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Nestor Castillo

No estoy diciendo que inventamos la solidaridad, simplemente lo convertimos en algo. Digo esto no para iniciar una controversia, sino porque estoy segura del éxito que hemos tenido en la construcción de la solidaridad entre las comunidades en los EEUU y las de Centroamérica.

Esto ha sucedido durante décadas, especialmente en el área de la bahía, comenzando a mediados de los años setenta. Muchas de estas redes fueron iniciadas por migrantes centroamericanos y estadounidenses nacidos en este país que trataron de llamar la atención sobre los abusos de los derechos humanos y desafiar la intervención del gobierno estadounidense. Estas redes no sólo lograron ganancias para los inmigrantes locales, como el establecimiento de la ahora controvertida ciudad santuario, sino que también establecieron vínculos aún vigentes entre movimientos y activistas en las dos regiones.

Tan sólo el mes pasado, tanto San Francisco como Oakland organizaron eventos con Melissa Cardoza y Karla Lara, dos hondureñas que recorrieron los EEUU en homenaje a Berta Cáceres, renombrada ambientalista y líder de la resistencia hondureña que fue asesinada hace poco más de un año.

Su gira consiste en una presentación basada en las historias del libro de Melissa, 13 Colores de la resistencia hondureña, escrito después del golpe de estado de 2009 y que recientemente fue traducido al inglés con una dedicatoria especial a Cáceres. Karla, el lado musical de la pareja, incorporó los aspectos musicales a la actuación, dándole un toque popular, un teatro de estilo campesino.

Fui a Oakland para presenciar la actuación, con la esperanza de conocer y hablar con Melissa y Karla. Cuando llegué no tenía seguridad de haber acudido al lugar correcto. Entré en SoleSpace, la boutique de tenis en la cual se realizó el evento, sólo para encontrar una yuxtaposición de zapatos en exhibición junto con el arte dedicado a los Golden State Warriors (el mejor equipo de la historia de la NBA, según récords) y una multitud en su mayoría gringa. Una cosa que debe ser mencionada acerca de la solidaridad centroamericana es que tiende a asociarse con un determinado grupo demográfico: mayores, blancos y de buen nivel económico. Si bien esto es importante reconocer, esta asociación por lo general disminuye el papel que los propios centroamericanos han jugado en la construcción de la solidaridad con sus compañeros y compañeras de vuelta a casa.

Me quedé con una cierta culpabilidad consumista mientras esperaba a que Melissa y Karla llegaran, por tomar de vez en cuando un zapato para examinarlo desde todos sus ángulos. Me saludó otro chico moreno que había llegado temprano como yo. “¿Hondureña?” —preguntó. “Salvadoreña”, le respondí. Ambos asentimos como diciendo, “lo suficientemente cerca”. Momentos después, dos mujeres, fuertes como los troncos de las ceibas, atravesaron la puerta. Una de ellas se acercó al moreno que había saludado antes y le dio un abrazo de oso.

Era el hermano de Melissa, que ha estado viviendo indocumentado en los EEUU durante unos 25 años. Melissa me explicó la triste, pero familiar, historia de querer la reunificación familiar. Ella lo vio por primera vez después de 16 años en una visita de solidaridad similar a California con Berta en 2015. “Sé que es un derecho [migrar], pero también hay un derecho de vivir en su país y es lo que querés”, comentó y agregó: “Mi hermano, igual a otros, no salió porque quiso, sino porque fue obligado, por las condiciones económicas, por las condiciones de violencia, y eso hace que sea una situación muy conflictiva, muy dolorosa”.

Me quedé con cada una de sus palabras. Melissa y Karla son buenas con las palabras. Cuando Melissa habla, cada declaración sale clara y directa, pero no de una manera ensayada. La manera de hablar de Karla es más acogedora y cálida, haciendo que te sientas como si la conocieras por décadas.

“[Con Melissa] ya hace algunos años hemos hecho algunas cosas juntas, algunas canciones, algunas campañas, sobre todo de derechos de las mujeres y compañeras defensoras de derechos humanos” dice Karla. “Y somos también, las dos, parte de una banda de mujeres, somos diez mujeres, y nos llamamos Puras Mujeres”.

El nombre del grupo no tiene nada que ver con la santidad (aunque seguramente hay algo de ironía aquí), pero hace referencia a una expresión comúnmente usada en lugares como Honduras y El Salvador. Por ejemplo, si me hubieran preguntado: “¿El evento estaba lleno?” Yo hubiera dicho: “Sí, puras mujeres”. Y todo el evento podría describirse de manera similar, era una oda a las mujeres —el maestro de ceremonias, las aperturas hechas por mujeres inmigrantes locales y, por supuesto, el homenaje a Berta Cáceres. Una vez que la actuación da inicio, Melissa y Karla son como un dúo olímpico. Melissa toma la delantera con el diálogo mientras Karla proporciona el apoyo de los personajes y la transición musical entre escenas.

“Para nosotros como hondureñas ha sido importante mirar desde otro lugar” Melissa dice. “Que también gente de este pueblo está haciendo luchas de resistencia, distintas y parecidas a las nuestras. Ambas hablan sobre hacer la solidaridad de manera diferente a como se hizo en el pasado. Alejarse de una solidaridad “verde” en la que los norteamericanos envían dinero hacia el sur, a una solidaridad “horizontal”.

Dejé el evento pensando en Berta. La fuerza que debe haber tomado para dedicarse totalmente a la resistencia, hasta el punto de dar su vida. La solidaridad horizontal no sólo exige justicia para Berta y otras mujeres rebeldes que se han sacrificado por la causa, sino también para aprender de Berta, y entregarnos plenamente a la resistencia aquí.