Somdeng ‘Danny’ Thongsy nunca se imaginó que llegaría a ser estudiante en la Universidad de California, en Berkeley. Mucho menos después de enfrentar tantos obstáculos como refugiado del sudeste asiático y tras haber sido encarcelado: “Incluso hoy, recuerdo todas las barreras que se han interpuesto en mi vida, en todo lo que he luchado, y me pregunto ‘¿cómo llegué aquí?’”, dijo.

Thongsy creció después de la Guerra Secreta de los EEUU en Laos, la operación paramilitar de la CIA más grande en la historia de este país: entre 1963 y 1974, lanzó más de dos millones de toneladas de bombas sobre Laos, convirtiéndola en la nación más bombardeada del mundo, per cápita. Cientos de miles de civiles laosianos huyeron en busca de protección, y muchos terminaron en campos de refugiados tailandeses, igual a uno donde Thongsy nació y se crió hasta los dos años.

Él y su familia llegaron a Stockton, California, en 1981. Pero el trauma de la guerra y el desplazamiento forzado dificultaron su reasentamiento. Los refugiados del sudeste asiático, que representan la comunidad de refugiados más grande en los EEUU, a menudo se encontraban dispersos en áreas urbanas de pobreza concentrada con escuelas de escasos recursos y limitado apoyo social o económico. “Fue como pasar de una zona de guerra a otra”, refirió Thongsy.

Al crecer en un barrio pobre y plagado de violencia, Thongsy miraba el mundo a través de un lente pesimista. Recordó haber asistido a la escuela con los bolsillos rotos y enfrentándose a matones, creyendo que con suerte llegaría a los 18 años. A menudo amenazados por ser extranjeros, los jóvenes del sudeste asiático-estadounidense, como él, encontraron consuelo y protección en las pandillas.

Su vida cambió en 1997 cuando un pandillero rival asesinó a su hermano mayor; eso lo llevó a una profunda depresión y rabia, y luego, a la prisión a los 17 años: “Cuando era más joven, mi hermano mayor siempre me brindó palabras de sabiduría que me ayudarían a mantener por el buen camino. Su muerte me sacudió esa base. No sabía a dónde acudir ni cómo pedir ayuda”, recordó.

La política “dura contra el crimen” de la década de 1990 dio como resultado leyes que impusieron sentencias más severas para los jóvenes. Aunque Thongsy era menor de edad en ese entonces, fue juzgado como adulto y sentenciado a un mínimo de 27 años. Los jóvenes asiáticos en California durante ese tiempo eran juzgados más del doble que los adultos, en comparación con los jóvenes blancos que cometieron delitos similares, según reportó un informe de 2000.

Somdeng ‘Danny’ Thongsy a la edad de 17 años, cuando fue sentenciado como adulto y enviado a prisión. Luego de permanecer 20 años en San Quentin, Thongsy le fue concedida la libertad condicional y recientemente en este año, fue aceptado para ingresar a la U.C. Berkeley. Foto: Benjamin Fanjoy

Durante su primera semana en detención juvenil, Thongsy asistió a un servicio religioso que le brindó un rayo de esperanza: el predicador a cargo, un expresidiario, compartió un mensaje sobre el perdón a sí mismo y la transformación, plantando así Thongsy la semilla que conduciría por el camino hacia la curación.

Comenzó a dedicar su tiempo a la introspección y la autoexploración, abrazando la espiritualidad y encontrando refugio en los libros. Pronto cambió su nombre a Danny en honor a su hermano Mee ‘Danny’ Thongsy. Mientras estuvo encarcelado, se unió y facilitó programas de autoayuda, obtuvo su diploma de escuela secundaria y un título de asociado en ciencias sociales, y completó tres cursos vocacionales en jardinería y paisajismo, servicios de oficina y artes gráficas. Pero obtener su educación mientras trabajaba a tiempo completo y recibía una paga de 13 centavos la hora, tuvo sus desafíos.

“También tienes que navegar por la vida en la prisión, lo que significa la política, el racismo, el autoritarismo de los oficiales penitenciarios, los encierros, la soledad de las noches, la separación de la familia; mis dos padres habían fallecido mientras yo estaba allí”. Thongsy perseveró y se centró en la organización comunitaria. Abogó por la aprobación de los proyectos de leyes SB260 y SB261 de California, que brindaban a los jóvenes una oportunidad justa para libertad condicional, y en 2016 se presentó ante la Junta de Audiencias de Libertad Condicional por primera vez. Después de cumplir 20 años de su sentencia, le fue concedida la libertad condicional.

Fue una experiencia impactante y humillante, dijo, pero la celebración no duró mucho. Como muchos inmigrantes y refugiados, Thongsy fue empujado a lo que los defensores llaman el camino de la escuela a la prisión y la deportación. Fue trasladado de inmediato de la prisión estatal de San Quentin a la custodia de inmigración y se emitió una orden de deportación: “Fue uno de esos momentos desafiantes. Vives en un estado de incertidumbre sabiendo que podrías estar aquí un minuto y desaparecer al siguiente, separado de tu familia y de todo lo conocido”, refirió.

Las políticas de inmigración promulgadas en 1996 restringieron el debido proceso y ampliaron enormemente los motivos de detención y deportación. Como resultado, más de 16 mil estadounidenses de origen asiático procedentes de Camboya, Laos y Vietnam han recibido órdenes finales de expulsión, muchas de las cuales se basan en condenas impuestas con décadas de antigüedad.

Thongsy pasó dos meses en detención migratoria del Centro Correccional Rio Cosumnes antes de ser liberado bajo una orden de supervisión. Después de dos décadas, volvió a ponerse en contacto con su hermana y familiares y comenzó a reconstruir su vida como familia, pero el miedo a la deportación permaneció en él.

Si bien los EEUU no tiene un acuerdo de repatriación con Laos, Thongsy vivía día a día, sin saber si sería deportado o cuándo, una experiencia común entre los estadounidenses del sudeste asiático, muchos de los cuales llegaron a este país como refugiados y luego obtuvieron su residencia.

“Cuando la gente suele hablar de deportar a los inmigrantes, intentan justificar sus acciones deshumanizándolos. No reconocen la inhumanidad en el acto mismo”, aseveró Thongsy. “Cuando deportas a alguien, estás deportando a miembros de tu familia. Estás deportando a padres, estás deportando a hermanos, hermanas y madres. Toda una comunidad sufre”.
Thongsy continuó abogando por la reforma de la justicia penal luego de su liberación. Se desempeñó como miembro de Yuri Kochiyama en el Asian Law Caucus en San Francisco, luego pasó a trabajar en Oakland Rising, una empresa colaborativa de justicia racial y económica que educa y moviliza a los votantes. Actualmente, es voluntario del Comité Asiático de Apoyo a Prisioneros, ayudando con la reinserción de personas previamente encarceladas, y promueve la justicia y la seguridad de la comunidad como coordinador de campaña en la Coalición de reinversión de justicia del condado de Alameda.

“La comunidad del sudeste asiático juega un papel clave al ayudar a otros refugiados que atraviesan por esta crisis. Tenemos una idea de lo que puede servir. Entendemos el trauma de la guerra, el desplazamiento y la necesidad de una salud mental integral y recursos culturalmente competentes”, dijo.

En noviembre de 2020, Thongsy recibió un perdón incondicional del gobernador Gavin Newsom en reconocimiento a su transformación y contribuciones a la comunidad. Sin sentir el peso de la deportación, pudo cumplir su sueño y obtener una licenciatura en sociología en la UC Berkeley.

Como inmigrante y primera generación con grado universitario, Thongsy está ansioso por aprender cómo romper el ciclo de la escuela a la prisión y la deportación que afecta a su comunidad. Espera que su historia inspire a otros a reflexionar sobre sus propias experiencias y a exigir una justicia transformadora para todos: “A lo largo de l mi vida y desafíos, he aprendido que no importa cuán oscuras se puedan ver las cosas, debemos permanecer optimistas y resistentes, luchar por el cambio y luchar por los demás. Busque ayuda y, al hacerlo, ayude a otros en el camino”.