La tienda de bicicletas de Don Rafa en las calles 16 y Capp.

Varias gotas de sudor corren por la frente de Rafael Macias Rizos mientras corre por el desierto de Arizona. Le duelen los pies, pero la adrenalina que circula por su cuerpo le hace mantener la velocidad sin detenerse.

Salió de Guanajuato, México, y está tratando de tomar el tren que lo llevará a una nueva vida en los Estados Unidos. Después de montarse en el tren tiene que preocuparse de cuándo debe saltar. “El tren iba tan rápido que cuando salté caí sobre las manos, manchándomelas de tierra primero y sintiendo inmediatamente las piedrecitas incrustadas en mis palmas”, dijo Rizos.

Después de 25 años en los EEUU, Rizos se convirtió en uno del 30 por ciento de empresarios inmigrantes dueños de negocios. Rizos, o Rafa, como le llaman sus amigos, está ahora orgulloso de su negocito, la tienda de bicicletas de Don Rafa.

La tienda de Rizos puede parecer un poco tosca en comparación con otras tiendas de bicicletas de la Misión, pero es un diamante en bruto. Se concentra más en el servicio al cliente que en la estética.

Cuando entras en su tienda se puede oler la grasa de las cadenas que utiliza para armar las bicicletas que vende a precios razonables. Llantas, aros, radios y cuadros de bicicletas cuelgan de las paredes donde la gente puede ver y decidir si servirán para sus bicis o no.

La mayoría de las tiendas de bicicletas tratan de ocultar sus talleres de trabajo. Rizos hace todo lo contrario. Su taller está al frente de la tienda, porque quiere que todo el mundo lo vea en su elemento.

“Cuando abrimos la tienda en la calle 16 en el año 1998, no me preocupaba de que la gente viniera a mi tienda, porque ya estábamos establecidos en el mercado de la pulga. Desde el principio siempre he querido hacer lo que hago”, dijo Rizos. Comenzó a trabajar con bicicletas en Guanajuato, lo que le introdujo a su futuro oficio.

Los comienzos de Rizos son como los de cualquier inmigrante, comenzando con nada. “Trabajando en un restaurante, eran muchas horas y el dinero no era suficiente, así que tuve que pensar en una manera de hacer dinero”, dijo Rizos.

Rafael Macias Rizo

La oportunidad se le presentó cuando acompañó a un amigo a una subasta de automóviles en el Valle de Napa. Allí vio bicicletas de segunda mano a la venta. Algunas estaban averiadas, pero pensó que podía utilizar las piezas para reconstruir bicicletas y luego venderlas a un precio más barato. “¡Llevé $80 y salí con un centenar de bicicletas!”, dijo Rizos.

Rizos alquiló un espacio en un mercado de la pulga local por veinte dólares. Trabajó en ese lugar durante aproximadamente dos años hasta que el dueño del mercado decidió cerrar la operación. “El edificio en el que vivía tenía un espacio comercial disponible, así que negocié con el propietario y así es como he estado aquí durante casi doce años”, dijo Rizos.

Las cosas han cambiado para Rizos desde que llegó por primera vez a este país. Sus manos ya no tienen piedrecitas incrustadas, pero las cicatrices todavía están allí para recordarle el viaje que emprendió para mejorar su vida.

Ahora comienza su viaje diario saliendo de la casa que compró en Hayward. Todas las mañanas dice adiós a sus seres queridos y se monta en el BART para acudir a su tienda en la Misión. Todavía monta en los trenes, pero ahora se apea de él como el orgulloso propietario de un negocio.

Este artículo se redactó en colaboración con el Departamento de Estudios de La Raza de la Universidad Estatal de San Francisco.