Después de cuatro canciones impregandas del sonido de guitarras, zapateado y cantos animados, Alfredo “El Gordo” Herrera, integrante de la banda Pa’Sumecha tomó un descanso en el escenario para quitarse su paño.  Mientras limpiaba el sudor de su cara, de sus manos y de su guitarra, sonreía mostrando su fatiga: “Primero que nada, esto no es trabajo” –dijo– “es una cultura, una comunidad.  Eso es lo que siento esta noche.”

El primer Festival Anual de Son Jarocho tuvo lugar del 16 al 19 de agosto en el Teatro Brava, donde artistas como El Gordo llenaron este sitio de la Misión con la música regional de Veracruz, México.

El festival fue muy concurrido –esto de acuerdo con su organizador, Camilo Landau–, cerca de 700 personas asistieron y aún así, los cuadros se sintieron íntimos. La música tradicional jarocha es la herencia de una fusión –la compleja historia de Veracruz ha llevado a la mezcla de influencias india, afro-caribeña y españolas.  Recientemente, inmigrantes latinos en los Estados Unidos han empezado a experimentar con estos ritmos jarochos.

La noche del viernes, las bandas Pa’Sumecha y Quetzal subieron al escenario para exponer dos enfoques diferentes de la música jarocha.  Pa’Sumecha –proveniente de Mexicali– incluyó instrumentos típicos como la jarana, pequeña guitarra mexicana compuesta de ocho cuerdas; la quijada, elaborada del hueso de la quijada de un caballo que se toca con un palo; y el marimbol, una caja grande con teclas parecidas a las del piano.

Varias de las canciones mantuvieron el ritmo constante pese a las variantes del contenido emocional –del anhelo (“pueblos desaparecidos/los jóvenes se van”) y de lo juguetón (“yo me peleé con la bruja”).

En Veracruz, “Pa’sumecha” es una expresión popular utilizada frecuentemente para mostrar sorpresa o incredulidad.  Algunos de los sonidos debieron sorprender a los asistentes –pues lo cantado resultó atonal y el sonido de la quijada poco familiar.

Pero la sorpresa cedió paso al placer cuando desapareció la barrera entre el artista y la audiencia:  durante un bien merecido descanso para beber agua, una mujer del público gritó al Gordo: “Pare, o se va a emborrachar, maestro.”  El público se carcajeó y él, a la vez que disfrutaba su bebida, sonrió.

Después, Quetzal –una banda de seis integrantes provenientes del este de Los Ángeles– subió al escenario y tocó lo que el maestro de ceremonias, José “Dr. Loco” Cuellar, profesor emeritus de la Universidad Estatal de San Francisco, llamó “música jarocha con un sabor a postmodernidad.”

El sonido de Quetzal fue más suave que el de Pa’Sumecha; destacaron el violonchelo, el violín, los tambores y la guitarra eléctrica, lo mismo que la jarana y el sonido de pies golpeando el suelo. Pero la atracción principal de esta banda fue la voz de Marta González: portando en su cabello corto una rosa roja y brillantes plumas azules, sostenía su vestido blanco a la cintura, mientras cantaba en un tono fuerte y perfecto las líneas de la canción.

Los músicos jarochos se preocupan con frecuencia del peligro de la fusión. ¿Puede la mezcla con otros géneros destruir la tradición? Hasta ahora, Quetzal parece haber encontrado el balance perfecto.

Al final, Los Cojolites y Pa’Sumecha se unieron a Quetzal en el escenario para armar un fandango delirante. Alejandra González Machado (Pa’Sumecha) y Marta González cantaron y zapatearon en armonía mientras los músicos llenaban el teatro con música.

Los demas eventos programados del festival incluyeron: el jueves, muestra de cine con la proyección de Son Siglos, un documental de Marcos Villalobos sobre tres músicos del Son Jarocho; el sábado, el concierto a cargo de Los Cojolites, Andrés Flores y Sistema Bomb; y el domingo, talleres musicales a cargo de los artistas participantes.

El festival demostró que la música jarocha no es un museo que expone el folclor tradicional o un álbum grabado en el museo smithsoniano, sino una manifestación cultural viviente.

“Tengamos o no raíces en Veracruz, el festival ha hecho un trabajo impresionante al mostrar de dónde viene el jarocho y hacia dónde va”, dijo Alex Quintanilla, quien estuvo vendiendo joyería mexicana durante el festival.

—Traducción Carmen Ruiz