[su_label type=»info»]El Abogado del Diablo[/su_label]

Quique Dávila toca en una fiesta organizada en la casa del autor, en 2010. Foto: Dulce Barón

El 30 de diciembre del recién terminado 2017, también concluía la vida de un bello hombre, tremendo amigo y valiosísimo líder de nuestra comunidad, Manuel Enrique ‘Quique’ Dávila.

Me cuesta escribir acerca de Quique Dávila, porque su presencia sigue aleteando en mi corazón, en mi memoria… y en las conciencias y corazones de quienes tuvieron la enorme fortuna de compartir su alegría, su música, su pensamiento liberador.

“Yo sería puertorriqueño, ¡aunque naciera en la luna!”. Así dice la canción de Roy Brown y al cantar ese último verso, las voces suben de volumen, reafirmando un sentir que está muy enraizado en el corazón de los hombres y mujeres nacidos en la islita de Borikén. O Borinquen. O Puerto Rico. O Puertorro. Dentro o fuera de la isla, se sigue haciendo patria.

Quique Dávila hizo patria toda su vida… y siguió haciendo patria hasta el fin. En cada conversación que teníamos, siempre surgía el tema de Puerto Rico y de la imperiosa necesidad de la independencia para la isla. SU isla. SU patria.

Si no salía ese tema específico, surgía algún otro tema relevante, interesante, creativo, amable, deseoso de liberación, anhelante de compartirse, de esparcirse como un cálido aire en la conciencia de nuestra gente. “¡Oye, Carlos! ¡Tenemos que juntarnos y hacer esa obra de teatro! ¡Ponerle mucha música! ¡Tenemos tantas historias! A ver si este año…”.

Quique Dávila fue generoso con sus inquietudes y con sus muchas habilidades. Así, compartió su música y repartió su pensamiento entre quienes le rodeaban, especialmente su familia y amistades.

Hoy, Manolo y Pablo, dos de sus hijos, son jóvenes líderes en nuestra comunidad, rigurosos y sensibles músicos, maestros pioneros,  claros herederos de las muchas cualidades que tanto Quique como también su madre, Jennie Rodríguez (Directora del Mission Cultural Center for Latino Arts, en San Francisco) les inculcaron. Esos nenes aprendieron a navegar en las aguas de un mundo donde reinaba la música, el arte, el pensamiento crítico y el activismo politico-cultural.

En lo personal, la amistad entre nuestras familias se remonta a más de treintitantos años. Desde siempre, nuestras crías han compartido un gran cariño. Fueron muchas las ocasiones cuando nos juntamos a compartir música, comida y amor, especialmente en las fiestas de fin de año. O en los respectivos cumpleaños, o en alguna celebración politico-cultural, como en la conmemoración anual del Grito de Lares, gran hito en la memoria viva de los puertorriqueños que han luchado y siguen luchando por la independencia de Puerto Rico.

Manuel ‘Quique’ Dávila. Via: Facebook

En todas esas ocasiones, siempre estaba Quique Dávila, con su voz sabia, con su alegre acordeón, con sus divertidas improvisaciones y chascarrillos.

Son las parrandas de Navidad y de Año Nuevo las que más afloran a la superficie de mi memoria. Varias fueron las veces que nos juntamos las dos familias en la puerta de alguna casa amiga, para realizar un “asalto” musical. Un “asalto” amable y —según la tradición— anunciado de antemano, para que, al abrirse las puertas a los “asaltantes”, ojalá nos esperara un opíparo banquete.

Adelante, con el infaltable (y pesado) acordeón, siempre iba Quique, seguido por el güiro de Jennie. Atrás, varios panderos y voces coreábamos entrañables versos: “¡Alegre vengo de la montaña, de mi cabaña, que alegre está! ¡Y a mis amigos les traigo flores, de las mejores de mi rosal!”. Y luego afloraba la típica picardía boricua: “Mi madre me dijo a mí, que no me case con tuertas, porque cuando están dormidas, ¡parece que están despiertas!”. O aquellos versos que parecieran haberse escrito hace pocos meses, dedicados al horrible Huracán María, el que destrozó la infraestructura de Puerto Rico: “¡Temporal temporal! ¡Allá viene el temporal! ¡Que será de mi Borinquen cuando llegue el temporal!”.

Cometería una grave falta si omito el gran trabajo que Quique Dávila realizó a nivel profesional, como consejero de salud mental en nuestra comunidad. El trabajó, por muchos años, en La Raza Family Resource Center. Innumerables son las familias, especialmente las latinas —incluyendo principalmente a los niños y niñas— que fueron ayudadas por el avezado consejo de Manuel ‘Quique’ Dávila.

Cuando cae un árbol antiguo y grande en el bosque, muchos animalitos, aves y gusanitos pierden sus nidos y su acostumbrado entorno. Al caer este gran árbol en nuestro bosque humano, es mucha la gente que echará de menos la sombra y el abrigo que Quique Dávila proveía. Con su música, con su sonrisa pícara, con sus consejos, con la luz de su clara presencia.

Creo que sigue con nosotros, pues la inmortalidad es algo que se gana en vida, con lo que hacemos en ella… y Quique Dávila hizo mucho.

Termino con el regalo de unos versos de su autoría:

“En el vientre sedoso de una nube cualquiera, descansar quiero el alma en mi postrer momento. Flotar, y al descender en lluvia primavera, regar flores silvestres y senderos sedientos. Y después, que mi espíritu se haya impregando en TODO, evaporarme en átomos hacia mi firmamento”.