Miembros de la comunidad marcharon desde la Plaza Harvey Milk hasta el Ayuntamiento de San Francisco el domingo 12 de junio 2016 para honrar a las víctimas de la masacre ocurrida esa madrugada en el club gay Pulse, en Orlando. En el club se estaba celebrando una noche especial latina cuando comenzó el tiroteo. Cincuenta personas murieron, incluido el asesino, y otras 53 resultaron heridas. Foto: Natasha Dangond

Los Golden State Warriors y los Cleveland Cavaliers estaban jugando la final de la NBA. Los Warriors ganaron. Fue una noche de celebración, pero de pie, en la barra de El Río, me encontré sintiéndome extraña: ¿Todos se olvidaron? ¿O todo el mundo está demasiado distraído para recordar?

En un día como este, el año pasado, el Pulse Nightclub, un club gay en Orlando, Florida, fue anfitrión de una noche latina durante el orgullo mes, cuando un francotirador atacó y asesinó a 49 personas. Fue el tiroteo más sangriento de la historia de los EEUU, un crimen de odio que tomó 49 valiosas y queer almas de gente de color.

El 12 de junio de 2017 marca el primer aniversario. También cayó el mismo día que la final de la NBA. Revisando las líneas de tiempo de mis plataformas de redes sociales, el énfasis abrumador estuvo en el juego. Teniendo en cuenta que vivo en el área de la bahía, todavía guardé la esperanza de que en San Francisco —que siempre ha servido como un santuario para los marginados y estado a la vanguardia de la justicia— las almas perdidas en Orlando hace un año no quedarían en el olvido.

Para algunos, se trata sólo de una línea de tiempo en las redes sociales o de sólo mensajes. Es sólo un juego de baloncesto en el cual todo el mundo está enfocado. A esas personas les digo que las 49 vidas perdidas no eran sólo 49 vidas. Eran 49 seres humanos —49 historias que vale la pena contar.

Tuvieron familias y amigos, que todavía están sufriendo su pérdida. Casi la mitad de las vidas perdidas eran de ascendencia puertorriqueña. Muchos más afro-latinos, negros, cubanos, dominicanos, ecuatorianos, mexicanos, salvadoreños, venezolanos. Más de la mitad, menores de 30 años. La víctima más joven tenía 18 años. Eran personas.

En un mundo donde los medios de comunicación saturan la vida cotidiana, mis cronogramas eran recordatorios serios del trabajo que falta por hacer, el trabajo necesario para proporcionar espacios intersectoriales para narraciones multidisciplinarias. Un recordatorio de que a raíz de la tragedia, los queer y gente de color todavía están luchando para recuperar la vida perdida de los miembros de sus comunidades con la misma dignidad dada a los cuerpos blancos.

Sentada en el bar de El Río, con mi querido amigo Lito bebiendo su michelada, el último cuarto del juego de baloncesto finalmente llegó a su fin, mi cara se iluminó cuando mis compañeros y amigos queer y de color entraron en el bar.

Estuvimos ahí para participar en Contigo, un evento queer latinx de recaudación de fondos en honor al club nocturno Pulse, organizado por Hard French, el Harvey Milk Democratic Club y organizadores comunitarios. El costo de ingreso fue accesible. Nadie se quedó afuera por falta de recursos y la totalidad de los fondos se dividieron entre QLatinx  y El/La Para Trans Latinas, ambas organizaciones no lucrativas, una en Orlando y otra local, respectivamente. Este es un ejemplo de comunidad: un espacio interseccional seguro, un espacio donde la comunidad se une con un propósito.

Conforme la noche llegó a su fin y me despedí de mis amistades, dejé El Río. Mientras caminaba por la calle camino a casa, con las melodías de cumbia haciendo eco en la calle y acompañándome, sonreí sabiendo que el 12 de junio celebramos la resistencia de los queer y de la gente de color, que a pesar de todo, continúan floreciendo.