El tambor de Ernesto ‘Xe’ Acosta se erigía entre un mar de flores esparcidas, dictando un ritmo poderoso a un grupo de danzantes aztecas que respondían con sus cantos. Poco a poco, los espectadores formaron un círculo en la colina norte del Parque Alamo Square, donde el aroma del copal impregnaba el aire y el sol proyectaba sus últimos rayos cálidos en un día que cambió los corazones de muchos.

Ese día, no era Xe quien tocaba el tambor ceremonial de más de un metro que su padre le trajo de un viaje a México.

Él no volvería a tocar su tambor —pero el ritmo emitido hizo que los danzantes movieran sus pies en perfecta armonía, agitando los cascabeles de sus tobillos y acompañando con orgullo, hacia la eternidad, a uno de los suyos.

Una gran lona con el calendario azteca ocupaba el centro del círculo, junto a fotografías adornadas con mucho cariño que mostraban a un hombre joven y alegre, con rizos que cuelgan hasta sus hombros, y ojos oscuros y radiantes como éter.

Sus amigos organizaron la ceremonia en su conmemoración el pasado 16 de febrero, a la cual asistieron aproximadamente 200 personas que lo conocían y lo querían, así como otras que brevemente gozaron de su compañía y quedaron conmovidos por su presencia.

Después de la puesta del sol, los asistentes llenaron la Calle Hayes portando velas y caminando solemnemente hacia la intersección donde la semana anterior el joven fue baleado.
A Xe le dispararon, muriendo en la madrugada del 10 de febrero en la esquina de las calles Hayes y Webster —nadie ha sido arrestado.

Conforme a un comunicado del Departamento de Policía de San Francisco, Xe iba a casa de una amistad alrededor de las dos de la madrugada cuando se topó con su asesino.

“Escuchamos un ruido como a media cuadra y luego concluimos que fue un disparo”, dijo Cory Jones, un vecino que encontró a Xe cuando salía de un bar y se dirigía a la casa con su novia. “Lo vimos ahí tirado en el suelo, respirando con dificultad —tratamos de hablarle y le tomamos la mano, pero no respondió”.

Hay muchas preguntas sin respuesta que dan lugar a la especulación acerca de la brutal muerte de este joven —ninguna señal de atraco ni de pelea, tampoco se le sabían enemigos. Quienes mejor lo conocían, están seguros de que su muerte fue un acto violento no provocado.

La policía confirmó que Xe no tenía historial delictivo, y en declaraciones realizadas al periódico San Francisco Chronicle, Albie Esparza, vocero de la policía, describió su muerte como un “asesinato a sangre fría sin sentido, ni justificación alguna”.

“Quiero que la persona que cometió este crimen tan horrible vea quién era Xe, que vea la estrella brillante y reluciente en nuestras vidas que se extinguió de manera tan despiadada”, dijo Amri Aguirre, la hermana mayor de Xe. “No busco venganza, no necesitamos más violencia en este mundo. Pero sí que quiero castigo”.

Xe tenía 23 años llenos de la sabiduría de varias vidas. Quizás fueron los viajes que realizó los que le abrieron la mente a una mayor conciencia y tornaron su corazón en sencilla felicidad.
Bien fuera en Brasil tomando baños de vapor o en Teotihuacán (México) presenciando el paso del sol por el cénit —pasó mucho tiempo fuera de su casa, pero siempre se aseguró de enviarle correos electrónicos a su querida mamá, Irma Braxton, y se preocupó por mantener la relación con sus hermanos.

Xe creció en Clovis, California, y se mudó a San Francisco cuando terminó la secundaria para inscribirse en el City College, donde estudiaba para licenciarse. Trabajaba en la tienda Whole Foods de las calles Haight y Stanyan, y se convirtió en un personaje habitual del barrio, siempre manejando su escarabajo Volkswagen de 1970 azul brillante y mostrando una sonrisa sincera.

“Xe era bondadoso por naturaleza. Es como si no lo pudiera evitar”, dijo Verónica Taormina, quien trabajó con Xe en Whole Foods durante dos años. “Quienquiera que conoció a Xe, aunque sólo fuera unos breves minutos, podría decir al menos eso de él —era un alma bondadosa y gentil.”

Xe se involucró mucho en la labor de su padre, Guadalupe Casas Acosta, ‘Mazatzin’, reconocido en el Área de la Bahía por su conocimiento del calendario azteca.

En 2007, Mazatzin lideró el proyecto de erección de un calendario antiguo lleno de color de más de ocho metros de diámetro en la fachada del campus del City College en la Calle Valencia.

Xe, junto a su padre y hermano mayor, Abel Acosta, formaron un grupo de estudiantes denominado ‘Toltekayotl’ en el City College para educar acerca de la cultura indígena de los mexicas.
Desde el 2008, el grupo organiza la ceremonia anual del Nuevo Año Azteca, que se celebra el 12 de marzo frente al campus del City College de la Calle Valencia. En el 2010, la alcaldía de San Francisco reconoció oficialmente dicha ceremonia mediante una proclama.

Xe abrazó su cultura con pasión, se esmeró en honrar a los elementos y vivir libre y conscientemente día a día, dejando su huella por donde anduviera.

“Era una gran persona. No porque tuviera mucho dinero o porque se esforzara mucho, sino porque vivía un modo de vida al que todos deberíamos aspirar”, dijo Steven Betham, su buen amigo.
Durante la ceremonia conmemorativa, Mazatzin describió a su hijo como alguien que tuvo una “vida hermosa”, señalando a los congregados cómo Xe llegó a dilucidar lo que muchas personas tardan toda una vida en descubrir —vivir todos y cada uno de los días al máximo.

Según su padre, la consigna vital de Xe era “Yo quiero vivir mi vida responsablemente”.

“Creo que cumplió esa misión”, dijo.

—Traducción Alfonso Agirre