Gio López, el séptimo miembro de Los Siete, en prisión con sus amigos. Cortesía: Linda Carlos

Al repasar la historia y el legado de Los Siete de La Raza, los jóvenes acusados falsamente de matar a un oficial del Departamento de Policía de San Francisco, la atención suele centrarse en los seis juicios llevados a cabo y su lucha por justicia. Sin embargo, el séptimo no capturado, Gio López, tuvo su propia historia que contar mientras evadía a las autoridades y se encontraba rebotando de país en país.

Fue el 1 de mayo de 1969, cuando siete jóvenes latinos fueron detenidos por dos oficiales no uniformados del SFPD. Tras un enfrentamiento, el arma de uno de los oficiales se disparó, dejándolo sin vida. Los siete huyeron del lugar. A los tres días, solo encontraron y arrestaron a seis de ellos. López, sintiéndose solo y asustado, buscó ayuda con Linda Carlos, su novia en ese tiempo, en cuya casa pudo pasar un corto tiempo antes de trasladarse a la de un pariente cercano de ella.

Semanas después del incidente, y de conversaciones con su novia y varios simpatizantes de Los Siete, López aceptó a regañadientes que sería mejor irse a México, donde estaría a salvo: “Gio realmente no quería ir”, le dijo Linda Carlos a El Tecolote. “Quería quedarse conmigo, pero le dije: ‘No puedes quedarte conmigo. Te van a atrapar”.

Solo unas semanas después del incidente, López condujo a Baja California, México, donde armó un campamento con varios compañeros en la cima de una colina. Ellos sirvieron como un canal de comunicación entre López y Linda Carlos, transmitiendo mensajes entre los dos, incluso la  llevaron a visitarlo durante su corta estadía allí.

López había planeado volver a los EEUU y secuestrar un avión desde Nueva Orleans para llegar a Cuba, donde buscaría asilo. De acuerdo con Linda Carlos, quien nació en Nueva Orleans, López planeaba usar sus antiguas conexiones para conseguir el avión que lo llevara a su destino.

Logrando sus planes, permaneció en Cuba por tres años antes de que el gobierno cubano lo expulsara. Afortunadamente para él, tuvo la opción de decidir a dónde ir. Decidió que sería lo mejor irse a El Salvador, donde tenía familia, en donde permaneció durante 20 años, mientras que Linda Carlos enfrentaba sus propios desafíos.

La pareja de Gio López, Linda Carlos, con su hijo Armando, en el Restaurante Waterfront, alrededor de 1980. Cortesía: Linda Carlos

En ausencia de López, Linda, de regreso en San Francisco, se preparaba para recibir a su hijo. Mientras estuvieron juntos en México, ella había informado a López sobre su embarazo y él le rogó irse para estar juntos, pero ella se negó. Decidió quedarse en casa, con su familia en la Misión: “Tenía el corazón roto”, recordó Linda. “Gio realmente quería que el bebé y yo nos fuéramos con él, pero no pude”.

Ella recibió a su primer y único hijo, Armando, en marzo de 1970. Antes, ella no solo había abogado por la causa de López, sino por su comunidad en general. Hizo lo que pudo por la organización de Los Siete y los seis que fueron juzgados. Sin embargo, una vez que nació su hijo, se vio obligada a hacer a un lado su activismo y concentrarse en su hijo: “Debido a que era madre soltera, ya no podía hacerlo”, dijo Linda. “Ya no podía ser defensora, tenía que ser madre”.

Criar a su hijo por su cuenta fue duro. Para la mantención de ambos, encontró trabajo como asistente administrativa. Con la ayuda de su familia y de la de López, pudo equilibrar el trabajo y cuidar a su hijo. Finalmente, López intentó regresar en agosto de 1992, pero el gobierno de los EEUU aún lo buscaba, lo que provocó su detención en la frontera con Texas. Finalmente, fue condenado por el secuestro del avión que usó para llegar a Cuba. Aunque fue encarcelado, López aprovechó la oportunidad para construir una relación con su hijo.

Gio López, el séptimo miembro de Los Siete, en prisión. Cortesía: Linda Carlos

A medida que su fecha de libertad se acercaba, la emoción acrecentaba. Después de décadas de estar lejos de la familia y los amigos, su libertad estaba próxima. Sin embargo, días antes de ser puesto en libertad, en octubre de 2002, López murió tras caer en coma por complicaciones con su tratamiento de diálisis: “Se veía saludable. Se veía muy bien”, recordó Linda Carlos. “Y de repente, se acerca a la fecha en que lo iban a soltar y descubrimos que estaba realmente enfermo. Simplemente no tenía sentido”.

Recordando el pasado, Linda Carlos dice estar orgullosa del trabajo realizado por la organización de apoyo a Los Siete. Como residente de toda la vida en San Francisco, está asombrada del impacto que tuvo la organización y cómo ese impacto aún se ve: “Éramos como una familia y fue como si una revolución hubiera sucedido a causa de Los Siete. Y por eso, puedo decir, estoy muy orgullosa. Algo bueno que salió de algo malo”.