Gabriela Alemán

Pasa la Pluma es una nueva columna, concebida por Gabriela Alemán, de Acción Latina, como un espacio para que las mujeres de color colaboren, compartan sus historias para que sean publicadas y su trabajo difundido.

Con la terminación del TPS, la derogación de DACA y la experiencia de los Latinx y gente de color a menudo homogeneizada, las voces de los centroamericanos y de los afrolatinos, de nuestros indígenas y de los miembros de nuestra comunidad queer son mucho más importantes y merecen contar con una plataforma en la cual puedan decir sus verdades.

Nuestras comunidades han estado en el extremo receptor de la política de los EEUU por décadas, pero omitido una y otra vez del diálogo nacional.

Si no fuera por la intervención de este país en los asuntos internos de El Salvador y Nicaragua durante los años 70 y 80, mis hermanas y yo no existiríamos, una realidad que no había considerado hasta los recientes ataques contra TPS y DACA.

Si no fuera por la inestabilidad causada por dicha intervención, mi papá no habría huido de Nicaragua para estudiar en Chile y luego comenzar una vida en Costa Rica. Si no fuera por la pobreza, mi madre no solo habría recibido educación primaria, sino que habría trabajado como farmacéutica, antes de tener que recurrir a la venta de queso para alimentar a sus hijos cuando comenzó la Guerra Civil Salvadoreña.

La autora con su padre, el Día del Padre, en 1995. Cortesía: Gabriela Alemán

Si no fuera por esa violencia en El Salvador, mi madre no habría cruzado las fronteras, se habría subido a un avión y llegado a esta ciudad con 50 centavos. Si no fuera por las revueltas en Nicaragua, mi padre no habría volado a Mexicali para encontrarse perdido en el desierto tratando de cruzar la frontera. Si no fuera por la política exterior de los EEUU, nunca hubieran abandonado sus hogares, se hubieran conocido en San Francisco y hubieran ampliado sus respectivas familias.

El único país que he conocido es el mismo que desgarró las vidas de mis padres, que los obligó a huir de sus hogares y, finalmente, empezar de nuevo en el mismo país que los hizo refugiados. Fueron marginados y aun así lograron tener éxito, lo cual es increíble, pero difícilmente único.

Ser primera generación ha significado lidiar constantemente con el deseo de conectarse con dialectos, tierras y costumbres que no conozco. Ser primera generación centroamericana ha significado correr círculos alrededor de las historias de Chicanx que no me incluyen , pero que apoyo y quiero formar parte (desde pequeña, buscaba desesperadamente una reflexión).

La autora, junto a su padre, el 6 de noviembre de 1995. Cortesía: Gabriela Alemán

Ser nicaragüense de primera generación es bailar folklore en un intento de participar en una comunidad que puede enseñarme historia y costumbres de una manera que mi padre no pudo. Ser salvadoreño de primera generación significa hablar el español coloquial con el que crecí y esperar que mis palabras no tropiecen. Ser de primera generación ha significado ser el producto de la tosquedad resistente y la supervivencia, pero aún así se espera que ondee la bandera estadounidense con orgullo innegable.

La historia de mis padres es la realidad de las víctimas de este país, que han pagado con su sangre, pero que vivirán a través de sus historias. Las historias de mis padres no son más especiales que las de los demás. Son algunas de las muchas voces con trauma generacional y que bordan el tejido de la experiencia Latinx en las Américas.

Al padre con un título universitario y una experiencia laboral que no pudo usar en este país, pero que se las arregló para proveer, al hombre que ha tenido libros para todas nuestras preguntas —ya sea sobre historia o angustia— Constantino Alemán, que siempre me ha dicho hay un libro para mis preguntas. A la madre que les enseñó a sus hijas a caminar en una habitación que les brinda atención y respeto con una actitud de “lo haré si lo quiero”, inculcada en los hijos de nuestra comunidad —Gabriela Ramírez, que me ha enseñado a no temblar al mencionar que algo es demasiado ambicioso, porque cuando se trata de supervivencia, no hay espacio para la duda de uno mismo. Para las personas que enseñan a sus hijos a descolonizar su belleza y sus mentes, a apostar a sí mismos, a tomar espacios y a no aceptar el “esperar su turno” como respuesta, esto es para ustedes.

Escribo para compartir la verdad de mi comunidad y sus experiencias personales, y estoy acercando una silla para que otros se unan a mí.