Cubanos lamentan la muerte de Fidel Castro. Foto courtesía: International Committee for Peace, Justice and Dignity

Hace unos días, mientras me preparaba para escribir esta columna, revisé algunas de las frases que estaban surgiendo en mi mente, ideas para posible publicación. Un conjunto bastante mezclado. Algunas de ellas parecían originales, otras, parte de conversaciones que escucho mientras voy a alguno de mis cafés favoritos, conversaciones entre extraños. El tema era variado, sin embargo parecía existir una imperiosa necesidad de hablar sobre el próximo comienzo de la era del ‘Pato Donald’, entre otros temas tales como el fin del mundo tal como lo conocemos.

Aunque no todo estaba claramente dicho, miedo y aprensión parecían dominar las conversaciones. La fatalidad parecía acechar a la vuelta de la esquina. Por ejemplo, una señora anglo de edad avanzada, sentada junto a mí, que platicaba con un hombre (también anglo) comentaba, en un tono que yo podía escuchar, que ella no tenía ninguna amiga de color. Hablaba muy libremente, tal vez porque pensó que yo también era blanco, y lo soy pero con raíces latinas (“¡Suertudo!”, dice en tono de broma un amigo afroamericano).

La mujer le dijo a su interlocutor: “He vivido en Bernal Heights por casi 45 años, pero no tengo ni una amiga que no sea gringa como yo. Conozco a una mujer mexicana… la niñera de uno de mis vecinos, pero nunca he compartido el pan con ella. ¿Me entiendes? Nada personal o importante pasa entre nosotras. ¿Por qué será? ¿Será posible que no tengamos nada en común? ¿Debería preocuparme por eso? Ella parece una buena persona… ¿Por qué no podemos ser amigas? ¿Seré yo? ¿Acaso soy racista?”

El hombre la escuchó y después comentó algo como: “Así es como parecen estar las cosas”.

Me recordó una frase que escuché hace años cuando empezaba a aprender inglés: “Así es como las galletas se desmoronan”. En el Diccionario Urbano, aprendí que esa frase se utiliza para decir que “debes aceptar una situación que no te gusta, porque no la puedes cambiar”.

Así que estuvo bien que yo sintiera que el hombre no le brindó ninguna ayuda a la señora. Él sólo esquivó  la pregunta. Yo me atrevo a contradecirlo: la señora puede cambiar su situación. Todos podemos.

Lo que la señora experimentaba es un incómodo mal nacional: pretendemos que esta es una sociedad pos-racial, cuando en realidad no lo es. También pretendemos vivir en una democracia, pero en realidad no es así. Es un mal producto, uno que no debería ser importado o impuesto en sociedades ‘inferiores’. Para generar el cambio y reconocer las maravillosas posibilidades del multiculturalismo, personas como esa señora y ese hombre deberían respirar profundo y tocar la puerta de sus vecinos y preguntar u ofrecer algo.

El presidente electo, Donald Trump. Courtesía: NBC

Tal vez todos deberíamos hacer eso, porque no seguí mi impulso inicial de interrumpir la conversación, presentarme, ofrecerles mi tarjeta de presentación y decir: “Soy latino. Pueden llamarme en cualquier momento y platicar”. Dejé pasar la ocasión. Sin embargo, ahora estoy hablando sobre ello. Mejor tarde que nunca… ¿Verdad? Por suerte, antes de que pudiera escribir mi columna, eventualmente mencionando el tema de nuestro futuro ‘emperador Pussy Grabber’, algo más fuerte sucedió. Fidel Castro falleció. ¡Cambio de planes!  El Pato Donald tendrá que esperar porque este otro tema es más importante.

También fue algo muy triste. Lloré cuando escuché la noticia porque con Fidel también murió una era, para muchos de nosotros en todo el mundo.

Estoy muy consciente de que muchos no están tristes con su muerte, que de hecho cantan y bailan con gusto —yo no.

Era apenas un adolescente, aun viviendo en Chile, cuando escuché del triunfo de la revolución cubana. Recuerdo exactamente dónde estaba: entre unos eucaliptos, al principio de las vacaciones de verano, en un día soleado.

Mi imaginación voló hasta Cuba, donde Fidel Castro, el Ché Guevara y Camilo Cienfuegos (quien vivió por un tiempo a la vuelta de la esquina del Hospital General de San Francisco, cerca de la calle Potrero) ingresaron a La Habana, aquel 1 de enero de 1959.

En todo el mundo, al principio muchos simpatizaban con los ‘barbudos’. Luego, eso cambió, cuando fue claro que la revolución no se sometería más al control político y económico de los EEUU. Así que este país cortó relaciones con Cuba. Después, cuando Fidel se declaró marxista, bueno… el juego cambió. El juego nuevo era obstruir, embargar, impedir, intentar asesinar. ¡Más de 600 intentos en contra de Fidel! ¡Ni siquiera cerca… y sin puros!

Sin la revolución de Cuba, nosotros como latinoamericanos no hubiésemos podido levantar la cabeza de vergüenza. La revolución cubana, con sus fallas y omisiones, nos ha permitido entender el significado de la dignidad.

¡El comunismo es un tabú en estas latitudes! Sin embargo, si Fidel sobrevivió a más de 600 intentos de asesinato, yo puedo sobrevivir a un poco de incertidumbre cada que lo elogie. Una de mis frases favoritas puede ayudar: “No temas a la daga del enemigo. Teme a su indiferencia”.

—Traducción por Carmen Ruiz-Hernández