[su_label type=»info»]El Abogado del Diablo [/su_label]

Ilustración: Gustavo Reyes

[su_pullquote align=»right»]“¡Necesitamos ver el mundo y actuar en él!” —Judy Brady, activista[/su_pullquote]

Hay algunos personajes en nuestro entorno que, al verlos venir hacia nosotros, decidimos cruzar la calle en lugar de topárnoslos. Algo en su rostro parece decir que nos alejemos, o bien, que nos acerquemos bajo nuestro riesgo. Así que, generalmente, cruzamos la calle.

Podemos amar o temer a esas personas y, usualmente, terminamos evitándolos. Cuando hacemos ese movimiento defensivo, podríamos perder la oportunidad de saber realmente lo que mueve a esas personas de fruncidas cejas. Muchos de ellos son individuos extraordinarios. Además, podrían enseñarnos las razones por las que parecen tan antagónicas, incluso podríamos convertirnos en aliados en luchas comunes.

Judith Ellen Brady. Cortesía: Veteran Feminists of America

Judy Brady era esa clase de persona. En su memorial, hace un par de semanas, todos se refirieron a ella con amor, pero también mencionaron su apariencia poco invitante, su ceja izquierda siempre levantada en severa lectura de nuestro valor. Judy, para su crédito, no toleraba a los necios.

Esa es una característica de a quienes les gusta “decir las cosas tal y como las ven”; personas que hablan sinceramente. Ellos dirán la verdad a los amigos, a los familiares y, por supuesto, a los adversarios.

“Lo que hace falta es la verdad!”, solía decir Judy.

Sus hijas dijeron que su madre “era irascible, pero llena de vida y humor. Era una apasionada de la justicia, tenía pasión por la vida”.

Judy Brady fue un claro ejemplo de una activista que habló con verdad al poder a lo largo de su vida, la cual pasó gran parte en la Misión, en su casa ubicada en la calle Harrison, entre las calles 24 y 25.

Conocí a Judy hace unos tres años, algo ya tarde en su sorprendente vida como activista, cuando ya estaba en silla de ruedas. Ron Chism, supervisor en la Garfield Pool y estimado instructor de la clase de aeróbicos acuáticos la describió en su homenaje como “una guerrera montada en su carro de guerra”.

Su amiga y también activista, Sandra Steingrabber, enumeró una impresionante lista de luchas y logros en los que Judy participó. De Sandra tomé la idea de titular este artículo “Mi ángel gruñón”, por la forma como se refirió a Judy, quien escribió un conocido artículo para el número inaugural de Ms. Magazine (1972), titulado “Por qué quiero una esposa”.

El artículo ha sido reimpreso y compartido muchas veces como lectura básica en los cursos de Estudios sobre la Mujer. Un documento divertido e incisivo que sorprendió a los lectores, porque al parecer una mujer pedía una esposa. El artículo original fue escrito décadas antes de que el matrimonio homosexual fuera tomado en serio. Por el título era de suponerse en aquel momento que sólo una persona podría querer tener una esposa: un privilegiado  marido varón. Sin embargo, el artículo enumera muchas ventajas proporcionadas por una esposa y termina preguntando, “¿quién no querría una esposa?”

Además de escritora, Judy fue una luchadora activa en la legalización del aborto y participó en huelgas laborales, se opuso al racismo, además de ser parte importante en el combate del cáncer de mama. En el ámbito internacional, fue una incansable activista en los movimientos de liberación en Latinoamérica, particularmente para Nicaragua y Cuba.

Conforme avanzó en edad, luchó por los derechos de las personas con discapacidad. Incluso una vez participó en una ocupación prolongada de un edificio federal, que ayudó en la eventual aprobación de la Ley para los estadounidenses con discapacidades. Después de esa victoria, decía orgullosamente: “Siempre que bajo una banqueta con mi scooter, pienso en esa ocupación y, sonrío”.

Judy Brady bloquea con su silla de ruedas uno de los autobuses shuttles, conocidos como Google buses, en la calle 24, durante un evento de oposición al desplazamiento de la comunidad. Foto: Steve Rhodes

Antes de que pudiera considerarla una amiga, tuve que romper la barrera de su rostro serio y sus parcas respuestas cada que trataba de entablar conversación con ella. Juntos participamos en la clase de aeróbicos acuáticos para adultos mayores en la Garfield Pool. Yo sabía que ella podía sonreír, porque la había visto hacerlo antes, a lo lejos (¿quizá mientras iba bajando alguna banqueta con su scooter?). Pero ella nunca me sonreía… y ese fue un desafío. Puedo decir, honestamente, que uno de mis momentos de más orgullo fue cuando finalmente me regaló una de sus sonrisas.

Con el tiempo nos hicimos amigos. Ella vino a un par de mis representaciones de teatro y también coincidimos en algunas manifestaciones, especialmente contra la gentrificación.

¡Por supuesto, también se opuso a los autobuses de Google! ¡Bloquear uno de esos con su silla de ruedas fue una de sus acciones favoritas!

Como escribí antes, durante el memorial, todos mencionaron la actitud severa de Judy. Todos nos divertimos mucho. ¡No estábamos solos! Ella había sido la misma con todos y tal vez todos nos sentimos felices de haber sido aceptados en su círculo de amigos y aliados. Incluso sus hijas dijeron que a veces, tratar de ganarse la confianza de su madre “era como  acariciar el vientre de un caimán!”. Pero quienes la conocíamos podemos decir que valía la pena correr el riesgo.

Termino este recuerdo con una cita de Judy Brady: “Yo nací enojada y no lo sabía. Supe que estaba enojada hace 40 años… Y voy a dejar este mundo enojada, porque hemos estropeado algo tan increíblemente hermoso!”

Todos deberíamos estar felices de tener un ángel malhumorado como Judy en nuestras vidas!