Los que nos hemos quedado despiertos hasta altas horas de la noche, mirando el techo de nuestra habitación, pensando en nuestra propia muerte, sabemos que hay un cierto temor, una cierta ansiedad en no saber. No saber cuándo, cómo o por qué. Si nos echarán de menos o si hemos hecho lo suficiente en la vida.  «Mi mayor batalla es con lo desconocido. La incertidumbre. La relación con la incertidumbre», me dijo Adolfo Velásquez.

El 22 de febrero, Adolfo celebró un aniversario importante. Diez años desde su primer diagnóstico de cáncer. Mientras hablo con Adolfo a través del zoom, le comento que tiene un aspecto bastante saludable y que no había nada que delatara su enfermedad. Se apresura a decirme que no lo vi después de su último diagnóstico en 2019. Se había hinchado por el medicamento que le habían recetado —sus fotos de facebook lo demuestran. Pero Adolfo transmite un aire de energía positiva y habla con cierta naturalidad, añadiendo una risa aquí y allá, cuando habla de temas que pueden ser bastante difíciles.  

Adolfo nació en 1960 y proviene de una familia nicaragüense profundamente arraigada en el Distrito de la Misión. Ha trabajado en el City College durante casi una década y de esta, media ha sido como consejero. Es alguien que está profundamente comprometido con su comunidad y sus estudiantes. En 2011, trabajaba como consejero académico en la SF State, pero también tenía otros dos trabajos, un medio tiempo en el City College y coordinando el programa de doble idioma de la SF State/CCSF.

Mi mayor batalla es con lo desconocido. La incertidumbre. La relación con la incertidumbre

Adolfo Velásquez.

«El primero fue como un puñetazo», dijo Adolfo sobre su primer diagnóstico. La comparación es adecuada para alguien que una vez compitió por los Guantes de Oro del boxeo. El año anterior, su padre, un miembro muy reconocido de la comunidad, había fallecido. Durante cinco años, Adolfo cargó de la responsabilidad de ser su cuidador, a su padre le diagnosticaron encefalitis y demencia. La enfermedad y el cáncer, en ese sentido, no eran extraños para Adolfo. Su madre había fallecido de cáncer de colon casi una década antes. Su tío falleció de cáncer de hígado tiempo atrás. Así que, por muy sorprendente que fuera su diagnóstico, no surgió de la nada.

«De alguna manera sabía que el cáncer me llegaría en algún momento. Pero lo que no sabía era de qué tipo», dijo Adolfo. Pronto lo descubriría. Adolfo recuerda que le habló a su médico de cabecera de un dolor en la parte baja de la espalda. Su médico le recomendó una consulta de salud mental. Este dolor en la parte baja de la espalda llegó a su punto máximo mientras estaba en una clase para el GRE, el examen de acceso al programa de doctorado en la SFSU. Salió y cuando llegó a casa corrió al baño. Expulsó lo que pensó, o tal vez esperó, que fuera una piedra en el riñón.

«Eso fue una semana después de mi cumpleaños», recuerda y continúa: «Con ello empezaron las tomografías. Encontraron sangre, microscópica, en mi orina, no podía verla. Entonces, no era un cálculo lo que expulsé, sino parte de un tumor». 

Sobreviviente de cáncer y consejero en el City College de San Francisco, Adolfo Velasquez, en el patio trasero de su casa en San Francisco. Velásquez está en recuperación después de una larga batalla contra el cáncer de pulmón en etapa cuatro y disfruta compartir su pasión por el yoga con la comunidad. Foto: Benjamin Fanjoy

La tomografía reveló una masa mayor que el diámetro de una pelota de béisbol en su riñón izquierdo, así como varios nódulos en sus pulmones. A las dos semanas, le programaron una operación para extirpar. Adolfo recuerda las palabras que le dijo la enfermera antes de que lo operaran: «Tienes dos opciones», y yo dije: «¿Qué?», «vivir con ello o morir de ello». Adolfo se ríe, reflexionando sobre la profundidad de esta sencilla frase que le sirve de mantra. Definitivamente, Adolfo tendría que seguir viviendo con el cáncer. Tres meses más tarde le diagnosticaron un cáncer de riñón en fase 4 que hizo metástasis en los pulmones. 

Por aquella época Adolfo me fue presentado por el profesor Felix Kury, un amigo en común, personaje recurrente en los espacios activistas y comunitarios del Distrito de la Misión. En ese tiempo mi propia abuela estaba luchando contra el cáncer, batalla que finalmente perdió. Kury me recomendó que consiguiera un medicamento cubano contra el cáncer, Vidatox, derivado del veneno de un escorpión azul. Por suerte, para mí, Adolfo había viajado a Cuba para encontrar dicho medicamento homeopático. Recuerdo reunirme con Adolfo en una de las estaciones de BART de la Misión. Me entregó el medicamento cubano por encima de la puerta del BART en lo que podría verse como una turbia transacción. No dediqué mucho tiempo a contemplar la importancia del asunto. No el intercambio, sino el hecho de que Adolfo estuviera dispuesto a echar mano de su propia reserva de un medicamento que no se podía adquirir fácilmente. Un acto desinteresado de generosidad y solidaridad.

Su acto de bondad no tuvo nada que ver con su recuperación. Eso puede atribuirse a su inmunoterapia, a una segunda cirugía y a una serie de tratamientos alternativos. Con una nueva oportunidad de vida, pudo bailar en Carnaval y rueda, una salsa de estilo cubano. En algún momento de 2018, comenzó a desarrollar pequeños espasmos en su brazo derecho. No pensó mucho en ese momento, pero luego su brazo comenzó a tener espasmos bastante obvios.

«¿Cómo ha pasado esto? No hay nada aquí», Adolfo hace un recuadro con los brazos sobre el pecho, una mano cerca del cuello y la otra en el estómago. «Encontró su camino hacia mi cerebro y esa es la astucia del cáncer. Eso es lo que pasó en 2019». Los espasmos musculares en realidad resultaron ser convulsiones. Otra tomografía reveló una masa en el lóbulo frontal que tuvo que ser extirpada quirúrgicamente. La operación transcurrió sin contratiempos y Adolfo, rebosante de esperanza y optimismo, se sumergió en su proceso de rehabilitación. Las enfermeras se dieron cuenta de su entusiasmo y de los progresos que estaba haciendo. Así que lo que vino después fue inesperado, incluso para él.

«El día que salí de rehabilitación, volví a urgencias esa misma noche. Era el 4 de septiembre», recuerda Adolfo. «Mi padre también murió el 4 de septiembre». Adolfo ha hecho un seguimiento meticuloso de su vida durante los últimos 10 años, llevando un diario de su tratamiento y recuperación. Aquella noche de septiembre, quizá por primera vez, Adolfo entró en negación. Tenía coágulos de sangre cubriendo sus pulmones. Todavía puede recordar las palabras del personal médico: fatal y catastrófico. Su médico le colocó un filtro de catéter intravenoso temporal para atrapar cualquier nuevo coágulo. Adolfo debe tomar anticoagulantes para el resto de su vida, pero como dice nuestro amigo común Kury, “mala hierba nunca muere”.

Como cualquier nicaragüense que se respeta, nacido en la Misión, es un fanático de los Giants. Dice que su grupo de apoyo ha sido como un buen equipo de béisbol. «Tienes a los miembros del equipo que se quedan a largo plazo y tienes a los jugadores que son transferidos. Descubrí quién era real y quién no».

Ha pasado por un divorcio, ha perdido amigos, pero también a unos ganados nuevos. También se está embarcando en un nuevo proyecto, ya que contempla la jubilación del City College y está oficialmente acreditado para enseñar Hatha Yoga Integral su objetivo es llevarlo a la comunidad Latina. Tomó su primera clase de yoga como estudiante en la SF State. Recuerda entonces cómo le sirvió de apoyo cuando era un padre joven y tenía varios trabajos. Volvió a practicar yoga como una extensión de su terapia física, de la que sentía que necesitaba más. No entró con la idea de convertirse en profesor de yoga, pero a través del proceso sintió que podía ser de mayor servicio a la comunidad al hacerlo. Quiere que otros encuentren esa paz en medio del caos y no hay duda de que todos sentimos el caos en estos tiempos. Ya sea por el COVID o por las muchas otras amenazas existenciales a las que nos enfrentamos hoy en día.

Bromeo con Adolfo diciéndole que puede hacerse cargo de un gran estudio que está siendo abandonado por los aburguesados que huyen de la ciudad. Ese puede ser un objetivo en el futuro, pero por ahora está trabajando en hacer realidad su visión del yoga terapéutico contra el cáncer. Cuando se inscribió por primera vez se sintió un poco cohibido, ya que era el único hombre latino del grupo, y parte del reto para Adolfo es averiguar cómo llevarlo a hombres como él. Tuvo que dejar de lado su ego y recordar que lo hacía por sí mismo. El hecho de que fuera en línea lo hizo más fácil porque todos eran pequeñas cajas en una pantalla, lo que le permitió volver a centrarse en su propósito.  

Me imagino a los dos Adolfo que me han presentado: el adolescente que lucha en un ring mugriento y el hombre de 61 años que ya no se bambolea, sino que encuentra la paz interior. Desde 2019, los médicos de Adolfo no han encontrado indicios de cáncer. «El cáncer podría ser mi asesino, pero escoger entre vivir con él o morir de él, vivo con él».