[su_label type=»info»]Comentario[/su_label]

El Bloque 60 de las barracas, donde la familia del autor vivió cerca del Río Gila en 1943. Courtesía: Koji Ozawa

El 16 de noviembre, Carl Higbie, antiguo vocero de un Comité de Acción Política en apoyo a Trump, indicó que la encarcelación de japoneses americanos durante la internación de japoneses en la Segunda Guerra Mundial provee un precedente legal al desarrollo del registro musulmán con propósitos de seguridad nacional. Mientras que estos comentarios fueron rápidamente rechazados, los oficiales de la administración entrante han manifestado el apoyo a tales medidas, así como a la deportación de millones de inmigrantes indocumentados.

Fotografía de 2015 de la huella en cemento del pie de un niño encontrada cerca de un estanque. Foto: Koji Ozawa

Como arqueólogo que ha estudiado los campos de detención de japoneses americanos, estoy consternado de ver que se use esta historia para justificar cualquier norma. Como alguien cuyos abuelos, tías, tíos y primos fueron injustamente encarcelados, estoy enfurecido. La historia de los campamentos queda como recordatorio de la vulnerabilidad de los grupos minoritarios en los EEUU y el poder de la retórica cuando es formado por movimientos de fanatismo.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, gran número de japoneses inmigrantes vinieron a los EEUU. Buscaban liberarse de la pobreza y la marginación de Japón, el cual estaba atravesando rápidas reformas económicas.  Ellos tomaron varias ocupaciones, llenando el hueco laboral que habían dejado los trabajadores chinos. Los trabajadores chinos quedaron excluidos de venir a los este país por la Ley de Exclusión China de 1882, la primera ley de inmigración que específicamente prohibía a una clase racial de personas la entrada al país.

A través de los años, los japoneses establecidos aquí, enfrentaron una serie de leyes sistemáticas discriminatorias. Para 1940, el Congreso aprobó la Ley Smith, requiriendo que todos los inmigrantes mayores de 14 años se registraran ante el gobierno federal. Dos años después, debido a los hechos de Pearl Harbor, todas las personas de ascendencia japonesa que vivían en la Costa Oeste fueron removidas  de sus casas a la fuerza y enviados a campos de detención. Muchos perdieron sus posesiones; solo se les permitió traer dos maletas de pertenencias.

La abuela del autor, Shigeko Ozawa, en 1944, con sus hijos Patty Ozawa y Kenneth Ozawa, tíos del autor. Courtesía: Koji Ozawa

Mi abuela me dijo que recordaba el viaje en tren hacia el desierto de Arizona, tratando de mantener a mi tía, su hija de 9 años, ocupada mientras iban en los vagones con las ventanas obscurecidas. Llegaron al Río Gila, un campamento de detención al sur de Phoenix, en la reserva india del Río Gila en agosto, uno de los meses más calurosos del año. Ella recordaba los cuarteles pobremente construidos, los insoportables días calurosos y las noches frías. El polvo lo cubría todo, debido a frecuentes tormentas de arena que barrían el campamento, llenando cada hueco en el piso y en las paredes.  Cerca de 120 mil personas vivieron experiencias similares, confinados en 10 campamentos por todo el país.  Aproximadamente dos tercios de ellos eran ciudadanos americanos, al tercio restante se les prohibía legalmente obtener su ciudadanía. Pocos grupos hablaron sobre los derechos de los japoneses americanos en aquel entonces, y muchos activamente apoyaron la detención por miedo o prejuicio.

Fui al Rio Gila, casi 75 años después, para documentar los restos arqueológicos de la prisión donde estuvo mi familia. Pedazos de vidrio, fundaciones de los cuarteles y latas oxidadas yacen por el suelo del desierto, un testigo silencioso de la encarcelación de 13 mil personas en ese lugar. Mi investigación se enfoca en los jardines construidos por aquellos que estaban detenidos, testimonios de la perseverancia de las personas y de su lucha por encontrar belleza en medio de la injusticia.

Mientras trabajo para documentar los restos del Río Gila y para contar las historias de mi comunidad, los meses pasados se hacen presente en mi mente. Ninguna ley ha sido aprobada, ningún registro hecho, sin embargo la posibilidad yace en el horizonte. Mientras que la comunidad musulmana y los inmigrantes indocumentados enfrentan el miedo de la persecución, y los nativoamericanos enfrentan represiones violentas, es vital que nos unamos en solidaridad. A pesar de que varios han dicho que esas cosas no podrían suceder en los EEUU, han pasado y no hace mucho. La violencia perpetrada en contra de los japoneses americanos hace 75 años se siente hoy en los huesos de una comunidad que aún lucha contra el trauma del pasado. En estos tiempos, es importante que alcemos la voz, recordando las palabras del Pastor Martin Niemoeller, quien vivió los horrores de la Alemania nazi:

Primero vinieron por los socialistas y no dije nada porque no era socialista.

Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos, y no dije nada porque no era católico.

Luego vinieron por mí y para ese entonces ya no quedaba nadie que dijera nada.

—Traducida por Carmen Ruiz-Hernandez