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Siendo apenas un aprendiz de cocina en el restaurante de su madre Josefina, en un pequeño pueblo en el desierto de Nazca, Perú, Carlos Altamirano —de 23 años en aquel entonces— estaba entre la espada y la pared: tendría que elegir entre quedarse y apoyar a su madre o emprender la aventura y buscar su verdadera pasión, el arte culinario.

“Cuando era niño, veía muchas películas, y siempre me decía, ‘Un día me gustaría estar ahí, un día quiero estar en los EEUU’”, recuerda Altamirano, quien se pasaba todo el día ayudando a su madre en la cocina a preparar los tradicionales platillos peruanos, como el Ají de Gallina, Lomo Salteado, entre otros.

“Yo le dije, ‘Mamá, amo la cocina, quizás este es el momento de seguir mi camino e irme a los EEUU. Quizás pueda empezar una carrera por allá’”.

Este sería solo el primer paso de un largo camino que con mucha humildad lo llevaría a alcanzar sus metas en el arte culinario.

Luego de abandonar Perú y llegar a este país, Altamirano comenzó, en 1994, como lavaplatos en el restaurante Lulu de la calle Folsom.

Una década después, abría su primer restaurante peruano, Mochica, en San Francisco, empezando lo que se convertiría en un imperio de restaurantes peruanos en el Área de la Bahía que se extiende por toda la Península hasta la Bahía Este. La última aventura de este chef comenzó el pasado junio, bajo el nombre de Parada, el cual se encuentra ubicado en la ciudad de Walnut Creek.

“Tengo que agradecer primeramente a mi familia por la educación que me dieron. Cuando obtuve mi primer empleo me enfoqué en lo que estaba haciendo: solo limpiando trastes”, dijo Altamirano, de ahora 44 años. “Fue ahí donde conocí a un increíble chef y me enseñó bastante. Él es simplemente impresionante. Es mi inspiración y motivación”.

Ese chef del que habla Altamirano es el nacionalmente reconocido Reed Hearon, quien compartió su conocimiento con Altamirano para luego perfeccionar las recetas caseras de su madre.

“Él vio mi interés, y dijo, ‘bueno, no quiero que este niño se pase su vida lavando platos, tengo que hacer algo con él’”, recuerda Altamirano, quien luego se convertiría en asistente de chef bajo la tutela de Hearon.

“Él reconoció mi talento”. Y otros también lo reconocieron.

Tras haber trabajado en distintos restaurantes de San Francisco, tuvo la oportunidad de trabajar y aprender de muchos chefs de renombre con estilos diferentes que hoy pone en práctica creando su propio estilo. Su talento creció de forma impresionante y no tardó mucho tiempo en que llegara el momento de tomar la decisión que cambiaría su vida: la de emprender su camino y abrir su propio restaurante. Esta decisión lo llevó de regreso a sus raíces.

Fue a finales de 2003 cuando Altamirano comenzó su aventura de viajar durante un mes en su natal Perú. Fue ahí donde al visitar diferentes ciudades conoció nuevos platillos, sabores y texturas los cuales forman parte de su menú y han hecho de su nuevo restaurante un verdadero éxito.

‘Mochica’ abrió sus puertas en la calle Harrison en 2004, su nombre es en honor a la antigua civilización y cultura Monche del Perú. El restaurante de tapas ‘Piqueos’, en Bernal Heights, le siguió en 2007 y la Costañera —restaurante sofisticado, acogedor y pintoresco con increíbles vistas al Océano Pacífico, ubicado al Norte de Half Moon Bay— se inauguró en 2009, consiguiendo el reconocido premio Michelin Star pot tres años consecutivos de 2011 a 2013.

“Tengo que admitirlo, es increíble”, dijo Altamirano. “Porque vengo de Perú, vengo desde abajo y haber conseguido todo lo que he alcanzado ahora, es simplemente increíble”.

Altamirano también ha lanzado Sanguchon, camiones de comida peruana, y para finales del año entrante comenzará la construcción de su nuevo restaurante en la ciudad de Emeryville, con el cual expandirá su imperio restaurantero.

“Todavía no he terminado”, dice Altamirano, cuya pasión por explorar la gastronomía de su país no ha sido satisfecha aún; piensa explorar hasta los más remotos lugares en busca de nuevos sabores que aún se mantienen escondidos en lugares inexplorados del país suramericano. Es esa misma pasión que desde pequeño adquirió en la cocina de su madre.

“Ella está muy orgullosa de mi”, dijo Altamirano. “Soy un hijo de mami y le estoy muy agradecido por todo lo que me enseñó”.

—Traducción­ Francisco Sanchez