A medida que el año 2020 llegó a una conclusión dramática, la agitación política y la pandemia están en su apogeo. Al contemplar las oportunidades derrochadas para hacer cambios concretos y tangibles, como todos, me aferro a la fugaz pero persistente esperanza. La  Esperanza, ese anzuelo incansable y obstinado que nos incita y estimula para comprometernos con la vida y echar p’alante.  

El año 2020, como los tres años anteriores bajo la presidencia de Donald Trump y su gobierno de incompetencia, mentiras e idioteces, ha puesto a prueba nuestro aguante o tolerancia frente al caos creado. La naturaleza también quiso comprobar nuestra capacidad para sufrir calamidades y padecimos incendios forestales que devastaron California, y nos sentenciaron a días sin luz. Como si fuera poco, la pandemia COVID-19, las muertes de ciudadanos negros en manos de la policía y las elecciones presidenciales lograron hacer de 2020 el año que todos queremos olvidar.  

Debido a que EEUU. estaba a la deriva al carecer el liderazgo para enfrentar estos muchos desafíos, era predecible que el país no estuviera a la altura de las circunstancias. Después  de todo, tuvimos un anticipo de la respuesta por la administración Trump cuando el huracán María, de categoría 5, devastó a Puerto Rico en septiembre de 2017. La respuesta inadecuada y miope del gobierno a los daños en la isla y a la necesidad de sus habitantes consolidó aún más la noción que Trump y sus ‘seguidores’ no estaban a la altura del trabajo que se necesitaba. El presidente fue incapaz, o no quiso comprender, que los puertorriqueños son ciudadanos  estadounidenses, eludiendo así su responsabilidad. Quién va a olvidar la infame sesión fotográfica que lo mostraba arrojando rollos de toallas de papel a una multitud de miembros de la prensa y autoridades de la isla. 

En 2017, el nuevo presidente apareció frente a la nación luciendo maquillaje tono naranja, haciendo promesas vacías, y engañando así a sus fanáticos quienes estaban ansiosos por seguir a un emperador sin substancia. Abundantes teorías sobre la necesidad de incluir a aquellos que se sintieron ignorados por las llamadas ‘élites costeras’ resultaron en la elección de un charlatán que vendía el elixir de una solución rápida y la promesa de que todos podríamos vivir en apartamentos de lujo con inodoros bañados en oro. 

Solo él sería capaz de remontar al país a la antigua gloria de la década de 1950 cuando todos conocían ‘su  lugar’, y solo él podía hacer avanzar al país empleando la codicia y el fraude. Al afirmar que las instituciones gubernamentales eran superfluas, demostró que las mentiras y las trampas eran las nuevas medidas del éxito. El gobierno dejaría atrás todas las nociones de igualdad racial, de género y económicas. Nuestra labor se limitaría a agradecer, reconocer y felicitar al presidente por “hacer un gran trabajo por el pueblo estadounidense, como nunca antes se había visto”, y afirmar era merecedor del premio Nobel, como afirmó en varias ocasiones. 

Nos despedimos del año 2020, lamentando la muerte de más de trescientos cincuenta mil estadounidenses a causa de una pandemia. Lo despedimos con un presidente que se niega a conceder una elección que perdió por un amplio margen. A dos semanas de la toma de posesión de un nuevo presidente elegido democráticamente, más de setenta millones de estadounidenses que votaron por Trump, incluyendo miembros de la Cámara de representantes y senadores, quienes bebieron el Trump Kool-Aid y continúan insistiendo en que la elección “fue manipulada” y prometen protestar hasta el final. 

Los asesinatos de George Floyd y de muchos americanos negros a manos de la policía, han arrojado luz sobre la persistente división racial que como resultado hace que las comunidades de color tengan que soportar la carga del odio racial, el injusto sistema de justicia penal, y los estragos causados por la pandemia. 

En el campo laboral, millones de trabajadores han quedado desempleados y ahora tienen que arreglárselas como puedan sin seguro médico. Por lo que parece ser el momento perfecto para implementar un sistema médico universal, o como mínimo, una opción pública asequible. 

También creo que es posible realizar cambios significativos en nuestro sistema educativo. Es hora de la educación pública gratuita. La cancelación de la deuda estudiantil, la contratación de educadores adicionales, la financiación adecuada de las escuelas y la actualización y restauración de las instalaciones escolares rurales y urbanas. 

La vivienda en los EEUU se ha vuelto inalcanzable para los muchos subempleados y una carga financiera para todos. La pandemia ha resultado en que miles se queden sin hogar, lo que se suma a la ya devastadora tragedia de la falta de viviendas en el país. La actual desigualdad de ingresos se ha vuelto insostenible; por lo tanto, una reforma de la estructura tributaria es esencial.  

Sin embargo, a pesar de las muchas calamidades por las que estamos pasando, al enfrentarme con el 2021, me siento esperanzada. La vacuna contra la pandemia es una realidad. El 20 de enero tendremos una nueva administración, encabezada por un presidente que tiene corazón y una vicepresidenta que representa no solo a la mitad de la población en términos de género, sino que también ha vivido la experiencia inmigrante como la mayoría de los estadounidenses. Los nombramientos de la administración Biden-Harris para el gabinete  prometen reflejar una diversidad étnica y racial: el nombramiento de una indígena americana para dirigir el Departamento del Interior es un acontecimiento.  

También tengo esperanzas porque el Amor promete regresar y, por demanda popular, nada menos. Debemos restaurar el Amor en nuestras interacciones diarias, no solo con aquellos en nuestro círculo familiar y social, sino el Amor por la humanidad, por nuestro planeta, por las criaturas que pueblan este hogar nuestro, y el Amor hacia nuestros semejantes, sobre todo hacia aquellos que no conocemos. Debemos adherirnos a la noción de que ninguno de nosotros está bien si no lo estamos todos.