Melissa ‘Poderosa’ McMorrow, Campeona Mundial de peso mosca en el B Street Boxing en San Mateo. Foto Diana K. Arreola

Eddie Croft sabe de tenacidad: su ojo izquierdo caído —marca permanente que obtuvo tras enfrentarse ante los mejores boxeadores de su época— dolorosamente, pero con orgullo, lo demuestra.

“Yo pelee con matadores”, dice jactancioso el entrenador de 45 años de edad sentado en su silla en la sala oscura del piso de abajo del gimnasio B Street Boxing en San Mateo. Croft, a pesar de contar con una carrera profesional de 12 años y peleas de campeonato contra grandes peleadores mexicanos como Marco Antonio Barrera y Erik Morales, nunca ganó un título mundial. Pero uno de los peleadores a quien entrena sí ganó. Ella, igual que Croft, tiene tenacidad.

“Creo que mucho se trata de cómo jugar la mano que te toca”, dijo Croft sobre su peleadora que radica en el área de la bahía, Melissa ‘Poderosa’ McMorrow. “Ella, en un buen día, mide 4-pies-10”.

McMorrow, una pugilista frecuentemente mal pagada y despedida por promotores de boxeo y jueces a pesar de probar continuamente que es una de las mejores boxeadoras de 112 libras en este deporte, se encargó de que el 28 de febrero fuera un buen día. Fue cuando viajó a Rosarito, México para desafiar a Kenia Enríquez, de Tijuana, por el título femenino del peso mosca de la Organización Mundial de Boxeo.

“Sinceramente, me sorprendió que Kenia escogiera una pelea tan grande [para] su primera defensa del título”, dijo McMorrow. “Y lo único que puedo pensar es que ellos me subestimaron completamente”.

Durante  diez asaltos, McMorrow, de 33 años de edad (10-5-3, 1 nocaut), hostilmente persiguió a la entonces invicta (13-1, 6 nocauts), una oponente de 21 años de edad, descargando obstinadamente golpes más largos, rectos, “más bonitos”, a la más joven y alta Enríquez.

“Hay quienes tienen estilos muy bonitos, yo simplemente no soy una de esas personas”, dijo McMorrow. “Casi tengo que ensuciarlo para que la gente lo vea a mi manera”.

McMorrow apenas perdió sus dos anteriores peleas en México contra las oponentes Mariana Juárez y Jessica Chávez, ambas mexicanas. Pero contra Enríquez, los jueces le favorecieron. Escuchando los consejos con sencillez y discreción desde su rincón de “no le dejes que respire”, McMorrow maniobró y esquivó para golpear a la campeona con derechas e izquierdas al interior.

“En cada pelea que ha tenido —sin excepción— eventualmente la gente tiene que pelear”, dijo Croft. “Podrán correr, pero ella los alcanzará”.

Es un exigente plan de ataque el ocupar el espacio de un boxeador durante un combate, pero en este caso, resultó en victoria. McMorrow —por decisión dividida— se coronó la nueva campeona mundial femenina del peso mosca OMB.

“No sé”, contestó McMorrow al preguntarle sobre su dureza, su tenacidad. “Tal vez es la sangre brasileña”.

Esa sangre demostró tenerla desde el principio. McMorrow —hija de madre brasileña, Zulmira, y su padre, Clyde (quien ella cariñosamente describe como un geek de 70 años que era un hipster antes de que los hubiera)— pidió a su madre le dejara jugar fútbol.

“Ella dijo que eso era para los niños”, dijo McMorrow. Pero por 8 años, McMorrow la convenció de lo contrario. Jugó fútbol hasta en la Universidad Carnegie Mellon en Pensilvania, donde asumió la posición de centrocampista —una posición normalmente reservada para los atletas más fuertes y duros en el campo. También corrió la carrera de obstáculos de 400 metros.

“Siempre he sobresalido en los deportes más duros”, dijo McMorrow. “Siento que tengo que utilizar eso en mi ventaja”.

Ella hizo eso en sus años veinte, mientras que asistía a una fiesta de peleas, del tipo en las que los asistentes acuden a divertirse en peleas no autorizadas. Sin haber participado en ninguna pelea anteriormente, pero convencida de que podría ganar, McMorrow —cuyo rostro no necesariamente puede ser considerado intimidante— eligió a una oponente para pelear en el ring improvisado. Le gustó y pronto, después de eso, buscó como entrenador a Robert Salinas en Oakland. Luego McMorrow se trasladó a San Francisco, pues necesitaba sparring. Y lo encontró en Croft.

“Eddie siempre ha tenido la regla de que solamente hace sparring con gente que no le puede hacer daño. Así que antes hacía sparring conmigo”, dijo McMorrow. “Ya no lo hace, así que para mí, eso me dice que es muy doloroso”.

Luchando por la justicia

El 28 de febrero no fue la primera vez que McMorrow fue subestimada —o mal pagada. Tenía 30 años cuando la escogieron para perder contra la campeona mundial del peso mosca, la alemana Susi Kentikian, en Frankfurt, Alemania.

McMorrow logró menos de $10,000 por su primer título mundial, y $15,000 para una defensa del título, que fue su carrera alta. Esas sumas, que muchos hombres en el boxeo ganan antes de pelear por un campeonato, es porque McMorrow tiene que mantener su trabajo de tiempo completo como arquitecto en Solar City —una compañía de energía solar en San Mateo. Mantener un trabajo de tiempo completo junto con una carrera en el boxeo es algo que la mayoría de los mejores boxeadores masculinos no tienen que hacer.

“Simplemente no hay dinero en el boxeo. Nunca podría justificar dejar mi trabajo”, dijo McMorrow. “Me parece injusto que a los hombres les paguen mucho más. Especialmente cuando podrá atraer mucha gente”.

Pero con su 34 años, el fin de la carrera de McMorrow está cerca. Está buscando dos peleas más, una revancha con la mexicana Arely Muciño, y una con Ava Knight de Chico, California. Se espera firmar un posible contrato con Promociones Zanfer, uno de los promotores más grande en el boxeo mexicano, que le ayudará a conseguir esas peleas.

“Nos encantaría pelear en los EEUU. Especialmente si tenemos la oportunidad de pelear en el área de la bahía, así Melissa podría tener ventaja local, algo que nunca tenemos”, dijo Croft. “Siempre entramos a combate como el enemigo. Siempre entramos como el lado B… y muchas veces, Melissa gana la pelea”.