Si hemos aprendido algo durante los últimos cinco años, es que Silicon Valley estaba equivocado: la tecnología no es una fuerza benigna que mejorará la condición humana. Tampoco las empresas multinacionales de tecnología están de alguna manera al margen o por encima de la política. Más bien, la Big Tech es sólo la última permutación del capitalismo maligno que aflige al mundo, tan codicioso, oportunista y explotador como la industria de combustibles fósiles o Wall Street. 

En el transcurso de la última década, hemos atestiguado a empresas como Amazon, Google, Facebook, etc., acaparar sus respectivos mercados.

La precipitada caída de Donald Trump a raíz de la insurrección del 6 de enero en el Capitolio demostró que empresas como Amazon, Google y Facebook no solo son monopolios por derecho propio, sino que pueden trabajar en coordinación y, al hacerlo, poseer suficiente poder para derribar a un presidente en funciones. 

No negaré que fue bastante satisfactorio ver a Trump finalmente amordazado (después de tuitear unas 34 mil veces desde 2015). Y Twitter, al ser una empresa privada, tiene derecho a hacer cumplir sus políticas. Sin embargo, si esta empresa estuviera realmente preocupada por la seguridad como pregona, debió echar a Trump de su plataforma después de lo de Charlottesville.

En cambio, ésta, como tantas otras corporaciones, sólo adoptó una posición moral una vez que sus ejecutivos tenían la seguridad de que no serían afectadas sus marcas ni sus ganancias. Twitter esperó hasta que los demócratas ganaron las tres ramas del gobierno para prohibir a alguien que haya violado los términos del acuerdo de usuario desde 2015. Al ver cómo Youtube, Facebook, Amazon, Apple y el resto de la industria tecnológica hicieron lo mismo, un ataque sin precedentes y asombrosamente coordinado contra una figura política, el momento hace que sea difícil interpretar sus acciones de otra manera que no sea complaciendo a los legisladores demócratas para evitar una regulación significativa que personas como Elizabeth Warren han amenazado con proponer.

Uno de los acontecimientos más siniestros tras el desastre del Capitolio fue el destino que sufrió Parler, la aplicación de redes sociales alternativa favorecida por los derechistas, los conspiradores y los nacionalistas blancos. Parler fue eliminada de las tiendas de Android y Apple, lo que hace que sea esencialmente imposible descargarla en un dispositivo móvil. Si eso no fuera suficiente, los servidores AWS de Amazon descontinuaron su alojamiento web, lo que significó que prácticamente ha dejado de existir. Todo esto sucedió en cuestión de horas. 

Las implicaciones de tal acción coordinada son, por decirlo suavemente, preocupantes. Las empresas de tecnología argumentarán que están justificadas, evocando su condición de empresas ‘privadas’, libres de tomar decisiones y hacer cumplir políticas en nombre de sus accionistas.

Pero esto subraya el problema: ¿cómo es que un puñado de empresas puede esencialmente hacer desaparecer a alguien de Internet? ¿A dónde va uno cuando se le quita su alojamiento, se le prohíbe en ambas tiendas de aplicaciones y deja de ser indexado por Google? Si bien esto puede no violar la primera enmienda, ciertamente parece fuera de línea con su espíritu, dada la naturaleza ubicua y monopólica de plataformas como Google y Facebook. 

Amazon, Google, Facebook (e incluso Apple, en menor medida) se involucran regularmente en comportamientos anticompetitivos; son monopolios y merecen ser disueltos como lo han sido otros monopolios en años pasados. 

Pero puede haber una manera aún mejor de verificar la Big Tech. Ya existe evidencia convincente de que Internet de banda ancha podría reclasificarse como un servicio público. El servicio de Internet en Corea del Sur es de propiedad pública y los surcoreanos disfrutan del Internet más rápido del mundo, mientras que los estadounidenses pagan una tarifa más alta que cualquier otro país por un servicio inferior. 

Si los EEUU fue capaz de implementar algo como esto, puede que no sea un gran salto imaginar una plataforma de comercio de propiedad pública (Amazon), un foro social de propiedad pública (Facebook / Twitter, etc.) y una navegación pública de Internet ( Google). Y es lo justo. Después de todo, estas empresas se lanzaron con generosos fondos del gobierno y han pasado años haciendo todo lo posible para evitar pagar su parte de impuestos. Si Google, Facebook, Twitter y el resto son realmente tan cívicos como quieren hacernos creer, ¿por qué no hacerlos realmente responsables ante la gente?