Manifestantes reunidos frente a las oficinas de Servicios de Ciudadanía e Inmigración de los EEUU, en San Francisco, el 19 de junio. Foto: Kyler Knox

Cualquiera que esté familiarizado con El Tecolote sabe cómo nos sentimos con respecto a Donald Trump y su administración. Hemos sopesado en muchas ocasiones tanto al presidente, como a su peligrosa retórica y su desastrosa política.

Pero la política del presidente, de separar por la fuerza a las familias que buscan asilo en los EEUU, va más allá de lo despreciable y de toda violación a los derechos humanos. Si bien Trump la detuvo tras una masiva protesta pública, aun más de 2 mil pequeños permanecen separados de sus padres y hasta el momento se desconoce cuando —o si la adminstración será capaz de— reunirlos. Quitar a los niños pequeños de sus padres —niños que de por sí han soportado el trauma de huir de sus hogares como refugiados— causará un daño psicológico duradero. Lo menos que el presidente debería hacer es disculparse, sin embargo, lo que obtuvimos fue algo típico de él: lanzar la culpa a los demócratas y al Congreso por una crisis que él mismo produjo.

Los patéticos intentos de racionalizar las imágenes de los niños aterrorizados que fueron arrancados de sus padres a pesar de los apologistas de Trump, la reacción tras la revelación de lo que nuestro gobierno está haciendo ha sido rápida y ha salido de todo el espectro político.

Aún así, Trump y sus muchos seguidores sostienen que no se oponen a la inmigración legal, solo quieren asegurarse de que aquellos que inmigran aquí lo hagan de la manera correcta.

Dejando de lado lo absurdo de la idea de que hay una ‘manera correcta’ de huir por la vida, los comentarios del presidente sobre los musulmanes, los ‘violadores’ de México y las personas de los países de ‘mierda’, junto con las políticas que ha impulsado desde que llegó al poder, demuestra claramente que no es una inmigración ‘anti ilegal’, es antiinmigrante (a menos que provenga de lugares como Noruega y se parezca a él).

La estrategia de ‘otredad’ del presidente respecto a los inmigrantes e infundar miedo se capta perfectamente en la repugnante defensa de su política la cual intentó improvisar, culpando a los demócratas por separar a las familias de refugiados.

“Ellos [los demócratas] no se preocupan por el crimen y quieren que los inmigrantes ilegales, sin importar lo malos que sean, derramen e infesten a nuestro país”, escribió el presidente de los EEUU el 19 de junio.

Debería ser obvio, para cualquiera que esté dispuesto a sacar cuentas, que las políticas sociales de la administración Trump dividen a los estadounidenses en meritorios y no merecedores, entre los que ‘merecen’ estar aquí y opinar sobre lo que sucede, y los que no.

Hace dos años, cuando 50 personas en un club nocturno de Orlando fueron asesinadas a sangre fría, el entonces candidato Trump aprovechó la oportunidad para felicitarse por condenar el Islam, mientras ignoraba por completo el hecho de que las víctimas eran homosexuales asesinados por otro gay, de color, a quien le habían inculcado el odio por ser gay.

Ya sea una prohibición musulmana, la demonización de los atletas negros, el desgarrar a las familias latinas, Donald Trump y su administración han repetido una posición como defensores de un decreciente orden social donde los cristianos blancos controlan todo las palancas del poder. El lema ‘Hacer de los EEUU grande otra vez’ es un llamado para que el país vuelva a la era anterior a los derechos civiles, cuando todos los que no eran blancos, heterosexuales, cristianos y masculinos conocían su lugar y no causaban problemas.

Este EEUU blanco idealizado, el que los seguidores de Trump fantasean, nunca existió en realidad, por supuesto, al menos no de la manera que ellos se imaginan. La verdad es que los EEUU siempre ha sido ambicioso. Puede que nunca estemos a la altura del ideal, pero seguimos intentando. Y es capaz de ser mucho mejor que esto.