Soy palestino-americano, nacido en Jerusalén en 1945, y cada vez que miro las noticias en los medios no estadounidenses, y veo con total incredulidad y horror los asesinatos de palestinos que se manifiestan pacíficamente junto a la cerca que los separa de los asentamientos ilegales israelíes, siento un dolor ardiente recorriendo todo mi cuerpo y mi alma, ante la total inhumanidad de los soldados israelíes.

La insensibilidad y la complicidad de los políticos y funcionarios gubernamentales estadounidenses es alucinante, y los miembros del Congreso —sin olvidar al presidente Trump, que ‘tiene simpatía’ única y exclusivamente por los niños y personas sirios, pero nunca por los palestinos— son volubles y cobardes por no reconocer los eventos sangrientos que han ocurrido en Gaza durante las últimas tres semanas.

En una reciente conversación telefónica entre el presidente Trump y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, hablaron sobre todo tipo de temas relativos a Siria e Irán, pero la cuestión más candente de todas, el reciente asesinato de manifestantes pacíficos en la valla (que incluía al periodista palestino Yaser Murtaja), nunca fue abordada.

Uno tiene que preguntarse sobre muchas cosas en este contexto y en relación con la tragedia en Gaza y las condiciones inhumanas y brutales en las que su gente ha estado viviendo. Los palestinos se mueren de hambre, beben agua contaminada y mueren como resultado del asedio que Israel les impuso. Un asedio en forma de una mano de hierro desde hace muchos años, que nunca ha visto una respuesta o intervención por parte de la comunidad internacional ni de las Naciones Unidas en relación con este crimen atroz continuamente perpetrado.

Si tal inhumanidad y brutalidad se ejercieran en perros, gatos, vacas y pollos, nunca hubiéramos escuchado el final. Pero cuando Israel comete el crimen, deja de ser un crimen porque Israel es el perpetrador. Cuando los palestinos son víctimas, no son reconocidos como tales porque son palestinos y, por lo tanto, ‘enemigos’ de Israel.

El otro aspecto que causa confusión acerca de este tema es la total falta de conciencia profesional y estándares éticos por parte de los reporteros, los periodistas y la prensa estadounidense en general —además de la corrupción total de los políticos y funcionarios estadounidenses. Honestamente, me pregunto cómo estos supuestos expertos y profesionales podrían vivir y soportar ver sus caras en el espejo sin vomitar.

Casi se traba mi control remoto yendo de un canal a otro, pasando de un reportero a otro, de comentarista a comentarista tratando de ver u oir cualquier información sobre la trágica situación en Gaza, terminé con las manos vacías. La pregunta que debe hacerse ahora es: “¿Israel tiene tanto control sobre la política y los medios en EEUU al punto que ni el Senado, la Cámara de Representantes, los republicanos, los demócratas, CNN ni NBC, entre otros medios, tienen el valor para criticar, denunciar y condenar la criminalidad diaria israelí contra el pueblo palestino?” ¿Todos se sienten amordazados y obligados a mantener un silencio culpable y execrable, a pesar de todas las pruebas que irritan a los ojos de cualquiera que esté dispuesto a verlas? Todo esto para mantener la imagen de Israel limpia y brillante.

Han pasado 70 años desde la Nakba, la limpieza étnica catastrófica de la mayoría del pueblo palestino a manos de las bandas terroristas sionistas de Irgún, el Grupo Stern (Leji), Palmaj y Haganá, que finalmente se unieron y se convirtieron en lo que se conoce hoy como las Fuerzas de Defensa de Israel.

George Khoury dejó Palestina para venir a los EEUU en 1968 y llegó a California en 1975. Enseñó árabe en la universidad de Berkeley de 1982-83, así como francés, español y árabe en el Colegio de San Mateo, y ahora enseña árabe en el colegio Skyline y en la preparatoria Westmoor. Khoury fue ordenado diácono en la Iglesia Católica en 2017, y sirve a la Comunidad Árabe Católica en St. Thomas More en San Francisco.