatos técnicos y ahora va por ahí vestido de Superman, otras veces como uno de Los Tres Reyes Magos? “¡Él sabe mucho de computadoras!”, me dijo mi amiga mexicana que trabaja en un café de la calle Valencia. “Está un poco loco, pero cada vez que tenemos algún problema con cualquier cosa técnica, ¡él nos salva!”

Pienso que, de cierta manera, a todos nos salva el que ellas y ellos simplemente existan, aquellos personajes casi invisibles de La Misión con sus realidades alternas.  Sin ellas y ellos, ¿cómo sabríamos que somos ‘normales’?