Recientemente, al salir de las oficinas de El Tecolote, divisé a un hombre imponente sentado al lado de una mesita, comiendo un helado. Era Ray Patlán, un reconocido muralista.

A través de los años he visto sus pinturas en los muros de varias ciudades del área de la bahía. También conozco su trabajo en Creativity Explored, una organización que ayuda a gente con capacidades diferentes.

Impulsivamente, le pregunté si podía acompañarlo. Aceptó de inmediato.

“Hago esto todo los días” me dijo, mostrándome su helado. “Es un recreo del trabajo en un mural que pinto en ese edificio de la esquina. Es un Centro para Adultos Mayores sin casa”. Al sentarme y retirarme mi cubrebocas anti-COVID, Ray se echó a reír. “¡Pensé que eras otra persona!¡Hombre! ¡Me estoy poniendo viejo!”

Había buenas razones para no reconocerme de inmediato: aunque nos conocemos de lejos, nunca nos habíamos sentado a conversar. Aprovecharía esta oportunidad.

Ray Patlán frente a su más reciente mural ubicado en la Casa de la Misión, la cual ofrece vivienda accesible a adultos mayores. Photo: Alexis Terrazas

Le di una copia del más reciente ejemplar de El Tecolote, en el cual había escrito acerca de Afganistán y comparé el desastre de la reciente salida de los EEUU con lo sucedido en Vietnam años antes, al terminar esa guerra. Roy asintió con su cabeza y dijo: “Soy un veterano de la Guerra de Vietnam”.

Ray fue reclutado en 1966. Coincidentalmente, ese fue el año cuando llegué por vez primera a los EEUU, becado en la Universidad de California, en Berkeley. Como estudiante, participé en muchas protestas en contra de la Guerra. Ray y yo rondábamos los 20 años de edad y tuvimos experiencias contrastantes respecto a esa guerra. Le pregunté acerca de esa época.

Ray expresó que trató de evitar ir a la guerra, pero no logró hacerlo. “Lo peor de todo fue que ¡justo el día que recibí la notificación de la Oficina de Reclutamiento, recibí una carta de un grupo de artistas progresistas, otorgándome una beca para estudiar en el Instituto de Artes de Chicago! Cuando fuí a la Oficina de Reclutamiento llevé esa carta y les dije que planeaba ir a la escuela. Solo me dijeron ‘¡No le hace! ¡Ahora perteneces al ejército!’”

En Vietnam, hizo todo lo posible para evitar el combate. “Crecí en un barrio duro de Chicago. Sabía cómo defenderme, pero no me interesaba matar gente. Entonces, apliqué para ser ayudante de un capellán, en una capilla del ejército, pero ese condenado cura, ¡quería ir al frente de la Guerra! Creo que deseaba ser mártir. ¡Chingáo! Así es que, busqué alternativas. Y ahí fue que leí un anuncio en un periódico del ejército llamado Estrellas y Barras. Buscaban ‘Artistas para hacer arte de combate’. Fotografía, ilustraciones, cosas así. Desde niño, yo he dibujado muy bien. Apliqué ¡y me dieron el trabajo! Pasé casi todo el tiempo en una oficina, dibujando escenas de acción, estilo propaganda, ¿me entiendes?”

Entendí muy bien. Por cierto, ¡mucho mejor que hacerse mártir! Como ayudante del capellán candidato a mártir, Ray había visto algunas excelentes murallas en la capilla, que parecían pedirle que las pintara. 

“Pregunté si podía hacerlo. Me dijeron que sí, pero no les gustó mucho el mural que propuse. No era una propaganda pro-bélica. Era un mensaje muy general para todos los vietnamitas: figuras de gente luchando contra fuerzas invisibles, gente angustiada, desesperada. Me dejaron hacerlo, pero me dieron un muro en la parte más escondida de la sacristía, alejada del público ¡y no me dieron pintura! Yo mismo pagué por ella. Mi hermana Cecilia compró la pintura y me la mandó desde Chicago. Mis hermanas siempre me han apoyado mucho. Mi hermana mayor, Ana, pudo haber sido una gran artista, pero mis padres no la dejaron asistir a la Escuela Nacional de Arte, en Washington. Les debo mucho”.

Por un par de segundos, Ray calla. Después, sonriente, mueve su cabeza de lado a lado: “Mis hermanas permitieron que yo pintara. Si no hubiera sido por ellas, ¿quién sabe?”

Le pregunté acerca del mural que pintaba para los adultos mayores sin hogar. “¡Oh! Solo es algo pacífico, sereno, relajante, aves y animales que tal vez no hayan visto. La gente que vive ahí está doblando las últimas esquinas de su vida, como yo. Me hace feliz pintar para los demás, para la gente de mi edad, darles paz. ¿Sabes? ¡Yo no he sido muy pacífico!”

De pronto vi la clara conexión entre el mural que Ray pintó en Vietnam cuando era un recluta a la fuerza, a los 19 años de edad y el mural que ahora hoy está pintando, casi sesenta años después. Hay una maravillosa congruencia entre ambos trabajos, una clara consistencia en el razonamiento que diera ese Ray Patlán joven y lo que hace hoy como adulto mayor, un artista bien respetado.

Un mural que alude a la lucha de los vietnamitas, el cual fue pintado por Ray Patlán durante su tiempo en Vietnam.Courtesy: Ray Patlán

Le dije que, en cierta manera, suena como un hombre que ha estado en una larga misión, armado con una brocha y con un deseo de promover la paz. Ríe de nuevo y contesta: “Bueno, a lo mejor algo hay con eso de misionero. La cosa es que fuí a una escuela católica y después, por un corto tiempo, estuve en el seminario, y me gusta servir, especialmente a nuestra raza”.

Se levanta. Su recreo ha terminado. Debe volver a su mural, a su brocha. A su misión.