The crowd of Anti-Trump protesters brave the heavy rain and join hands at United Nations Plaza in peaceful protest on inauguration day, Friday, Jan. 20, 2017, San Francisco, Calif. (Photo by Ekevara Kitpowsong)
Carlos Barón

En la madrugada del 20 de enero, muchos despertamos con un ruidoso trueno. Después, los cielos se abrieron y llovió, durísimo. La lluvia golpeó de lado contra nuestras ventanas, tal vez guiadas por las fuerzas de Eolo, el dios griego de los vientos. La diosa Oyá, representando a los orishas afrocubanos, de seguro también andaba por ahí, ya que ella es la reina de los truenos, los rayos, los vientos, además de la vida y de la muerte. No duró mucho el escándalo, pero sí lo suficiente como para interrumpir nuestro sueño. Esos dioses y diosas saben cómo fregarnos, ¡pobres mortales que somos!

Despierto, mis pensamientos fueron hacia la inminente coronación del presidente ‘agarrachochas’. Parecía como si las compuertas del cielo se hubiesen abierto y que su ruido anunciara las protestas de las próximas 48 horas, por todo el país.

Desde el 8 de noviembre, los sentimientos de tristeza y decepción han sido la norma. A decir verdad, el triunfo de Trump ha hecho feliz a mucha gente, especialmente en las áreas rurales del país y en particular a los votantes anglosajones, que son una porción grande de la clase trabajadora (si tienen trabajo), y que compraron la pomada populista de Trump.

Sin embargo, mucha gente —de seguro la mayoría— estamos tristes… y asustados. ¿Qué es lo que Trump hará? ¿Qué haremos nosotros? ¿Es el comienzo del fin? ¿O el Apocalipsis?

No voy a compartir predicciones desmoralizantes. Al contrario, pienso que esta elección nos da una oportunidad de re-encender los motores de un activismo progresista o radical, que han estado apagados después de 8 años de una muda aceptación de las políticas contradictorias del gobierno de Barak Obama.

No hay dudas: la familia Obama es encantadora, entretenida y bonita. Pero los drones no lo son. Las deportaciones masivas tampoco. ¿Ocho continuas guerras? No. ¿Bancos ‘demasiado grandes para caer’? ¡No! ¿La prisión de Guantánamo? ¡Menos! ¿El plan de salud Obamacare? Un buen comienzo, pero insuficiente. Una delgada venda para una profunda herida. Seamos claros en todo eso. Todo lo anterior fue (y sigue siendo) parte de una inaceptable realidad de los últimos 8 años.

Que Obama fuera el primer presidente afroamericano es importante, especialmente al considerar la naturaleza “a flor de piel” de esta sociedad. Sin embargo, el hecho de que sea negro (y también blanco, por cierto) y del partido Demócrata, protegió a su administración de la crítica liberal, progresista y radical. Reinó la confusión. No mostramos las uñas, nos mordimos los labios, miramos hacia otro lado, nos entregamos.

Despierto por el trueno, pensé que también despertaba una oportunidad, la de construir una gran muralla. No hablo de un muro que nos separe de nuestros vecinos, sino de una organización de metas y razones comunes que nos ayude a enfrentar esta nueva versión de la plutocracia, personificada por Trump y los obscenamente ricachones detrás de quienes se esconderá, es decir, de su gabinete.

Más tarde ese mismo día, después de los truenos y relámpagos, mientras escuchaba la radio KPFA, oí decir a Tim Paulsen, Presidente del Consejo Laboral de San Francisco que “El mejor organizador para los trabajadores es un jefe malo. Con Trump, tenemos el peor de los jefes”.  Así, Paulsen cree que los trabajadores de todo el país, no solo del Área de la Bahía, estarán inspirados para actuar, para resistir. ¿Tal vez para crear el muro que menciono?

Como profesor, enseño esto: si se aclara el porqué de las luchas, es posible ganar, todos los días. Si adoptamos ideas que guíen nuestros esfuerzos, es decir una ideología, algo con lo que nos levantamos cada mañana y nos acostemos cada noche, estaremos bien.

Una vez conectados con esas ideas, hay que reconocer y aceptar que se ha tomado una decisión consciente al adoptarlas y defenderlas, y que casi todo lo que hagamos será teñido por esa ideología. ¡Pero en el hacer está la clave! ¡Hay que actuar! No se trata de abrazar una ideología para después descansar, inmóviles, inactivos. ¡Es una lucha diaria!

Debemos ayudar a construir ese muro de resistencia a cualquier política desagradable con la que se nos ataque. Habrá muchas, pero podemos triunfar, cada día, si seguimos esos principios, esas ideologías. En el proceso, según nuestras acciones, elevaremos nuestras conciencias, personal y colectivamente.

Citaré a uno de mis escritores favoritos, el portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998: “Las palabras no nos fueron dadas para esconder nuestros pensamientos. Si hoy soy sincero ¿qué importa si mañana me arrepiento?”

Entonces, escribamos, hablemos o gritemos nuestras verdades. Ese muro crecerá de nuestras acciones diarias. Los más pequeños actos de resistencia o creatividad ayudan y son valiosos.

Confiados en nuestra fuerza colectiva, fruto de nuestras acciones individuales, podremos entonces desafiar los malos vientos del ‘Trumpismo’ y gritar a viva voz, como el Rey Lear hace en contra de la tormenta que le atormenta: “¡Soplen, vientos, desaten sus furias! ¡Rujan! ¡Soplen!”

Nuestra muralla ha de resistir. ¡No la derribará el fétido aliento de un bolsudo acosador!