Hace muchos, muchos años, en un barrio cerca del mar…

En realidad, corría el año 1983. Había sido invitado como crítico a un Festival de Teatro Latino.

Acepté, considerando que la invitación era un honor.

Estaba deseoso de participar en un postivo intercambio de opiniones entre artistas colegas.

También consideraba que esa invitación era un honor que no debía desestimarse. Deseaba ser informativo, justo y honesto. Después de todo, éramos todos participantes en la misma aventura: tratar de promover el teatro en nuestra comunidad Chicano/Latina.

Después que terminara el grupo que se presentó aquella noche, esperamos unos pocos minutos para que los artistas se limpiaran su maquillaje. Volverían a reunirse con los miembros del público que se habían quedado a participar en la conversación post-función. 

Pasados diez minutos, ahí estaban mis amistades del teatro, esta vez sentados con el público. Ojos brillantes, aún vistiendo sus atuendos teatrales, esperando por mis comentarios.

Comencé felicitando al grupo de artistas, por su valiente esfuerzo. El solo subir a un escenario y atreverse a hacer una presentación merece aplausos. Después, añadí que –como crítica—el libreto necesitaba mucho trabajo y la puesta en escena sufría por algunas débiles actuaciones.

No recuerdo las palabras exactas que dije, pero sí recuerdo que, después de esos primeros comentarios, no hice muchos más. Lo que recuerdo vivamente, después de tantos años, son las caras molestas de algunos de los actores y actrices que oían mis palabras. Seguidamente, un par de ellos me interrumpieron y me acusaron de ser “poco apoyador”. ¡Una joven me catalogó como “un wuevón elitista”!

La verdad es que me sorprendió la vehemencia, aunque no me retracté. Pronto, la calma y el respeto retornaron y sobreviví. Pero esas miradas fieras siguen enraizadas en mí memoria.

No es fácil dar o recibir críticas. Sea en la privacidad de nuestra vida personal o en público.Sin embargo, debemos saber enfrentar el desafío.

Ese incidente de 1983 no ha sido la única vez que he encontrado resistencia al dar y recibir implîcito en un honesto intercambio de opiniones opuestas. No solo en la comunidad en general, sino también en sitios tales como en instituciones de educación superior, donde se espera que el franco intercambio de diversas o antagónicas ideas sea bienvenido. Mas que bienvenido, esencial.

Desafortunadamente, el esquivar la confrontación intelectual es –generalmente hablando—el procedimiento mas común. Una situación que nos mantiene desinteresados y desconectados.

Enseñé en una Universidad local por más de treinta años y, más que un abierto intercambio de ideas, generalmente encontré una desafortunada escasez de argumentaciones frente a frente.

Por ejemplo, un par de veces, una puesta de escena teatral que dirigí, o incluso una imagen usada para promover la obra, merecieron ásperas “Cartas Abiertas” criticando la obra, la imagen…o el hecho de yo aún siguiera trabajando en ese Campus.

Traté de conectarme con los estudiantes y/o profesores que habían escrito y promovido esas “Cartas Abiertas”, pero ellos/as (en especial los/las colegas), no mostraron interés. ¿Tal vez consideraban que con solo escribir esa carta o dar una firma apoyadora era suficiente?

Entonces, procedí a escribir mis propias “Cartas Abiertas”, invitando a esos estudiantes y/o profesores a una discusión en persona, abierta al público. Sinceramente pensaba (sigo haciéndolo) que era la manera correcta de proceder, para beneficio de nuestro sitio de “Educación Superior”. Hubieran sido discusiones interesantísimas, pero no recibí respuestas.

Ya jubilado de mi trabajo Universitario, estoy feliz de volver a la comunidad general, no universitaria. Escribo esta columna, colaboro con jóvenes teatristas, asisto a diversos eventos.

Pero no estoy feliz del hecho que nuestra gente comunitaria no exhiba la urgencia (o el valor), de discutir y/o criticar abiertamente nuestras verdades u opiniones. Parecemos temerle a la crítica. Nos cuesta darla, o recibirla.

Nos es mas cómodo emplear el sistema “boca a boca” (el privado más que el público), y nos gusta chismear, rumorear,  o usar los populares “medios sociales”. Nos estamos haciendo mediocres y no parece importarnos.

Para dar o recibir una crítica saludable, tenenos que salir de nuestra “zona de comodidad”. Sea cuál sea. Debemos asistir a eventos como funciones de teatro, música, o danza, debemos leer más, apagar regularmente los “teléfonos inteligentes”, conversar más con amistades o con extraños, dar y pedir opiniones. Como dice el dicho: “Dí lo que piensas, aunque tiemble tu voz.”

¿Quién pierde si no hay necesidad de expresar la opinión propia o de pedir la opinión ajena?

¡Todos perdemos! Los estudiantes, los maestros, la comunidad en general. 

La crítica abierta y bien intencionada es esencial para la salud intelectual de todas nuestras comunidades. Afuera o dentro de las escuelas.

El temor a practicar el necesario dar y recibir de las ideas, es como pretender estar de buena salud física, sin hacer ejercicios ni comer adecuadamente.