Alvarez, un músico, compositor y poeta ciego, ha pasado su vida luchando contra la ceguera y la falta de una casa en San Francisco.

Cada día, en la esquina de la estación del Bart de la calle 24 en San Francisco, Marcos Álvarez, un hombre ciego de 55 años impregna los pasillos con canciones de amor, esperanza y nostalgia. Con un teclado, una silla y un bastón a su lado, el también conocido como “el soñador”, da serenatas en la Misión con la esperanza de capturar cualquier oído dispuesto a escuchar.

Los locales pasan y cantan, algunos dejan un poco de dinero en el pequeño cubo amarillo que está a su lado, otros de vez en cuando le dicen que se vaya con su música a otra parte, pero nunca pasa desapercibido.

“La historia de mi vida está grabada en cada una de mis canciones”, dice Álvarez. Es un poeta, compositor, músico y viajero que recorrió Centroamérica y Norteamérica entre 1969 y 1992 hasta que finalmente llegó a los EEUU, donde vive desde entonces. Sus cicatrices cuentan historias, inconcebibles para muchos, de sus encuentros cercanos con la muerte.

Cuenta que siendo niño, despertó en medio de la noche siendo arrastrado violentamente por el cuello. Alguien había incendiado su casa y un vecino había desafiado las llamas para salvar su vida.

Años más tarde, se vio envuelto en la guerra civil de El Salvador. Una bala perdida de un tiroteo cercano le dió en un costado y la herida casi lo mata. La bala casi le roza el corazón, le dió en el lado izquierdo del pecho. “Quedé tendido inconsciente en la calle. Un policía me declaró muerto, así como la otra gente a mi alrededor. Me desperté, y con todas mis fuerzas logré levantar el brazo”. El policía lo vio y lo llevó a un hospital cercano. ”¿Quién sabe por qué todavía estoy vivo?”, añadió.

Pero ninguno de esos incidentes —ni siquiera un asalto en el que casi le rompen el cráneo en México, una casi ejecución, accidentes automovilísticos, ataques al corazón, el glaucoma o la diabetes— le han impedido componer, cantar y perseguir su sueño. Sus composiciones y perspectiva de la vida tienen sus raíces en estas experiencias.

“Sueño con que mis canciones las toquen y canten artistas talentosos y, si alguna vez gano dinero, quiero utilizar esos fondos para ayudar a las personas ciegas necesitadas, para que no tengan que pasar por lo que yo he pasado”, explicó.

Álvarez nació en una familia de campesinos en Zacatecoluca, El Salvador. A los 9 años, huyó de su hogar disfuncional y lo adoptó su abuela. Escribió su primera canción a la edad de 14 años, y se la dedicó a su madre con la esperanza de ganar su aprecio.

A los 17 años, escribió una canción dedicada a su país (‘Tierra bendita y querida’) y otra a sus compatriotas (‘Mi patria’). A la edad de 26 años, ya había aprendido a tocar la guitarra, el acordeón y el piano. Álvarez empezó a ganarse la vida tocando en los cafetas (jerga salvadoreña para cafetería) y en las esquinas de las calles de El Salvador y luego en toda Centroamérica. Cantó sobre la felicidad y el dolor que el amor le trajo en la vida, y compartió letras tristes sobre la tierra que le vió crecer.

Álvarez nació ciego, pero a medida que fue creciendo, su abuela lo trató con una serie de tratamientos no convencionales —con agua y sal— que hicieron posible que viera sombras y colores a una distancia muy cercana. Desafortunadamente, su visión limitada no duró mucho. El glaucoma —una enfermedad ocular que causa daño al nervio óptico (el nervio que transmite información desde el ojo hasta el cerebro) y constituye la segunda causa de ceguera en el mundo— reclamaría las sombras y colores que ambicionaba.

Un trasplante de córnea en 1994 lo dejó ciego una vez más. Fue entonces cuando Álvarez tocó fondo y trató de poner fin a su vida: lo que considera como la acción más estúpida que ha cometido en su vida.

Se fue a un restaurante, llenó el estómago y bebió lo suficiente para reducir al mínimo cualquier titubeo. Antes de salir, un camarero le vio meterse un cuchillo dentro de la manga y llamó a la policía. La policía lo siguió hasta un callejón, donde Álvarez sacó el cuchillo y se cortó la vena en el lado izquierdo del cuello. Él le da crédito al camarero y al policía por haber salvado su vida. “Estaba al borde de la muerte de nuevo, pero esta vez, de pura tristeza. No tenía familia ni amigos a mi lado.”

Marcos Alvarez tocando una seranata a los viajeros en la estación de BART. Oriundo de El Salvador, tocaba en los cafés y en las calles de Centroamérica.

En 2003, se sometió a un segundo trasplante de córnea que le permitió ver de nuevo durante un año. Desafortunadamente no cicatrizó bien. La última cirugía fue en 2006, pero complicaciones relacionadas con el glaucoma, una vez más le impedirían ver.

Después de tres trasplantes de córnea sin éxito y de las intervenciones para tratar su glaucoma, Álvarez ha abandonado toda esperanza de ver de nuevo. Todo lo que ve es blanco.

Álvarez describe su transición a la ceguera: “Sentía miedo al cruzar la calle y todo mi cuerpo temblaba. Sentía como si los coches vinieran hacia a mí. Me paré en la esquina de una acera y sentí como si estuviera cayendo al vacío. Fue un martirio cruel para mi sistema nervioso.”

Pero en medio del caos, Álvarez optó por seguir adelante con su vida y aspiraciones. “Me convencí de que tenía que superar esto, porque yo no nací para que nada me derrotara. Bien sea Dios, la mala fortuna, quienquiera que me haya castigado, bien sea justo o injusto, no está bajo mi control. Estoy cansado de mendigar para sanar. Si ni siquiera Dios me ha escuchado, todo lo que me queda es luchar por mí mismo con lo que pueda.”

Durante los años que Álvarez ha combatido su ceguera y una vida sin casa en San Francisco, una cosa nunca cambió. Ciego o no, abandonado o no, su guitarra nunca se ha separado de él.

‘Mi guitarra’, una de sus muchas canciones, dice:

“Abrazando mi guitarra, aunque nadie escuchara mi pesar amargo, el mundo me vió llorar.”

“Abrazando mi guitarra alivio el dolor de mi alma. Sólo así, he encontrado la paz que ha curado mis mil heridas.”

Durante el proceso de curación, Álvarez encontró ayuda.

Shelter Plus —un programa de la St. Anthony Foundation ubicado en San Francisco que ayuda a más de un millar de personas con alimentos, ropa, vivienda y otras necesidades básicas— le ayudó a conseguir un estudio pequeño en el barrio del Tenderloin en el año 2001.

Hoy día pasa la mayor parte de su tiempo en Hayward, al cuidado de Sarita Cervantes, una buena amiga que le cocina, lava y plancha la ropa, ofreviéndole la amistad y calidez de su humilde hogar.

“Estoy contenta de poder ayudarlo con sus necesidades básicas. Nos ayudamos el uno al otro, porque él también contribuye con el dinero que gana cantando para los gastos en alimentos. Es muy buena compañía, un amigo maravilloso y un hombre muy noble”, dijo Cervantes.

Álvarez también recibe un suministro mensual de medicamentos gratis a través de Healthy San Francisco, un programa que provee servicios de salud asequible y accesible para residentes de San Francisco que carecen de un seguro médico.

Marcos Alvarez

“Mi motivación para levantarme cada mañana proviene de la necesidad de sobrevivir y servir a los demás a través de mi música”, dice Álvarez.

Lo ecléctico de sus gustos musicales se refleja en las 600 canciones que ha compuesto. Cuarenta de ellas están escritas e impresas en un libro.

En una de sus canciones más recientes, ‘Cabalgando’, retrata un mundo libre de egoísmo y de odio:

“Cabalgando sobre una fantasía más allá de las estrellas, me fui a buscar el universo que mi alma soñó: donde no se acepta el letal veneno del egoísmo y del odio, donde el aire es puro y el agua cristalina, donde nadie se prepara para la guerra, donde los individuos malignos no hacen mal uso de la ciencia para armas nucleares: un universo sin cínicos explotadores que contaminan el medio ambiente con avances industriales”.

Lamentablemente, su mensaje y su público no siempre están de acuerdo.

Álvarez relata una experiencia con un hombre que, enojado, lo acusó de hablar contra el capitalismo. Álvarez, simplemente respondió que de hecho él está en contra de la codicia y las ramificaciones de híper-capitalismo.

En una ocasión, un transeúnte le gritó que su música era aburrida y repetitiva. Álvarez respondió gritando: “Bueno, ¿cuántas veces me ha ayudado? Debería estar avergonzado de ladrarme como a un perro.” El hombre se calló y siguió su camino. “A veces, simplemente no puedo quedarme callado. Siento que tengo que quitarme una pesada carga de la espalda y decir algo.”

Álvarez también tiene un romanticismo innato que delata la poesía en las letras de sus canciones. Dice que la mayor parte de su inspiración proviene de las mujeres.

“Yo les canto a ellas con gran devoción, respeto y admiración. Ellas son la mejor creación de Dios”. A pesar de los obstáculos que todavía tiene en su camino, Álvarez continúa ansioso de abrazar el mundo.

“Yo no sé cuánto tiempo me queda. Quiero que mis canciones queden por ahí para que cuando me haya ido, mi mensaje se escuche a través de otros artistas. Eso es todo lo que deseo.”

En una de sus canciones más recientes, dice ser un alma sin dueño, consciente de la brevedad de la vida. Para él, la vida misma es un sueño hecho realidad.

—Traducción Camila Torres